Estreno

Entre tinieblas

Director: Tim Burton. Guión: Seth Grahame-Smith.Intérpretes: Johnny Depp, Michelle Pfeiffer, Helena Bonham Carter. USA, 2012. Duración: 113 min. Comedia.

La Razón
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Miren la foto superior. Está en blanco y negro. Se llama «Ed Wood», una joya de Tim Burton. La protagonizaba el peor director del mundo, la dirigió uno de los más creativos y marcianos del planeta, y aparecía también Bela Lugosi, el vampiro de mentira que terminó creyéndoselo. Pobre hombre, murió disfrazado de Drácula y con la firme convicción de que una madrugada volvería a caminar entre los vivos. Hay un problema importante en la nueva película de este Burton nervioso: la nueva criatura de la noche que inunda la pantalla es real, pero acaba por recordarnos a un mal actor que no se cree del todo el papel. Y Depp, moderado, caballeroso y feliz, no tiene la culpa. Miremos lo positivo, que lo hay no obstante. Porque hablamos de quien concibió «La novia cadáver», «Sleepy Hollow» (de hecho, existen guiños a las dos en «Sombras tenebrosas»), «Charlie y la fábrica de chocolate»... El aparataje artístico y técnico, la fotografía, el prólogo, impresionante, prometedor en tonos grises y nieblas. Y, minuto arriba o abajo, la media hora final, donde Burton cae en la cuenta de que estaba contando una historia de amor trágicamente romántica y la recupera para precipitarla al vacío.

Ahora, echemos un vistazo al relleno de este bocadillo un tanto indigesto: ¿a cuento de qué una comedia con tanto «gag» gótico cañí sin gracia? He ahí uno de los defectos congénitos de la cinta. Dos siglos después, Barnabas Collins regresa a casa: años 70, tiempos de hippies y guerras, los enloquecidos descendientes le dan la bienvenida, y también una doctora alcohólica, y una chica que le recuerda a la que quiso y perdió. Personajes que van, que vienen, que hablan y sueltan, cielos, otro mal chiste (sólo los muy «friquis» pillarán risotada), y en los que apenas profundiza, da la impresión de quererlos poco o no conocerlos bien. Barnabas se lava los dientes (supuestamente era divertido), aporrea la televisión e intenta recuperar el esplendor del hogar mientras tiene unas divertidas escenas de sexo mefistofélico. En medio del colorido batiburrilo, sin embargo, el espectador quizá se pregunte dónde olvidó Burton al Niño Concha, ese pozo de mágica melancolía, de ilusionante ternura que desbordaban los ojos de Lugosi y Manostijeras. No, desde luego, en los de Barnabas, brillantes y vacíos como dos canicas. Imponentes, majestuosas y vacías sombras chinas, nada más.