Londres

Libia sin Gadafi: modelo para armar

La Razón
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Una duda estadística
El 17 de octubre, una bomba estalló junto a un centro comercial de Bagdad, la capital de Irak. Mató a siete personas e hirió a 18. Entre los locales afectados por la explosión se encontraba una licorería. Dado que la mayoría de las víctimas eran agentes de la Policía (3 muertos y 8 heridos) se le ha planteado una duda al documentalista de la agencia AP, encargado de la estadística iraquí: ¿A quién se le atribuye el ataque? Si el objetivo era la licorería, a los chiíes; si eran los policías, a los suníes. Claro.


A modo de introducción al asunto de Libia y su futuro, conviene recordar el asesinato del general Abdul Fatah Younis, cometido en una fecha indeterminada entre los días 26 y y 28 del pasado mes de julio. Younis, viejo compadre de Gadafi con el que desempeñó el cargo de ministro del Interior, desertó en los primeros días de la revuelta y su paso al bando rebelde fue decisivo para consolidar la insurrección. Como jefe militar de los rebeldes, dirigía la ofensiva contra Brega y Ras Lanuf cuando fue reclamado por el Consejo para que diera explicaciones. Una campaña de rumores le había convertido en sospechoso de traición.

El caso fue impulsado por el comité religioso del Consejo y fue una milicia islamista la que se encargó de su traslado a Bengasi. El general renunció a su escolta y viajó acompañado de dos coroneles de su Estado mayor. Los tres iban desarmados. Tras el interrogatorio, se les puso en libertad. Pero cuando regresaban al frente, fueron interceptados por una patrulla miliciana, torturados y asesinados. Intentaron quemar sus cadáveres. No hay constancia oficial de quiénes fueron los autores, aunque los testimonios coinciden en atribuir el crimen a la «Brigada de los Mártires del 17 de Febrero», primera unidad organizada por los islamistas libios y que merced al apoyo de Qatar se ha convertido en una de las más potentes brigadas rebeldes.

«La futura Libia será islámica o no será».
La rebelión contra Gadafi ha conformado una coalición heterogénea con objetivos e intereses muy diferentes. Hay tres grupos principales que, contra lo que pudiera pensarse, no responden necesariamente a una base de carácter tribal o regional. Primero, los antiguos colaboradores del régimen, que se oponían a la sucesión dinástica de Saif al Islam Gadafi, el «hijo listo» del coronel. Segundo, la vieja oposición en el exilio, dividida a su vez entre los monárquicos integristas del movimiento senousi y los «liberales» laicos; y, tercero, los islamistas, con quien Saif al Islam, había firmado un acuerdo de paz en 2009 que permitió que salieran de la cárcel más de 2.000 antiguos yihadistas. Salvo los «liberales laicos», refugiados en Londres, el historial democrático del resto es perfectamente descriptible.

Hay otros actores secundarios, como la mafia de Bengasi – integrada por unos 4.000 individuos, que se enriquecía con el tráfico de inmigrantes hasta que Gadafi pactó con Italia–, cuyo papel tuvo su importancia en los primeros momentos, pero que han pasado a segundo plano.

La dispersión de fuerzas obliga, de momento, a mantener alianzas, aunque sólo sea «a la contra»: liberales laicos y exgadafistas contra los islamistas; islamistas y liberales laicos contra los exgadafistas. Pero no es un equilibrio llamado a perdurar. Y no lo es porque, principalmente, hablamos de un país cuya población es profundamente islámica, orgullosa de sus creencias y que tiene en la región de Cirenáica a la cuna del movimiento yihadista. Ciudades como Derna o Tobruck han proporcionado, en porcentaje de población, más terroristas suicidas para Irak que la propia Arabia Saudí; sin olvidar el carácter religioso y antioccidental de los senousis, mayoritarios en Bengasi.

Y, ahora, conviene volver al asesinato del general Younis. Por las mismas fechas, dos veteranos combatientes yihadistas, los hermanos Ismail y Katib Sallabi, el segundo, exiliado en Qatar, no sólo se habían hecho con el mando de las brigadas islamistas, como la «17 de Febrero», sino que habían conseguido una alianza con las tribus bereberes que habitan las montañas del sur de Trípoli. Desde allí, desde el sur, vino el avance decisivo que rompió la resistencia gadafista en la propia capital y decidió la suerte de la guerra. Una ofensiva que contó, pese a los desmentidos oficiales, con fuerzas especiales qataríes, que se «descubrieron» cuando se apresuraron a izar su bandera en su abandonada embajada.

Hasta ahora, los hermanos Sallabi han mantenido un perfil bajo. De Ismail, se sabe que entrenó, también con ayuda de expertos qataríes, a la primera unidad militar digna de ese nombre que combatió en Bengasi y que con él estaba el actual «emir» de Derna, Hakim al Hasidi, veterano de Afganistán y fundador del Grupo Islámico de Combate Libio.

Pero ya han comenzado a hablar. Ismail, por ejemplo, ha dicho que «Libia será islámica o no será» y ha pedido al presidente del Consejo de Transición, Mahmud Yibril, que dimita «porque un extremista laico como él no puede dirigir nada en Libia».


Una vez más, le echarán la culpa al pueblo indignado
El rebelde que capturó a Gadafi tiene 21 años y se llama Oman Chaaban. Marchaba con su unidad al frente de Sirte cuando se tropezaron con un grupo de gadafistas dispersos tras un bombardeo de la OTAN. Cuenta que un hubo un tiroteo y que un oficial enemigo, herido, les dijo dónde se ocultaba el coronel. Que lo sacaron del desagüe, que le dieron un par de tortas, le tiraron del pelo y le pegaron con un zapato, pero que lo metieron en una ambulancia que estaba a unos mil metros de allí. «Nosotros no le matamos». En la imagen, tomada de un vídeo, se ve a su hijo, Mutasim Gadafi, prisionero. Fuma y parece tranquilo, aunque agotado. Tiene un herida en el cuello. No hay masas delirantes. Todo es calma. El forense dice que lo mataron con una ametralladora pesada.