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CRÍTICA DE CINE / «Sin límites»: Colocados de poder

Director: Neil Burger. Intérpretes: Bradley Cooper, Robert de Niro y Abbie Cornish. Guión: Leslie Dixon, según la novela de Alan Glynn. Duración: 105 minutos. EE UU, 2010. Thriller.

La Razón
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Es lo que tiene hincarle el diente al capitalismo salvaje: te lo tomas como un éxtasis, te vuelves más listo que nadie y quieres más, que dure siempre. La droga de diseño que se convierte en motor narrativo de «Sin límites» es a la vez pretexto y metáfora: es el pretexto que inyecta velocidad al relato, que lo conecta con la estética del videojuego y la sociedad de la hiperinformación, y es la metáfora que nos habla de una crisis politoxicómana controlada por unos pocos para machacar a unos muchos. Lo más curioso es que a la película le importan menos las implicaciones ético-económicas de su premisa que la diversión enloquecida y un tanto absurda del ritmo que impone al relato. Cuando Eddie Morra (Cooper) empieza a tomar el NZT, droga que estruja todas las sinapsis nerviosas del cerebro transformando al adicto en genio instantáneo, los efectos ópticos invaden la pantalla y la película se proyecta hasta el infinito y más allá. La sátira sobre el mundo de las finanzas parece quedarse en un segundo plano, devorada por los obstáculos con que este superhéroe nitzscheano lidia para seguir engañando a un empresario megalómano (De Niro). «Sin límites» podría haber sido una serie B digna de Larry Cohen si no se hubiera dejado llevar por su aspecto de thriller del montón. La cinta tiene la virtud de esconder sus pretensiones en una montaña rusa que arrastra hasta un final de un cinismo hiperbólico que prefiere aparcar las moralinas para defender el libre albedrío de un hombre que utiliza sus superpoderes en su propio beneficio.