Cataluña
La historia se repite por José Clemente
La Cataluña moderna e integradora que conocimos en la década de los sesenta y que logró consolidarse en los setenta con la Transición ya en marcha hasta el golpe de Estado del 23-F, apenas tiene que ver con esta otra que ahora sale a la calle para pedir la independencia. Una Cataluña, la de entonces, cuna del renacer cultural de España donde florecieron todo tipo de disciplinas artísticas que implicaron a todos por igual y en la que no se preguntaba ni marginaba a nadie por su origen, su habla, sus ideas o sus apellidos. Una Cataluña, la de ahora, donde sus valores más íntimos y próximos a las personas han dado paso a muchos otros en los que importan más las señas de identidad de la tribu y las praderas en las que cazan, que la unidad social de la gente que las habita. Ha muerto el catalanismo político en el que se inspiraron los dirigentes de la Transición (Josep Tarradellas, Joan Raventós, Pasqual Maragall, Jordi Pujol, Miquel Roca…, entre muchos otros), y que supuso la vertebración de un ser catalán al margen de las procedencias (era catalán quien vivía y trabajaba en Cataluña), para abrir la espita a un nacionalismo encarnado en las generaciones que siguieron a aquellos y que busca materializar el «Adeu a Espanya» que escribiera el poeta Joan Maragall. De ahí, posiblemente, que uno de sus nietos y hermano del ex alcalde barcelonés, Ernest Maragall, haya abandonado el PSC, su partido de toda la vida, para alumbrar una nueva formación política que defienda la independencia de Cataluña. Los camaleones también abundan en este oficio tan cuestionado hoy por la inmensa mayoría de los ciudadanos, aunque debería tomar nota del siempre recordado Churchill cuando decía que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Ha muerto el catalanismo político, ese que permitía a gentes como el cordobés José Montilla llegar a la presidencia de la Generalitat y cuyas libertades primeras se lograron con murcianos, extremeños, gallegos, andaluces y castellanos portando las pancartas de «Llibertat, Amnistía i Estatut d'Autonomía», por un nacionalismo sectario, autoritario y excluyente, que seguirá los pasos más negros del País Vasco como estamos empezando a ver con ataques a personas e instituciones, como la quema de sedes de partidos de «obediencia española», los ataques a las agrupaciones del PSC o del PP, y cuya espiral irá «in crescendo» porque ese nacionalismo se nutre también y fundamentalmente del miedo. Que lejos quedan ya aquellas nobles preocupaciones de Pujol y Roca por la «cohesión social» de «todos» los catalanes, porque en esa deriva a ninguna parte en la que se ha embarcado Cataluña lo que más molesta es, precisamente, esa «cohesión social» a la que Pujol se refería como el principal baluarte de un pueblo, porque sin ella «no hay pueblo que valga». Y como cambian las cosas en pocos años de diferencia cuando a finales de los setenta, tanto CiU, como PSC-PSOE y PSUC rechazaban la oportunidad que le ofrecía el gobierno de Suárez de que Cataluña contara con un «pacto fiscal» a su medida, rechazo que se produjo porque los diputados catalanes de entonces lo consideraron un anacronismo histórico, algo antiguo y del medievo. Ese anacronismo histórico, mire usted por donde, ha sido ahora la clave para pedir la segregación de España.
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