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Escritores
OPINIÓN: Las emociones
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Hace ya tiempo que el pathos sustituyó al ethos como paradigma de comportamiento del individuo, de suerte que son los estados de ánimo los que se encargan de actuar como elemento aglutinador de la ciudadanía. En un principio, este diagnóstico podría ser interpretado como síntoma de salud democrática. El problema de España es que es un país que vive en el arrebato continuo y que ha convertido el concepto de sociedad en una materia voluble que reacciona violentamente a poco que se la estimule.
Es evidente que sufrimos un cuadro de inmadurez emocional alarmante, causado por el hecho de que pocas veces utilizamos las pasiones como un estado de conocimiento más o menos objetivo de la realidad. Por el contrario, ese carácter temperamental supone una constatación de la tendencia a hacer de la expresión subjetiva una situación extrema, marcada por el radicalismo y la exacerbación de los lugares comunes. Desgraciadamente, este modus operandi ha conducido a un panorama en el que tener poder consiste en una gestión aniquiladora de los estados de ánimo de la sociedad, con el fin de dirigirlos a unos intereses muy concretos. Y, siempre que esto sucede, la historia nos dice que nos encontramos más cerca del totalitarismo, del fascismo, que de cualquier sistema de convivencia mínimamente saludable.
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