Miami

El marido de la Esteban quiere volver a trabajar por Jesús MARIÑAS

Asombra con innovaciones antiprotocolarias y establece nuevos cánones en algo tan tradicional como un enlace donde todo parecía inventado. Eran costumbres que tan sólo variaban en lo que a vestimenta se refiere, pero Carla Goyanes está revolucionando con su boda prevista para el 16 de julio.

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Tras la chocante confirmación de que ya celebró la civil obligada por trámites y exigencias del Gobierno norteamericano, vuelve a despistar al personal organizando su despedida de soltera ¡dos meses antes del casorio! Es lo nunca visto. Se celebrará mañana por la noche en la sala Gabana. El novio, Jorge Benguria, marcha a Miami y todo hay que precipitarlo. Han cursado invitaciones y hasta convocan a la Prensa, «que, por limitaciones de aforo, deberá trabajar en la calle».

Todo parece transformador del ritual casamentero, pero ella, ayer, durante el desfile de Rosa Clará en Barcelona, restaba importancia al asunto: «son nuevos tiempos» dijo. Estas anomalías no se darán el sábado, cuando, en los jardines del Palacio de Liria, Jacobo Siruela hijo celebre su enlace. Son dos maneras de unirse y hay que entenderlas, porque se adaptan y responden a necesidades de ambas parejas. Lo de Carla rompe moldes. Como también el inconformista de Fran, marido de Belén Esteban, contrario a su forzado e incómodo paro laboral. Lo impone la real voluntad de su caprichosa esposa a fin de asegurarse que el mozo no aprovecha la excusa laboral para irse de juerga con los que ella define como sus «amigotes». Desde primero de año lo tiene mano sobre mano, imaginamos que poniendo en orden el chalé recién estrenado de Paracuellos.

Él está de los nervios, y parece lógico ante semejante immovilismo. Porque con la «princesa del barrio» no hay término medio. Vuelven a la matraca del embarazo, inagotable fuente surtidora de comentarios. Incluso aseguran que Belén exigió a Paolo Vasile explicaciones por los comentarios que desestabilizan su fama, ya decadente. La decisión de Fran de retomar su trabajo tras la barra del bar paterno sólo merece parabienes, ya que parece que no echan adelante el proyecto marital de instalar su propio negocio. El marido de Belén añora las charletas entre copa y copa, la entrañable relación con su progenitor, y también, para qué disimular, su libertad de otros tiempos. Belén lo tiene en una cárcel de oro imposible de aguantar. Se avecina una buena. Motivos no faltan para la trifulca.