Crítica de libros

Drogas y progreso

La Razón
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Durante años defendí la legalización de las drogas, como muchos liberales, que desde Stuart Mill argumentaron que el Estado no tiene derecho a inmiscuirse en lo que bebemos o esnifamos, y cuando lo hace no resuelve el problema de las adicciones y en cambio genera otros nuevos, como la violencia mafiosa o la mala calidad de las sustancias prohibidas. Desde hace un tiempo, sin embargo, abrigo crecientes dudas, alimentadas especialmente por las ideas de Theodore Dalrymple (las he glosado en «Panfletos Liberales II», LID Editorial, págs. 162-166). Me siguen convenciendo los argumentos económicos, pero ahora no estoy seguro de que una sociedad que ahoga la moral y la responsabilidad individual, y las deposita peligrosamente en manos del Estado, vaya a mejorar si todo se deja tal cual y simplemente se legalizan las drogas. Mis dudas se han visto multiplicadas en tiempos recientes al comprobar que prebostes de la progresía, como Carlos Fuentes, se han apuntado a la tesis de la legalización, con argumentos que podrían ser copiados de los de Friedman o Benegas Lynch. Secundan la idea Felipe González y otros izquierdistas. ¿Es una conversión al liberalismo por parte de quienes no lo apreciaban? No. Lo que proponen es, precisamente, dejar todo como está y sólo legalizar las drogas. Sospecho que lo que defienden no es la libertad sino la coacción, e intentan rescatar al Estado de lo que ha sido uno de sus grandes fracasos contemporáneos.