El derbi de Champions

España
Amieva, mago y anticuario, es el comisario de la primera exposición que la Biblioteca Nacional dedica a la magia en su tricentenaria historia. Ilusionistas, escapistas, científicos a su manera, espiritistas embaucadores, en todas esas categorías cabe un mago. Para cuidarse de ellos, en 1603 se publicó «Fiel desempeño contra la oscuridad y los juegos». Antídoto contra la mano más rápida que la vista. Y sobre todas ellas hay libros en España desde 1733, cuando se publicó el primero, «Engaños a ojos vista y diversión de trabajos mundanos», una traducción de textos franceses y alemanes, del que llegó a haber ediciones piratas. La magia, entonces, quedaba reducida a los «juegos de sociedad», mnemotecnia e inocentes juegos de «prendas» para salones más bien burgueses.
Barajas de cinco siglos
Por entonces, los juegos de cartas estaban prohibidos. El Estado era el único autorizado para fabricar naipes, un invento traído de Asia, aunque hay discusión sobre quién las adoptó primero. «Se dice que fueron los alemanes y los franceses, pero no hay pruebas. Los primeros en adoptar las cartas como entretenimiento fueron los españoles», decía Amieva ante una reproducción de baraja de 1548 o un naipe trucado (mitad cinco de oros, mitad rey de bastos) del siglo XVIII. La magia, que no es otra cosa que mayor conocimiento o habilidad, pasó del «arte de amenizar veladas» al lado oscuro: adivinaciones, quirománticos, hipnotizadores, «son magos que hacen trampas», dice Amieva. La exposición le dedica una parte a los «garitos» (sic) y al timo con ejemplares del «Secreto de la doble vista» y el «Cálculo para adivinar la edad de una persona» (1880). Después surgieron los magos científicos, que se valían de la ignorancia general sobre electromagnetismo o los nuevos materiales descubiertos.
«Los magos experimentaban antes que los científicos», afirma Amieva, que aporta la mitad de los fondos de la muestra de su propia colección personal. «La culpa la tiene Borrás», bromeaba sobre su experiencia adictiva con el juego infantil, parecido al que se exhibe en la Biblioteca, de 1950, el mismo año del que se conserva un «Cheminova». Sobre este capítulo, un título de 1879 promete «El arte de hacer milagros» y otro previene: «Diccionario infernal» (1849). Entre los fondos más curiosos está la biografía de «Fructuoso Canonge, el Merlín español» (1875) o «Los prestidigitadores al alcance de todos» (1948), del Padre Wenceslao Ciuró. Según Rafael Amieva, para los que quieran aprender a ser magos, hay un consejo ineludible: «Cuanto más leas, mejor mago serás». Y una advertencia: nunca te fíes de lo que ven tus ojos.
«Palacio desencantado»
Míster Macallister se afincó en Madrid y tuvo enorme éxito con su espectáculo de magia hasta que se pasó de ilusionista o de listo y el empresario Antonio Rotondo le demandó por estafa. Rotondo conocía los trucos de su actuación y publicó en 1847 «El palacio desencantado de Míster Macallister», en el que destripaba su número. «Es lo peor que nos puede pasar», dijo ayer Amieva delante de otros ejemplos de libros que enseñan trucos, como el de la imagen, anterior a 1900.
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