Historia

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«Las cesantas»

La Razón
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Una vez que el presidente Rodríguez Zapatero haya hecho parte de lo que le pedían el PP y los taxistas –cepillarse un par de ministerios innecesarios– es tiempo, más que de esperar una revolución gubernamental que enmiende los males del país, como espera el gran visionario, de ocuparse por otro lado del triste aspecto de la comedia humana que suele acompañar a estos súbitos cambios y regeneraciones en el poder que tanto gustan y tanto apañan en la política española desde hace siglos cuando vienen crudas.

Es triste por ejemplo hacer el obituario del Ministerio de Igualdad, que parecía tan jovencito y tan fresco, como para darle potitos, mecerlo en los brazos y darle palmaditas en sus sonrojadas mejillas. ¿Qué va a ser ahora de sus esforzados miembros y miembras? En esta sociedad donde de nuevo van a proliferar, como en las zarzuelas antiguas, los cesantes y cesantas (pongámonos modernos). Más curro para el nuevo ministro del trabajo, don Valeriano el sindicalista, que se las va a ver y desear para recolocarlos en cargos y carguitos. Algo tan penoso como dejar en la calle a los del Ministerio de la Vivienda.

¿Merece doña Bibiana Aído una elegía, tras sus allegros ideológicos y sus dotes para el neologismo? Ha debido ser un duro golpe descubrir que la igualdad no existe y que una acaba de palmera de Leire Pajín y su escaso duende para el zapateado. Una señorita con demasiados humos para obligar a la gente a dejar de fumar.

Por el contrario, la que parece que ahora se puede echar un pitillo a gusto es la querida Trini Jiménez, el rayo que no cesa, el caso más extraordinario de triunfo a costa de fracasos, tan estupenda e intocable, destinada hoy a pasear su gracejo por esos mundos de Dios. Llega Rubalcaba, sálvese quien pueda. Ya sólo falta cesar al César.