Hollywood

Seducción medieval

La Razón
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El último reclamo turístico de algunos pueblos para atraer de forma irresistible a los veraneantes de la ciudad es todo un hallazgo: la misa en latín. De espaldas e íntegra, con sus ornamentos y labradas vestiduras, desde el «Dominus vobiscum» hasta el «Ite missa est». El oficio se anuncia incluso en los periódicos provinciales, al lado del Desfile de Pendones y Justas a Caballo. En la Merindad de Valdeburón, un remanso de brañas en la montaña leonesa, si no hay misa en latín no hay banquete medieval. Como allí, en otros muchos pueblos y villas se asiste desde hace algún tiempo a un «revival» de la Edad Media y sus variadas expresiones, desde la mística de las órdenes de caballería a los desembarcos vikingos, pasando por los torneos de armas y las desmesuras gastronómicas, sin contar en esta lista con los tan arraigados festejos de moros y cristianos. Rara es la fiesta popular que no incluye en el programa un mercado medieval o que en sus pasacalles no desfilan pálidas princesitas y valerosos caballeros con cota de malla, mandoble al cinto y celada rematada en plumero multicolor. Punto y aparte es la fiebre por la Orden del Temple, que ha prendido como la pólvora y allí donde hay fortaleza, castillo o fábrica templaria se reivindica su memoria con una fe de carbonero o de nacionalista. La pasión por esta orden ligada al Camino de Santiago se nutre cada año con la ordenación de nuevos caballeros y la imposición de hábitos, ceremonia ceñida a las leyes de la Caballería que los neófitos prometen solemnemente cumplir. Ahí es nada. En plena revolución cibernética, cunde el gusto por los remotos tiempos que habitaban héroes sin tacha, y parece que los jóvenes han hallado al fin los pilares de la tierra, donde campean las virtudes del caballero andante. Tal vez detrás de todo este decorado veraniego, recreado con la discutible estética de Hollywood, aleteen valores arrinconados o dormidos por la sociedad global, tecnificada y relativista. Diríase que el robinsón urbano siente nostalgia por el sentido de comunidad, la honradez de las formas sencillas, el pálpito de la tierra, el sosiego de la piedra, la hondura del misterio... Impulsos de un eterno retorno que se dirigen a un Medievo idealizado que nunca existió más allá del mito, y deseos de aferrarse a viejas raíces para resistir el vendaval de la globalización. Si la misa, además de en latín, es cantada en gregoriano, la oferta resulta imposible de rechazar.