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ANÁLISIS: Un año electoral encarnizado por Mark Steyn

La Razón
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Por si dudaba de que estamos abocados al año electoral más encarnizado que se recuerda, considere el decidido esfuerzo de los comentaristas de izquierda –a los 10 minutos de su triunfo en Iowa– por presentar al candidato conservador Rick Santorum como un marciano. En la cadena Fox, el periodista de centroizquierda Alan Colmes reflexionó sobre las «rarezas» de Santorum. En concreto comentó que «se llevó a casa su bebé fallecido a las dos horas de su nacimiento». Eugene Robinson, columnista de izquierdas del «Washington Post» ganador del Pulitzer, apostaba por la estupidez e insistía en que el «escándalo del bebé-muerto» demuestra que Santorum «no es un poquito raro, es raro de verdad».

La corta vida del bebé Gabriel Santorum parece una curiosa prioridad del mundo político en un momento en el que el País Más Arruinado de la Historia sale al encuentro del destino.

En el año 2008, la izquierda ridiculizó alegremente al bebé vivo de Sarah Palin. Sólo era cuestión de tiempo que se dedicara al bebé muerto. En el año 1996, el matrimonio Santorum fue informado durante la gestación de que su hijo sufría un defecto mortal y que no iba a sobrevivir más de unas horas fuera del útero. Gabriel nació, sus padres lo sostuvieron y lo envolvieron, y lo bautizaron. Y dos horas más tarde fallecía. Decidieron llevarse el cuerpo a la casa.

La izquierda predica sin parar su «empatía». El presidente Obama, por ejemplo, ha dicho que para su elección de candidatos a juez se fija en «la profundidad y el alcance de la empatía». Como dijo a sus colegas proabortistas de la organización izquierdista Paternidad Responsable, «nos hace falta alguien que tenga corazón –la empatía– para reconocer cómo es ser una madre soltera adolescente». Empatía, empatía, empatía...

Sin embargo, es incapaz de imaginar cómo debe de sentirse un padre que sufre la experiencia de la muerte y de la vida la misma jornada. La tan presumida capacidad de empatía de la izquierda fracasa estrepitosamente cuando se enfrenta a aquellos con los que discrepa a nivel político. El conservadurismo de Rick Santorum no es de mi gusto, y puedo ver la razón de que la gente discrepe con él. La cantinela convencional contra la derecha es que son hipócritas, votan a favor de la Ley de Defensa del Matrimonio y luego flirtean con un policía de paisano en los lavabos masculinos del aeropuerto. Pero Rick Santorum vive según sus valores, y eso parece molestar a la izquierda todavía más.

Esto es extravagantemente raro: todos estos miembros ridículos y absurdos de la prole de Santorum van a pagar la seguridad social y las pensiones de todos los equilibrados hippies profesionales sesenteros que tienen hijos diseñadores a los 39 años. De forma que, por si ayuda a «empatizar», hay que verlos como vírgenes suicidas que se lanzan al volcán sin fondo de la deuda del Estado intervencionista.

Hace dos semanas escribí: «Un país, una sociedad, una comunidad es un compacto entre presente, pasado y futuro». Con independencia de mis discrepancias con Santorum en torno a su «conservadurismo compasivo», él entiende eso. Entiende que nuestra quiebra fiscal es un síntoma más que una causa. La verdadera indecencia del Estado intervencionista es que saquea no sólo las arcas públicas, sino en última instancia su capital humano, o como dice él, no se puede tener una economía fuerte sin familias fuertes. El respeto de Santorum a toda vida habla en su favor, sobre todo en comparación con su colega de Pensylvania, el asesino procesado Kermit Gosnell, un practicante del aborto a escala industrial en un depósito de Filadelfia. Unos cuantos empleados de Gosnell no veían que eso tuviera nada de «raro».

Mark Steyn
Colaborador del «New York Sun» y «Western Standard»