Zurich
«A veces me creía Supermán»
Un millón de personas en España sufre bipolaridad y casi la mitad de ellos está sin diagnosticar
MADRID- Tiene 26 años. Es un «chapucillas». Un joven nervioso. «Me creía Superman, mi cerebro no paraba de crear. Llevaba una libreta siempre conmigo para anotar mis historias». Alberto no era consciente de que sufría uno de los ciclos de la bipolaridad: pensamientos acelerados, alucinaciones, delirios de grandeza. «Casi un millón de personas lo sufren en España pero cerca de la mitad está sin diagnosticar», afirma José Manuel Montes, jefe de Psiquiatría del Hospital del Sureste de Madrid. El TB (Trastorno Bipolar) sacude por igual a hombres y mujeres. «Su edad de inicio oscila entre los 20 y los 30 años, por eso es importante detectarlo pronto». Pero es muy difícil, «no existen pruebas como un TAC o una analítica» que apunten hacia ella, son sus «manías», su etapa hipertímica, los que mejor la determinan. «Predomina el exceso de euforia. El enfermo habla mucho, está desinhibido», mantiene Jesús Valle, jefe de Internamiento del Hospital de la Princesa. Fueron tres meses de este «subidón» permanente lo que llevo a Alberto a urgencias. Ahora es paciente del doctor Montes.
Carrera de fondo
«Nuestra enfermedad es una carrera de fondo», afirma Roberto. «Es un problema grande pero somos capaces de aceptarlo y seguir adelante», añade Esteban. «Lo más difícil es aceptar que tienes limitaciones», prosigue Sonia. Los tres luchan cada día, al igual que Alberto, para convivir con su trastorno, que no desorden: también son bipolares. Prefieren mantener sus nombres bajo el amparo de un seudónimo, pero cada viernes se unen al grupo de Rafa, un joven psicólogo de la Asociación Bipolar de Madrid. «Aquí explican sus inquietudes y se sienten respaldados por el resto del grupo», afirma a LA RAZÓN, que vive con ellos uno de estos encuentros. Las risas y el silencio se intercalan, aunque predomina la voz aislada de la confesión que busca la complicidad de una mirada amiga, el consejo de un compañero que ha vivido situaciones similares. «El tabaco me pone más nervioso», asegura Roberto. Algunos asienten con un gesto, otros se animan: «A mí también me pasa», dice Jose. Desde el otro lado del teléfono Alberto explica las «manías» que padeció durante tres meses. Quería ser un gran empresario. Estaba tan convencido de que podía hacerlo todo que, horas antes de su ingreso en un hospital, iba a alquilar una nave industrial para crear su propio taller.
«Desarrollas una capacidad de convicción que le venderías a un pobre un coche de 50 millones de euros», relata. Lo peor llega cuando esa euforia se agota y llega la tristeza, la nostalgia, la depresión. «Estos episodios son más difíciles de tratar porque los fármacos son ineficaces. En la mayoría de los estudios para testar nuevos medicamentos rechazan a los bipolares y por eso no se da con medicamentos específicos para esta enfermedad», explica el doctor Valle. Eduard Vieta, director de la Unidad de Trastorno Bipolar del Instituto de Neurociencia del Hospital Clínic de Barcelona, coincide: «Tratar a estos pacientes con antidepresivos no funciona. Lo malo es que la mayoría de ellos sólo acude al médico cuando se deprime y no le cuenta al especialista sus momentos de "manía", así que terminan diagnosticándoles como depresivos», una de las enfermedades más extendidas del siglo XXI. El 40 por ciento de los bipolares españoles no saben que lo son porque sus médicos sólo les diagnostican la fase depresiva. «Se necesitan más de seis minutos para dar con este diagnóstico y los médicos de Atención Primaria no los tienen», añade Vieta.
«No me duermo ni por aburrimiento y cuando me vienen ideas depresivas encadeno actividad tras actividad», explica Roberto.
Caer en lo más profundo
Prefiere vivir con la hiperactividad que con la depresión. «Es lo peor. Te invaden muchos miedos, caes en lo más profundo», relata Alberto desde el otro lado del teléfono. Durante cuatro meses no podía estar solo. Pensaba que la muerte le acechaba: «Sentía pinchazos en la cabeza. Creía que tenía un aneurisma». Se entrecorta. Pero ya pasó, lleva más de dos meses estable gracias a la medicación y a las clases de psicoeducación, gracias a las que aprenden a detectar presíntomas y a no abandonar nunca la medicación estabilizadora –o eutímica–. «Ese es otro de los grandes problemas de los bipolares. En cuanto mejoran y se sienten curados, creen no necesitar el tratamiento. Por ello lo abandonan», comenta Montes.
Los fármacos más habituales son los estabilizadores del ánimo como el litio, pero también son clave los antipsicóticos, como la asenapina. Un medicamento reciente que ha presentado Lundbeck abre expectativas por los resultados positivos que está obteniendo. Con este fármaco se busca equilibrar posibles efectos secundarios, como la somnolencia o el aumento de peso (que daban otros fármacos como la olanzapina). «Es una nueva herramienta que actúa sobre los receptores neuronales más relevantes», indica el doctor Vieta, implicado en la lucha contra la bipolaridad, la «perla negra» de los psiquiatras, uno de los estigmas sociales más difíciles de superar.
EN PRIMERA PERSONA
Ángeles López / Periodista y escritora
«Mi marido es bipolar»
No puedo calibrar si es fácil o difícil compartir la vida con alguien que padece un trastorno del estado de ánimo, porque no conozco otra forma de convivencia, pero sí puedo testimoniar que no debe ser silenciado. Ruego desestigmatizar esta enfermedad bioquímica con consecuencias mentales, por el bien del afectado y su entorno. Sé de lo que hablo, porque mi padre murió sin saber que mi marido padecía el trastorno. El miedo, la ignorancia o el temor a la exclusión, nos llevan a ocultarlo, por presumibles apriorismos ajenos... Y el soterramiento sólo contribuye a crear guetos. Vivir con un bipolar comporta que una vez, cada cierto tiempo, cuando se rompe su eutimia –equilibrio del estado de ánimo– el afectado entra en la senda de la «manía» –psicosis– por condicionantes químicos y hace cosas extravagantes que el entorno poco entrenado no comprende: desde poner bombas de plastilina y clorato de potasa hasta gastar los beneficios de su negocio para comprarse un piano de cola o embarcarse en un avión y aparecer en Zúrich. Es complejo, si se comparte plato y lecho, pero debes saber que no superará el mes de enajenación transitoria y se evaporará como humo que pasa y no mancha. Un día te despiertas y tu mundo –junto a su mundo– se tambalea. La CPU de su cerebro se ha transformado en un sofisticado microprocesador que corre a mayor velocidad que la del resto. Ellos están en la gloria y su familia, en el infierno helado de Dante. Pero, después de «comerse» el mundo verán como la vida les arranca el «élam vital». De ahí que los «tocados por el fuego» tengan una sensibilidad y un espectro de creatividad superior a la media –Virginia Woolf o Schumann, son sólo dos ejemplos–. Si eres familiar de un «bipo», no olvides que es un trastorno crónico. La medicación evita las crisis –o su intensidad y duración- pero no las erradica. Sólo hay una terna de ideas para vivir con ello: el correcto manejo de estrés –los acontecimientos externos pueden ser un detonante, aunque no necesariamente-, aceptar la enfermedad y no abandonar la medicación. El resto, sólo tiene un pasaporte internacional: el amor. PD: Si vives con un bipolar, deja de ocultarlo. Querrás tirar la toalla, pero hay luz al final del túnel.
«Trastorno afectivo bipolar»
Ángeles López
Editorial Edaf
352 páginas. 24,00 euros
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