Historia

Estocolmo

El cabo del miedo: Busquets el hombre orquesta

Es elogiable la firmeza de un chaval que es un inmenso futbolista. No se arruga ni ante los tuercebotas ni ante los fascistas con barretina. Le hemos visto este año maneras de actor de cine mudo, sobreactuado y chocante, esperpéntico y exagerando la mueca.

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Mi nombre es Sergio
Es elogiable la firmeza de un chaval que es un inmenso futbolista. No se arruga ni ante los tuercebotas ni ante los fascistas con barretina.

Me sorprende el final de temporada de María José. Para mí que se ha rendido y ha abjurado de su otrora orgullosa condición de sufridora atlética. Hace un par de semanas, arremetía contra Daniel Alves por sabe Dios qué defectillos. Hoy le ha dado por Busquets. Se conoce que, presa del síndrome de Estocolmo, de tanto leer las chorradas de la central lechera se ha convencido de que vale más ver a Pepe y a Lass escupir por el colmillo que aburrirse con el tiqui-taca amariconado del Barça. No me lo quiero creer, pero me aseguran que el día del Almería la vieron llorar emocionada con el récord de goles de Cristiano. Llevaba un casco de vikingo y una camiseta con la leyenda «Kun, vente a Chamartín». De Busquets se pueden decir muchas cosas buenas, pero la mejor, nada tiene que ver con sus aptitudes futbolísticas. No sé si han notado que este pedazo de «crack» lleva su nombre de pila, y no su apellido, encima del dorsal: pone «Sergio» con o de olé. Nada de vernáculas amputaciones como la que perpetraba aquel lateral izquierdo que jugaba con Pep, sin e de España, Guardiola. En ciertos clubes, estos detalles denotan personalidad. ¿No recuerdan a ese central del Alavés con toda la cara de haber nacido en el Bajo Guadalquivir que se puso en la camiseta Karmona? Era el vivo ejemplo de cómo la política es capaz de contaminar hasta el nombre de un individuo. Por eso es elogiable la firmeza de un chaval tan joven que, encima, es un inmenso futbolista. No se arruga ni ante los tuercebotas ni delante de los fascistas con barretina.

Involución
Le hemos visto este año maneras de actor de cine mudo, sobreactuado y chocante, esperpéntico y exagerando la mueca.

Busquets hizo la otra noche otro de esos partidazos de los que se suele marcar habitualmente; aunque en los primeros minutos tuvo que sufrir por la presión del United, enseguida recuperó el tono y jugó como si tuviera diez años más, como un veterano, marcando su territorio con una solvencia apabullante. Que el de Sabadell es un futbolista esencial y magnífico no es ninguna novedad. Una delicia para cualquier colectivo, un seguro de vida, un obrero leal y solvente, Busquets también ha tenido mucha culpa del éxito de nuestra Selección. Si Luis proyectó su figura en el campo en Xavi, Del Bosque eligió a Sergio para poner en práctica su idea. Pero quizá, durante este último año, la novedad en Busquets no invita a felicitarse. Lo que ha protagonizado no es una evolución, sino una involución, es decir, un retroceso biológico. Como sabemos de su afición por el mundo animal y por las monas, estamos convencidos de que sabrá de qué estamos hablando. A Busquets le hemos visto este año maneras de actor de cine mudo, sobreactuado y chocante, esperpéntico y exagerando la mueca. Pero, sobre todo, lo que hemos descubierto son algunas actitudes primitivas, poco cultivadas, básicas. Sentimos comprobar que un jugador excelente, que podría haber firmado una hoja de servicios impecable, pasa ya por un marrullero, un macarrita de bar, un tipo al que hay que vigilar de cerca porque suelta mensajitos para provocar. Qué pena que no haya tomado nota de lo que tiene alrededor, de ese fenómeno que se llama Puyol y que imparte lecciones en silencio. Una lástima.