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Actualidad
Enrique Seco San Esteban / Pintor y poeta: «Sólo el adobe de Castilla y León tiene más Historia que los Estados Unidos»
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Nos avisó Jesús Fonseca: «Come pan, bebe vino y dice la verdad». Y no sólo eso. Enrique Seco San Esteban es también un pintor al margen de lo que la época, siempre dispuesta a tragarse la última sandez pixelada, asegura que debe ser el arte. Desde su humilde casa de Carrascal, acompañado tan sólo de sus gallinas y sus gallos, en una calle que lleva su nombre, vive con esa compleja sencillez que parece reservada a los santos y a los sabios. Pertrechado tras la solidez de sus valores cristianos, este zamorano se desliza hacia lo esencial en cada una de sus frases, para desvelar en ellas, a veces emocionándose hasta el llanto, todo lo que es importante. Se trata de la imperfecta y hermosa geometría del mundo, la que va desde una brizna de hierba que se pega en la piel al atravesar descalzos un prado hasta la caricia de una madre que da pleno sentido a una áspera mañana de nuestra infancia. Lo que cuenta es la verdad, lo fundamental:
Lo que queda tras la batalla. No hay vanidad, tampoco apariencia. Sólo vida que fluye:
«A mí ya no me cambia nadie. Vivo en conciencia, sin remordimientos, sin que tenga que lamentar un mal gesto, una mala palabra, una mala acción. Sólo así es posible vivir en paz y dormir bien. No tengo dobleces».
Duele decirlo, pero es algo poco habitual.
Hay quien está hablando y está pensando en lo que va a decir para no quedar atrapado en la trampa de la mentira… En mi caso, sin embargo, hablo con naturalidad, por lo que siempre digo lo mismo. Así da gusto hablar.
Y con la verdad rara vez nos equivocamos.
Una persona cuya vida se basa en la mentira tiene que tener mucha memoria. Por eso los jueces interrogan tanto a los procesados: para pillarles en un renuncio. Pero si pasan los años y siempre dices lo mismo, queda el poso de la verdad, que es irrebatible.
¿Cuesta ser así?
Hay dificultades. Pero, cuidado, mi forma de ser tiene más ventajas que desventajas. Como voy con la verdad a mi lado, soy generoso. No concibo otra forma de caminar por la vida.
Mantener ese paso requiere bastante firmeza.
Hay que estar muy seguro, sí. Como ese pasaje bíblico que dice que lo que ves es lo que posees. Pero vivimos en un mundo donde la gente sólo quiere recibir, sin dar a cambio.
Eso es lo fácil. Cualquier imbécil sabe hacerlo.
Pero es imposible vivir así. No se puede abandonar el campo y esperar que llegue la cosecha. Nadie puede vivir sin dar. Mi madre decía aquello de «manos que no dais, qué esperáis». Y tenía razón.
¿Cuáles son las consecuencias de ese egoísmo?
Vivir así, sin valores, es algo que vacía al ser humano. Al principio la gente se siente embriagada y después se siente defraudada. La vida se convierte en algo vacío, sin sentido alguno.
¿Nos va a tocar cambiar a la fuerza?
Ahora estamos en la época de las espinas. Pero la Historia son ciclos. De momento se han perdido los valores indispensables… Y tenga por seguro que la vida fácil es vivir en pecado.
¿Hay que recuperar los valores, digamos, cristianos?
Se lo decía el domingo al sacerdote de Carrascal: la Iglesia es la que sigue llevando la palabra de amor al prójimo y lo demás son guerras. Cuando faltan esos valores…
Es posible que a la Iglesia le haya faltado adaptar su mensaje al desierto de la vida actual…
Cuando uno cambia, es porque alberga una duda. Pero cuando uno está convencido de algo, descubre que todo tiene un sentido. Aunque yo fuera el último hombre sobre la tierra, pensaría igual. Sin ese convencimiento, yo no sería nada. Y ése es el mensaje de la Iglesia.
¿No ha envejecido?
Los diez mandamientos siguen vigentes. Pasan políticos, pasan modas, pero el mensaje de Cristo permanece. Es lo más perfecto que hay. Quien se salga de él sólo se perjudica a sí mismo. En la misa nunca cuentan nada malo…
Premio Castilla y León de las Artes en 2011, sus inicios en la pintura fueron autodidactas. Hizo la inevitable peregrinación a París, para aprender de ese aparente desaliño, tan humano, de los impresionistas. Y regresó a Zamora, donde, entre otros temas, ha llevado al lienzo, con la pincelada suelta del artesano que persigue hacer bien su obra, los oficios tradicionales de las gentes que conforman Castilla y León. Es pintura contemporánea, pues habla de nosotros, aunque ahora gastemos teléfono móvil:
«Hay una poesía que dice: ‘Cuando los hombres eran hombres y la pana era pana…' Antiguamente la pana era de verdad. Siempre se ha dicho eso de ‘duras más que un traje de pana'. Pero hoy, en cambio, la pana es un tejido corriente, frágil».
¿Cómo recuerda la Zamora de antaño?
Sobre todo, la feria de San Pedro. Venían los artesanos de todos los sitios a vender sus aperos. La Plaza Mayor era una exposición de yugos, de cascabeles… Aquello desembocaba en la Plaza de las Delicias, que era donde un servidor vivía. Era una preciosidad.
¿Cómo era su vida entonces?
Eran días de juegos, también de dibujos, pues siempre he pintado. He sido autodidacta. Soy fundamentalmente pintor, pero podría ser también escultor o poeta. Toda mi vida ha estado dedicada al arte.
¿Recuerda a sus padres?
Eran gentes esforzadas, generosas, con ese carácter tan propio de Castilla y León. Mi padre era maestro chocolatero y mi madre era la mejor modista del mundo.
Ella ha sido muy importante en su vida…
Era una mujer que prácticamente lo dio todo. Cuando no se pudo valer por sí misma, le dije: «Mamá, yo te asisto hasta el final». Cuidar de ella ha sido una satisfacción personal, espiritual y social.
Usted viajó a París en los agitados sesenta.
Fui por la pintura. El resto me sobraba. Y viví el famoso Mayo de 68. La verdad es que parece mentira que el ser humano fuera capaz de aquello. No iba conmigo.
Es la primera vez que escucho a alguien que no lo idealiza. Qué alivio.
Mi mayor recuerdo de aquellos días es la Plaza de la Concordia llena de basuras, con las ratas corriendo por las calles. Como he dicho, a mí no me cambia nadie.
Pero París algo le cambiaría…
Amplié mis conocimientos. Hay personas que han ido a París y París no ha entrado en ellos. Yo fui a París y París entró en mí. El recuerdo de esos años es muy emocionante para mí…
Fue en busca de los impresionistas…
Hoy aquel París ya no existe. Los mismos parisinos hablan de «París podrido». Los impresionistas vieron que los bocetos, los apuntes de los grandes maestros, tenían más fuerza que el cuadro acabado. Aquello me interesó.
A fin de cuentas, el alma es imperfecta.
El cuadro acabado tiene belleza, pero nunca la fuerza de la espontaneidad. Por eso pinto de primera intención, con pinceladas sueltas, con colores que definen a la obra, que es siempre luz.
Y ajeno a las modas, haciendo su camino.
La gente cae en lo fácil porque le interesa. Yo también tuve esa época, pero me gusta rodar la piedra de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo. Y la belleza la entiende todo el mundo. No hay que explicarla.
¿Le tentaron en París?
Por supuesto. Pero renuncié a todos esos cantos. Me propusieron pintar falsificaciones de Matisse. Muchos de esos falsificadores, a los que conocí, se fueron más tarde a Palma de Mallorca y a Nueva York. Sus nombres son conocidos… Pero yo hubiera preferido mendigar.
Finalmente regresa a Zamora.
Y al principio no fue fácil. Por envidias, algunos se empeñaron en ponerme un cerco, pero ya les dije que, cuanto más grande fuera, mayor sería mi salto para superarlo.
Y así ha sido.
Miguel Delibes, que en paz descanse, decía que para triunfar tenía que ponerse a la cola en Madrid. En mi caso, desde mi pueblo, con papel de fumar y un chispero de mecha, esperé a que mi obra hablase por sí misma.
En ella ha retratado a la Castilla y León de siempre.
He pintado sin hacer concesiones a nada. He pintado nuestro campo, que es poesía, donde hay movimiento, donde hay vida, desde un buey hasta un campesino. Ésa es la poesía de la pintura.
Además, se ha pateado bien esta tierra...
Y lo sigo haciendo. A veces pinto algún bodegón, pero mi obra pictórica es esencialmente rural. Ahora me gusta pintar esas flores que, como las amapolas, crecen en las cunetas, sin que nadie se fije en ellas.
Pinta, a fin de cuentas, lo que siempre estará ahí.
Es que tiene más Historia el adobe de Castilla y León que todos los Estados Unidos. Pero estamos inseguros de lo que hacemos. Antes hacíamos muebles de nogal y ahora de formica. Hemos cambiado lo bueno por lo malo…
En el arte, el tiempo sí pone a cada uno en su sitio.
El mejor principio del arte es el tiempo. Puede llegar en su momento, pero, en mi caso, al menos lo he visto en vida. Para mí ha sido un orgullo recibir el Premio de las Artes de Castilla y León.
Para usted es un premio especial, ¿no?
El acto fue impresionante. Son unos premios como no los hay en toda Europa. A veces olvidamos que Castilla y León es el territorio más grande del continente. Y tenemos que hacer honor a lo que somos.
¿Se resarció así de la actitud de aquellos envidiosos?
No pensé en ellos. Estaba tan emocionado… Cuando don Juan Vicente Herrera me puso la medalla, la besé. Alguien me dijo que hasta entonces ninguno había sido capaz de besarla. Parece mentira…
Habrá quien piense, ya sabe, que fue oportunismo.
Y se equivocará. Lo que me movió fueron los sentimientos a mi patria, a mi tierra, a mi sangre. No voy a mentir. No tendría sentido.
¿Le preocupa que le tomen por un falso humilde?
En absoluto. Existe una falsa humildad, pero se nota en seguida, pues no nace de las raíces. Es como cuando Jesucristo puso la otra mejilla. Lo hizo con naturalidad. Lo que no se hace así no persiste, es efímero.
Otra cosa poco frecuente: ha elegido la soledad…
La soledad buscada es fecunda, pues se puede emplear todo el tiempo de ella. Hoy lo comparto todo con el arte, con Dios. Lo que ocurre es que la gente sólo quiere la soledad para divertirse…
¿No extraña compartir su vida con una pareja?
No voy contra la voluntad de Dios. Es decir, no busco. No aparece nada. Y como Dios no me lo ha dado, pues estoy bien así. Igual un día aparece…
De hecho, vive como San Francisco, rodeado de aves…
Y esto no lo cambiaría por nada. Todo lo que no sea fruto de mi soledad no me pertenece. Mis verdaderos hijos son mis actos, pues son los únicos de los que puedo responder. Toda la responsabilidad es mía.
¿Y la familia?
La familia es lo más grande la vida. En la mili había personas que no sabían escribir y yo les escribía la carta. Me pedían que pusiera: «Queridos padres, mandadme dinero». En su lugar, yo escribía: «Querido dinero, mándame padres».
Quizá su familia sea Carrascal.
Aquí viene todo el mundo a verme, a contarme sus cuitas. Recibo a todos. En el pueblo de mis abuelos, si había un labrador enfermo, los demás le hacían las labores. El ser humano está para ayudar.
Y ha hecho mucho por el barrio.
He arreglado el cementerio y el campanario. También he pintado una hornacina con una Virgen. Y pagué la reparación del tejado de la Iglesia. Pero me da vergüenza hablar de estas cosas.
Bien, por sus hechos los conoceréis.
Pero también se puede decir eso de «lo que hace tu mano derecha no lo sepa la izquierda»...
Los hechos están ahí. Y se cuentan. Si no, mentimos.
Hay algo cariñoso y respetuoso en su frase. Por eso hay que contar las cosas, tiene razón. Si no, hay quien piensa: «Como no se difunde, voy a ser malo».
Otra de sus pasiones es la poesía.
Cuando me quedé solo, al morir mi madre en una Nochebuena, empecé a escribir. La primera poesía se la dediqué a ella. Me vino una necesidad de contar. La palabra es el medio de comunicación más grande que hay en la tierra.
Hoy hay poca poesía. O al menos se esconde bien.
La poesía sólo sale si el alma brota. Aparece en la cárcel, en la desgracia, en la enfermedad. Es hija de la melancolía. Y es un campo de batalla perfecto para poder luchar.
Desmiente usted el cliché sobre el carácter castellano y leonés…
He recorrido y he pintado mucho el campo de Castilla y León y ha habido gente que me ha ofrecido ir a su casa a dormir sin conocerla. Somos gente generosa, que comparte, pero no tonta. A mí no me gusta deber nada. Eso se halla en mi rostro, en mi mirada, en el amor a mis semejantes.
Al final, a eso se reduce todo, a esa verdad: el amor.
Somos amor. Es la fuerza para afrontar la vida. Sin él, toda energía es vana. Si recuperásemos el amor, y no pensáramos tanto en el dinero, detrás vendrían los demás valores…
La conversación termina mientras anochece. Ante tanta sinceridad, casi en carne viva, poco cabe añadir. Nada cambia, todo se repite. La mentira, la vanidad o el egoísmo siguen marcando el paso de nuestros días. Siempre ha sido así: va en nuestra naturaleza y sólo hay un final posible. A Enrique Seco no le importa. Él habita el mundo en armonía, en el silencio de su pintura y su poesía, de su inabarcable humanidad. Escuchar sus palabras, observar su vida y su obra, quizá sea lo más cerca que algunos podamos estar de la verdad, de la trascendencia. No es poco.
DE CERCA
-Un poeta.
Santa Teresa de Jesús.
-Un libro.
La Biblia.
-Un pintor.
Velázquez.
-Un escultor.
Miguel Ángel.
-Una música
El himno de la alegría
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