Asturias

Cascos y cascotes

La Razón
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Cascos tenía razón, y está a un paso de perderla. No lo ha hecho todavía porque aún no ha creado el grupo político de la escisión de la derecha asturiana. Pero a Francisco Álvarez Cascos no se le ha tratado con justicia en el Partido Popular, y menos aún, en los medios de comunicación colindantes con su proyecto. En mi opinión, este periódico se ha comportado con Álvarez Cascos con reincidente dureza.

No se puede hablar de democracia cuando siete mil de los nueve mil militantes del PP en Asturias han sido despreciados. Gabino de Lorenzo, brillante alcalde de Oviedo ya amortizado, se ha impuesto con el nombramiento de su concejala Isabel Pérez-Espinosa. Todos los partidos políticos tienen el derecho y el deber de evolucionar, pero el PP oficial de Asturias, el mismo que aplaude los homenajes a un genocida y desatiende la petición del ochenta por ciento de su militancia, ha evolucionado hacia lo irreconocible.

Álvarez Cascos ha sido el gran secretario general o general secretario del PP, como Alfonso Guerra del PSOE. Referirse a él como un sargento chusquero es una incorrección. Y fue un gran vicepresidente y ministro de Fomento con José María Aznar, que a su vez, puso en orden la economía y la decencia pública en España. Álvarez Cascos tiene un carácter fuerte, unos prontos coléricos, y arranques irascibles. Este nuevo PP recela de quien sabía lo que pasaba en su partido en todas las localidades de España. A Cascos se le temía y respetaba, y a Guerra se le temía y respetaba.

Pero uno y otro contribuyeron como protagonistas en la construcción de sus partidos políticos, que con anterioridad, eran jaulas de gallinas cacareantes. Lo siento, y mucho, por Isabel Pérez-Espinosa, a la que han colocado los digitales –es decir, los usuarios del dedo–, en una complicada posición. La derecha en Asturias es hoy un lío fragmentado. Y algo tendrá que recapacitar Mariano Rajoy y su entorno más próximo, cuando añada a la baja en la militancia de Cascos, las de María San Gil, Manuel Pizarro o José Antonio Ortega Lara, que no eran militantes del montón, sino cumbreros y ejemplares para la mayoría de la sociedad española.

Cascos podía ganar para el PP las elecciones en el Principado. Tenía a su favor a una abrumadora mayoría de los militantes. Pero este partido, al que tantos millones de españoles vamos a votar para escapar del desastre socialista de los últimos años, ha perdido el norte, y nunca mejor escrito. Asturias seguirá en su depresión socialista porque así lo han decidido entre cinco personas. Democracia interna.

Pero cometida la fechoría, Álvarez Cascos no puede entorpecer las pocas posibilidades que aún quedan, y su deber no es otro que animar a sus partidarios a colaborar con la injusticia y sacar adelante al Partido Popular asturiano. Sus adversarios están deseando que pierda la razón, y puede hacerlo de persistir en su empecinamiento.

Acuda a la elegancia y el señorío para contrarrestar la inelegancia y la injusticia. Asturias es mucho más importante que Gabino, Isabel Pérez-Espinosa, Mariano Rajoy, Dolores Cospedal y demás autores de la chuminada. Y un Álvarez Cascos enfrentado es un Álvarez Cascos surtidor de votos al PSOE. Ante el despropósito, grandeza. Por esta vez, y reconociéndole toda la justificación a su monumental cabreo, haría bien en sosegarse y contemplar los aconteceres venideros desde la grada. Nos estamos jugando, entre otras cosas, una maravilla heredada que se llama España, y Cascos siempre ha sido un gran español.

Lamento lo que le han hecho y la inesperada animosidad contra su persona de quienes tenían que ser neutrales. Su valor y su valía le han dado la razón. Que no la pierda.