Literatura

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El convento negro por Francisco NIEVA

La novela de misterio, considerada menor, no lo es en absoluto

Edgar Allan Poe
Edgar Allan Poelarazon

Si hay una cosa que respeto, admiro y envidio es al escritor de «novela negra», policiaca o de misterio. Y comprendo perfectamente a esos lectores que sólo gustan de ello. Me siento muy identificado, tanto con el escritor como con el lector de dicho género. Y les voy a explicar los motivos que nos explican tales deferencias. Los escritores que cultivan el género son, en general, apasionados vocacionales que tienen la modestia de dedicarse a lo que se considera un «género menor» en las altas esferas de la literatura. Así lo consideran tantos dogmáticos ya inducidos por el dogmatismo ambiente. Aunque «no tan menor». El relato de misterio cuenta con clásicos de una apabullante importancia en la Historia de la literatura. No tenemos más que citar a Edgard Allan Poe y ya lo hemos dicho todo.

Antes de Poe los ha habido otros muy grandes y de épocas anteriores. Pensemos en cuántos notables autores contribuyeron a conformar lo que llamamos «novela gótica», de Anne Radcliffe a Robert Maturin. No quiero ocupar espacio citando nombres. Estamos hablando de ese género de escritor al que respeto, admiro y envidio por estas razones: Porque Poe ha redefinido el género como «pasatiempo especializado» de carácter periodístico y en clave de brevedad. Ha creado un canon y ha reclamado un tipo de lector aficionado. Poe se sale, muy voluntariamente, del margen de la gran ficción convencional con altas pretensiones mundanas. El lector de novela negra también.

Puede ser un hombre culto, menos culto o muy elemental, pero ya sabe que ahí están «La comedia humana», de Balzac, o «En busca del tiempo perdido», de Proust, o el «Ulises», de James Joyce. El lector de novela negra hace una profesión de modestia: «No tengo pretensiones de gran lector, quiero distraerme, interesarme, apasionarme, sentir miedo, como cuando era niño o un adolescente; que me propongan incógnitas estimulantes, que me engañen y me sugestionen, como el que se entrega a un juego, a las incógnitas del póker o del parchís. Soy un hombre – o mujer– ocupado. Mis ratos de ocio y soledad, los largos viajes, las noches que se pasan en un cuarto de hotel, prefiero ocuparlos con una novela policíaca o de misterio y, la verdad, es que me lo paso muy bien».

Este tipo de lector es una joya para el escritor especializado, y un gran estímulo pensar en él. Bien se explica por qué respeto, admiro y envidio un género que te permite elegir una cabaña, entre la nieve, con la suficiente calefacción, bien recogidito, inventando cosas terribles que nos pasan por la cabeza, calculando sorpresas y situaciones muy tensas, y todo sin pretender de ningún modo competir con «Guerra y Paz».

¡Qué descanso! Esto es tan gratificante como una pensión económica para todo el resto de tu vida, una pensión de estímulos y de conformidad con uno mismo. Yo siempre he sido un chico especial y me ha gustado recogerme y sentirme al margen, lejos del mundo y del común de los mortales, como si fuera un monje devoto que tiene asegurada la salvación de su alma.


Apetitosos pasteles
Igual que un monje, yo elaboro pasteles o vino generoso que luego se vende y tiene compradores en cantidad. Esos pasteles tienen que ser buenos, apetitosos, y yo trato de guardar las mejores fórmulas y mejorarlas cuanto me sea posible. Y, sobre todo, espero con paciencia, muy tranquilo en el fondo y, más que resignado, contento y satisfecho de lo que hago. Los pasteles se venden y pueden gustar tanto que haya algún «gourmet» que pregunte:
-¿Quién hace estos pasteles?
-El convento de Santa Clara.
-No, ése es el editor, yo quiero saber el autor.
-Es el hermano Francisco de las Nieves, que todo lo da por el convento a cambio de la tranquilidad de su alma. Se sentirá muy halagado, pero seguirá con sus devociones, pues todo lo espera de sus santos, de San Wilkie Collins y del beato Lovecraft. Quiere seguir sus reglas y ceñirse a sus revelaciones. Déjenlo tranquilo y gracias por esta santa casa. Vaya usted con Dios.