El derbi de Champions

Londres
El difunto Ben Laden, que en paz no descanse, además de un asesino de masas era un guarrete del autogozo. En su refugio pakistaní se encontró una buena colección de material pornográfico. La pornografía es la degeneración del erotismo, la asquerosa vulgaridad impresa, fotografiada o filmada para la gente que carece de imaginaciones y fantasías. Los mitos se derrumban por los pequeños detalles. Aquellos –que los hay–, que veían en Ben Laden un justiciero contra el mundo occidental y la civilización cristiana, se habrán llevado una decepción de órdago. Suena muy duro, pero entre crimen y crimen, se la meneaba. Ignoro si Alá, y Mahoma su profeta, toleran la pornografía. Sospecho que no. En España aún se confunde el erotismo con la pornografía, porque durante el franquismo todo lo que conllevara un mínimo mensaje sensual se consideraba pornográfico. Pasábamos la frontera de Behovia o Irún sentados sobre los «Play Boy» que interpretábamos como una aspiración de libertad. Cuando los aduaneros españoles nos descubrían el material prohibido, sencillamente nos lo quitaban para llevárselo a sus casas. Se rodaban películas con dos versiones por la simple insinuación de un pecho femenino, y la gente se mostraba muy despistada con la cosa.
Éramos diez hermanos. Ahora somos nueve. Ocho varones y dos mujeres. Coincidimos todos en Londres. Camino de las «Burlington Arcade», en la calle Piccadilly, una manzana más arriba de la ocupada por el Hotel Ritz, había un cine. En los cines de Londres se permitía fumar. Sesión continua desde la diez de la mañana. Así que vi la cartelera y me introduje en la primera sesión. La película no era pornográfica, pero sí erótica. «Una rubia en la playa». Bastante tostón. Muy poco público, que fue incorporándose durante la filmación. Era una rubia que reía y se bañaba sin la parte de arriba del biquini. Una bobada. Fuera de eso, nada pasaba, ni había diálogo ni tenía argumento. Terminada la proyección, las luces se encendieron. Seis hermanos, sin acordarlo previamente, estábamos allí, cada uno en una fila de butacas diferente. Nos avergonzó la coincidencia. Y había un par de griegos y una decena de ingleses con problemas en sus hogares. Aquello que estaba prohibido en España era una tontería. Eugenio Suárez, el gran periodista fundador de «Sábado Gráfico» y «El Caso», tenía un cupo gubernamental para su semanario de sucesos. Sólo dos crímenes por semana. En una de ellas, el crimen carecía de interés. El cadáver de un hombre en una pensión con un golpe en la cabeza. Entonces Eugenio adaptaba la noticia al escándalo social de la época, y añadía: «El cadáver del individuo asesinado estaba rodeado de revistas pornográficas». Y los lectores se asustaban más. Eugenio ha sido el inspirador de la noticia que nos ocupa. Ben Laden vivía entre películas pornográficas. Uno creía que Laden, a pesar de su edad, era un hombre de éxito entre las mujeres de su banda, y que no precisaba de manoteos y mangoletas para calmar sus resignadas primaveras. Pero no. Era un guarro. Todos lo hemos sido, pero no pretendemos ocupar un lugar en la mitología de los tontos. Ahora ya sabemos distinguir, más o menos, lo que es erotismo y pornografía. Lo primero es consecuencia de la imaginación y el buen gusto. Lo segundo es una marranada total. A Laden le gustaba lo segundo. Y ésa es la conclusión agradable de este comentario. Ya no se la menea.
El derbi de Champions