El derbi de Champions

Francia
Lo advertía Hobbes: las pasiones que causan diferencias de talento son un mayor o menor deseo de poder, de riqueza, de conocimientos y de honores. Y tales emociones febriles se pueden resumir en una sola: afán de poder y solo de poder, pues la riqueza, el conocimiento y todo lo demás al fin y al cabo no son más que formas de poder embriagador.
Dominique Strauss-Kahn –uno de mis mil socialistas favoritos– está en serios aprietos. DSK, como se le conoce en Francia, es un hombre de poder. Director gerente del FMI, diputado, ministro de Comercio, de Economía, millonario… Ha sido acusado de perpetrar un acto repugnante, que asquearía al ser cometido por un hombre cualquiera, que estremece aún más en un dirigente en cuyas manos recae la responsabilidad de buscar soluciones para «reducir la pobreza» del mundo. Remedios siempre muy dolorosos para la población. Acusan a DSK de «asalto sexual, intento de violación y secuestro». No sabemos si con fundamento o sin él. En EEUU no se andan con bromas en esto del «sexual harassment», verbigracia hace décadas que los profesores reciben a las alumnas en sus despachos con la puerta abierta, o testigos, para que todos puedan ver lo que ocurre en la reunión y evitar posibles denuncias falsas. DSK tendrá que demostrar que es inocente, pero el daño a su imagen será irreparable. Todo el mundo parece dispuesto a creer que la cabeza visible del FMI es un hombre de apetitos feraces. Sus antecedentes así lo insinúan. A nadie extraña que lujuria y poder vayan a menudo de la mano. El poder de alto nivel conlleva cenas ostentosas, viajes en «firstClass», hoteles a 3.000 dólares/noche, escoltas, cochazos, secretarias perfumadas… Cualquiera diría que alguien que ha conseguido todo eso, por los métodos que fuere, cuida su reputación, su ética, tanto como su bragueta. Pero no.
Si DSK es culpable la gente se preguntará: «¿En qué manos estamos, en las de personas que sólo poseen el talento de la ambición de poder, pero carecen de disciplina y autocontrol…?». Y si DSK resultara inocente, pocos se compadecerán de él; pensaremos que lo que está sufriendo el político francés son los «efectos colaterales» del poder, no una injusticia, y que alguna desventaja tenía que tener llevar el mundo colgando de las manos como si fuese un llavero. La pasión del poder provoca de todo menos compasión.
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