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A palo seco

La Razón
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Como en un cuento de García Márquez, Mariano Rajoy sería capaz de asistir a su propio entierro y dedicarse a darle el pésame en persona a sus deudos. «Era un buen tipo», les comentaría refiriéndose a un presunto tercero, ignorante de su condición «dead man walking». Si Mariano fuera el niño en el bautizo, el otro Rajoy estaría lejos de la pila, obnubilado en las enaguas de un karma previo al razonamiento infantil. La tempestad económica y el trile tombolero de ZP lo empujan hacia el Palacio de la Moncloa, pero, durante estas semanas en las que se empiezan a hacer algunas cabañuelas del cambio, Rajoy sigue afectado por una suerte de mal de la bilocación. En las consultas, en las tabernas y en el autobús se dibuja la única y obligada alternativa de Gobierno y cuando emergen sus gafas y su barba tenemos una cara de Bélmez. Por esta sensación de bilocación que transmite, Rajoy sería investido presidente y al otro lado del televisor, Mariano sospecharía que un tipo que se llama igual que él, habla como él y tiene su peso y estatura seguramente no será él. Coño, el candidato a intentar enmendar este viejo país ineficiente del que hablaba Gil de Biedma. Si cierran la bolsa, vuelve la peseta, retorna el Santo Oficio, se accede al cambio de Gran Vía y Paseo de Gracia por Pilar Bardem y Perico gana otro Tour, quizá el presidente del PP considere que las circunstancias comienzan a serle no propicias sino poco desfavorables. Ayer en el Congreso estuvo fúnebre y, para desmochar a ZP, le espetó: «El día que un médico, (como usted hace), me ofrezca esperanza a palo seco, sabré que me estoy muriendo, lo que espero que no suceda nunca». Con ese vaticinio, Rajoy acabará con las pensiones y, a cambio, tendrá toda la eternidad para ser presidente.