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Los males de la cultura por Pedro Alberto Cruz Sánchez
Existen algunos factores objetivos por los que la situación adversa que atraviesa nuetra sociedad de manera generalizada está afectando con especial virulencia al sector cultural. Detengámonos en tres de ellos –quizá los que con mayor énfasis se visualizan. En primer lugar, la mala conciencia o sentimiento de culpabilidad: si bien es cierto que, en un cuadro de prioridades, la cultura se encuentra en un escalafón inferior, a gran distancia de otras materias como Sanidad, Educación o Políticas Sociales, también lo es que, a diferencia de lo que sucede en otros países europeos, no parece haber un límite a la hora de recortar en cultura. Cualquier planteamiento es posible: hasta la misma desaparición. Mientras esto sucede, los agentes culturales parecen acatar con su pasividad esta situación y aceptan incluso la propia inutilidad de la cultura, su valoración como un elemento de lujo del que se puede prescindir en situaciones de dificultad. Podemos afirmar sin miedo a resultar excesivos que, en España, la cultura no se la toman en serio ni siquiera los que la practican, aquejados por una mala conciencia que les impide reivindicarla como lo que de verdad es: una política social de pleno derecho.
En segundo lugar, anquilosamiento ideológico: paradójicamente, la cultura se ha convertido en el medio más inmovilista, reaccionario y anacrónico que existe. Algunos de sus más relevantes agentes se han arrogado voluntariamente y con orgullo el papel de testaferros de un catecismo ideológico antiquísimo, que impide una interpretación actual y auténticamente política de la realidad presente. En la cultura española, la revolución fue ayer, y todavía se la recuerda con nostalgia. Por último, la ausencia de unidad: ningún sector se encuentra más fragmentado que el de la cultura. En un momento en el que se exige cierta unidad de acción y un bien estructurado corporativismo, es precisamente cuando de manera más expresiva se evidencian las fisuras, las luchas intestinas, las diferencias irreconciliables entre «familias» y «castas». La cultura como tal no existe: tan sólo una miríada de pequeños y espurios intereses.
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