Buenos Aires

Cuando Perón dependía de un sueldo en Madrid

La subasta de sus cartas demuestra que el ex presidente argentino no vivió durante su exilio español tan lujosamente como se pensaba: dependía de 500 dólares al mes

Hasta la gorra de Perón se puso a la venta en una subasta
Hasta la gorra de Perón se puso a la venta en una subastalarazon

El general Juan Domingo Perón no tiene quien le escriba. Como el viejo coronel de la novela de García Márquez que pasó su vida esperando una pensión, Perón vivió la primera parte de su exilio pendiente de una renta de 500 dólares al mes, según revelan cartas inéditas del general que han salido a subasta por internet. Un lote de cartas escritas por el tres veces presidente argentino entre 1955 y 1966, en la primera etapa de su exilio, acaban de incorporarse a una subasta de bienes pertenecientes a Perón y a su segunda esposa, Eva Duarte, organizada en internet por la Fundación por la Paz y la Amistad de los Pueblos (Funpaz). Aunque los 5.000 objetos que subastan pueden alcanzar un valor de dos millones de euros, la céntrica oficina de la fundación en Buenos Aires no es precisamente un búnker.

Allí, apilados, descansan billeteras, bolsos, zapatos, una máquina de escribir, una losa de la tumba de Canela, la mascota de Perón…, un desván repleto de objetos que fueron donados por el líder argentino al presidente de la Funpaz, Mario Rotundo. «Yo le conocí cuando ya residía en la Puerta de Hierro en Madrid. Vivía más holgado gracias a las donaciones que recibía de distintos sindicatos de Argentina. Sin embargo, cuando llegó a España su situación económica era mucho más precaria», nos cuenta.

«Al salir de Buenos Aires tan sólo tenía ahorrados 15.000 dólares que un amigo le ingresó en una cuenta de Uruguay, un dinero que le llegaba en cuenta gotas. Sin embargo, a su llegada a España prácticamente había vaciado sus cuentas. Al contrario de lo que muchos piensan, nunca recibió ayuda de Franco. De hecho no lo soportaba y sólo lo vio al despedirse de él, antes de volver a Argentina», agrega. «Cuando murió no apareció el testamento. Isabelita, la segunda mujer de Perón que convivió con él en el exilio, mantuvo en secreto la última voluntad del general hasta que en el 89 se reunió conmigo en Madrid, para revelarme que me había dejado todo. Isabelita, asidua a las practicas esotéricas, aseguraba que el espíritu de Perón no la dejaba descansar en paz porque no se había cumplido todavía el deseo del general», revela Robusto.


Con dos perritas caniches
En los años 60, casi todos los taxistas sabían cómo encontrar la casa de Juan Domingo Perón en Madrid. En Puerta de Hierro, yendo hacia El Pardo, pasando un puente, a la izquierda, en una callecita llamada Navalmanzano, estaba la Quinta 17 de Octubre, hace años demolida.

 Hasta el día de su mudanza, Perón alquiló a 20.000 pesetas mensuales un sencillo departamento en Madrid. «Pero era tonto y peligroso continuar viviendo allí. Tonto porque me sentía encarcelado en un calabozo de lujo. Peligroso, porque por esa canaleta se me escurría toda la plata». Con este razonamiento y un millón de pesetas en la mano, Perón concretó lo que él denomina con orgullo «el mejor y único negocio de mi vida», cuenta el general en una entrevista mantenida, en 1968, con el periodista Alberto Agostinelli.

Esta fue la primera vez que Perón concedía una entrevista basada en el exclusivo propósito de trazar un cuadro de su vida doméstica. Habla de sus gustos, su conversión a la práctica del yoga y su estrategia para mantenerse lozano y dicharachero a los 73 años. De su lectura se desprende que aunque muchos argentinos suponían que Perón habitaba un palacete descomunal y que dedica la mayor parte del día a contabilizar las ganancias que le brindan sus inconfesables negocios, la realidad era otra.

«La zona es aristocrática, no lo voy a negar –reconoce el general–. Pero mi casa no tiene nada que ver con todo esto: es más modesta que la que poseen muchos industriales argentinos de medio pelo en Florida, Martínez o La Lucila. Cualquiera puede comprobar con sus propios ojos que no me estoy haciendo el farolero», dijo Perón.

En aquella época algunos periodistas españoles ensayaron una interpretación bastante plausible sobre el bienestar del ex presidente: «Perón no tiene libertad económica. Jorge Antonio, hombre de negocios argentino, también en el exilio, es quién le suministra mensualmente una suerte de sueldo o pensión con lo que el general hace frente a sus necesidades de ese período», publicaba el «Nuevo Diario», de Madrid.

Lo cierto es que la única propiedad del general, además de su residencia, era el hotel El Pez Espada, de Torremolinos, una zona que, en la década de los 60, se convirtió en el boom turístico de España. Pero también ese hotel era administrado por Jorge Antonio.

El general no se esforzaba demasiado en desmentir o discutir las hipótesis urdidas en torno a su solidez financiera. Se consideraba «feliz» rodeado por las dos personas que atienden cada uno de sus reclamos, junto a sus perritas caniche (Puchi y Kimona) y a los veinte canarios que, desde la jaula ubicada en la cocina, alborotaban la mansión. Cuando alguien que recorría toda la residencia terminaba el circuito preguntándole cuántas obras de arte existían en la casa, el general no vacilaba en responder: «Una sola, yo...».