Jerez de la Frontera
José Manuel Caballero Bonald: «La memoria es un terraplén donde se acumulan todas las zozobras»
SEVILLA- Desligarse de la vida, dejarse arrastrar por el tiempo y esperar la muerte varado como un cetáceo en una cama es una manera habitual de enfrentarse a la vejez en el universo real y de ficción de José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926). Al autor de «Dos días de Setiembre» no le parece una idea demasiado mala, pero la literatura le sigue demandando volver a la escritura para ajustar cuentas consigo y su pasado, como ha hecho en «Entreguerras», las memorias en verso que acaba de publicar en Seix Barral y que serán su despedida del mundo de las letras. De momento.
–Su último libro se llama «Entreguerras». En todos los conflictos hay vencedores y vencidos. ¿Quiénes están en un bando o en otro en este poemario?
–No hay vencedores ni vencidos, sólo yo intentando abrirme paso entre mis conflictos, recuperando hechos vividos, libros escritos, experiencias dispersas y amigos perdidos. Es una recapitulación de experiencias acumuladas. Sobre todo, desde la postguerra a esta parte, que es la época en la que tengo más clara la imagen del mundo que he vivido.
–¿Por dónde han recorrido sus versos los conflictos que le atormentan?
–Por muchos sitios y con distinta índole. He sido muy contradictorio y pienso que el ser humano por naturaleza es contradictorio. Eso me ha ocurrido incluso desde el punto de vista político, porque yo siempre he sido un hombre de izquierdas que quiere vivir como un burgués. Hay muchas otras cosas, no sólo desde esta perspectiva, sino desde lo práctico, las experiencias amorosas, lo social, cultural y como docente. Todo ese tipo de cosas me fue conformando y me han hecho ser quien soy ahora.
–¿Y ha encontrado ya la «Gran Certeza» de la que habla en su libro?
–La «Gran Certeza» es la muerte, es la única. No la he encontrado ni pienso encontrarla, yo creo que la incertidumbre es un acicate para ir viviendo. Buscar posibles sospechas de verdades es lo que te hace seguir vivo.
–A su edad, algo habrá sacado en claro de todo este lío que es la literatura y la vida.
–Bueno, he sacado en claro que en realidad la poesía sirve para expresar cómo uno es, para abrirse camino en la espesura, cogiendo el verso de San Juan de la Cruz: «Entremos más adentro en la espesura». Eso ha sido todo lo que he hecho durante mi vida para tratar de ver si al final hay alguna luz. Aunque con los años me vuelvo más escéptico, creo menos en más cosas. Lo único que he sacado en claro es mi propia incertidumbre, que no es poca cosa.
– «Entreguerras» está escrito sin puntos ni comas porque, según usted, la memoria trabaja de esa manera. ¿Le ha jugado alguna mala pasada a la hora de recordar?
–El funcionamiento de la memoria es muy complejo y enigmático. No se sabe cómo se canalizan los recuerdos, hay algunos falsos y ajenos de los que tú te apropias hasta hacerlos tuyos. Otros no tienen sentido y hay olvidos, justificados e involuntarios. Recuerdos de los que te quieres olvidar y no puedes. La memoria es un terraplén en el que se acumulan todas las zozobras.
–Ha dicho que éste es su último libro. ¿Es una retirada real o es como la de algunos toreros que no se van nunca?
–No es exactamente así. Lo que no voy a hacer es proyectar un libro a corto plazo, porque ya no tengo ni tiempo ni ganas. No puedo escribir un libro, ni unas memorias ni una novela. Eso no lo voy a hacer, pero un poema es una cosa imprevista. Se te ocurre de pronto y lo vas elaborando en la cabeza hasta que se termina. Eso no voy a evitarlo, no voy a resistir esa tentación.
–¿Sesenta años de vida de escritor dan para cogerle el tranquillo al oficio?
– El oficio de escritor no se perfecciona con el uso. A medida que pasan los años aprendes, vas puliendo con esmero, se perfecciona la poesía, mejor dicho, se va limando de adherencias innecesarias, pero no se aprende con los años. Desde que aprendes lo haces de una manera y eso se va acusando progresivamente. No es algo que llegue con el tiempo.
–Antes ya escribió unas memorias en prosa. ¿No estaba contento con ellas? ¿Prefiere el verso?
–Un poema es lo más ambicioso que se puede hacer dominando un idioma. Un buen poema es superior a cualquier otro género literario.
–Hablando de guerras y conflictos, tendrá claro ya quién es el verdadero enemigo de Caballero Bonald.
–El tiempo. El hecho de cumplir años y ver que uno envejece a pesar de que la vida te va negando cosas. La vejez es una cabronada, como suele decirse. Tienes que renunciar a muchas cosas que te gustan y que ahora las tienes casi prohibidas. La sensación de acabamiento, de despojamiento...
–Desde hace años, ha elegido Sanlúcar de Barrameda y la desembocadura del Guadalquivir como escenario de esa personal lucha con Kronos.
–Suelo pasar la mitad del año allí. Es una especie de predilecto lugar donde me gusta vivir y ver pasar el tiempo mientras miro a Doñana y cuido de mis plantas. Hago la vida del jubilado.
–¿Se ha planteado pasar de jubilado a «acostado»?
–A lo mejor, es una posibilidad que no descarto. Los acostados son muy habituales en los Bonald. Yo he conocido a cinco, mujeres y hombres, que se acostaban a los cuarenta años y no se levantaban nunca. Se pasaban la vida en la cama, que no es mal sitio como lugar estable. Tengo vocación de acostado, pero mi mujer no me deja.
–En «Dos días de Setiembre» casi se puede oler el vino al leer sus páginas. ¿A qué huelen estas memorias?
–A mi vida. A la experiencia de una personas que ha vivido una mala postguerra. Eso está muy presente en el libro. Yo no me puedo olvidar de la sensación de haber vivido una tragedia colectiva. El enfrentamiento de una realidad que detestaba, política y socialmente. Hay exclamaciones un poco angustiosas, porque muestras cosas que quisieras olvidar.
–¿Le ha visto ya el fondo a la damajuana?
–Antes con frecuencia se lo veía, pero ahora no puedo beber como lo hacía antes, no puedo trasnochar. La noche y la bebida eran una forma de insumisión ante todo lo que no nos gustaba.
–¿Fue muy insumiso?
–Mucho y contra mucho.
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