España

Asesinatos sin cadáver: el peligro de cambiar la ley

Dos pastores acabaron en la cárcel por matar a un compañero que reapareció 15 años después

Asesinatos sin cadáver: el peligro de cambiar la ley
Asesinatos sin cadáver: el peligro de cambiar la leylarazon

En España se ignora la historia del crimen. Por eso no es extraño que no se tenga en cuenta a la hora de hacer política. Es el caso de la diputada Rosa Díez, que acaba de presentar una propuesta que se sale del cuadro. Es probable que el problema sean sus asesores, pero parece increíble que se haya olvidado tan pronto el mayor escándalo judicial de todos los tiempos, al que Pilar Miró dedicó una película de gran éxito, «El crimen de Cuenca», sobre dos inocentes condenados por un asesinato que nunca existió.
La líder de UPyD ha exigido que el Gobierno modifique la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Con este cambio pretende «evitar que queden impunes los casos de homicidio en los que el cuerpo de la víctima haya sido ocultado o destruido, cuando existan suficientes indicios de delito». El crimen de Cuenca, que no fue un crimen ni sucedió en Cuenca, sino en la localidad conquense de Osa de la Vega, fue efectivamente eso: la condena de dos sospechosos sobre los que había «suficientes indicios de delito», aunque no se hallase el cadáver.
Arenques sin agua
El 21 de agosto de 1910, el pastor José María Grimaldos, «El Cepa», desaparece del pueblo. Se sospecha que otros dos pastores, Gregorio Valero Contreras y León Sánchez Gascón, le han matado para robarle. Por eso fueron detenidos, torturados e imputados tras arrancarles una confesión. Era digno de ver cómo ambos buscaban en el lecho del río un cadáver que no existía, después de que les alimentasen con arenques en salazón y no les diesen agua. Tal vez sean licencias de la leyenda negra, pero lo cierto es que incluso señalaron el lugar del falso enterramiento. Y, años más tarde, en 1926, la sorpresa fue mayúscula cuando «El Cepa» fue descubierto vivo gracias al cura de Tresjuncos, una localidad cercana.
Para entender esta polémica también es recomendable la novela de Andreu Martín «Corpus delicti», basada en el caso de John George Haigh, conocido como «el asesino del baño de ácido». Haigh componía un personaje de «gentleman» inglés, pulido y afectado, con traje impecable y guantes de cuero. Un tipo más bien bajo, elegante, con bigote recortado, que conducía un automóvil impresionante. Fue ahorcado después de que sus compañeros le nombraran «el preso mejor vestido del año».
Haigh creía que nadie podría atraparle si se deshacía del cuerpo de sus víctimas. De ahí que las introdujera en un barril de ácido sulfúrico. En la actualidad, ninguna de estas precauciones le habría librado de una condena justa, puesto que su caso sería pan comido para la Policía Científica: dejaba suficientes pistas como carteras, carnés de conducir y hasta un certificado de matrimonio. Pero entonces tampoco pudo escapar. Haigh fue descubierto al vaciar el bidón y encontrarse en el espeso líquido tres cálculos biliares que el ácido no había destruido. Era todo lo que quedaba de Olive Durand-Deacon, una viuda adinerada que se hospedaba en su mismo hotel. Cuando se vio descubierto, este hombre cambió de estrategia y trató de convencer al tribunal de que su cabeza no funcionaba bien. Así, en el relato de los hechos introducía un corte en el cuello de la víctima para llenar un vaso de sangre que luego bebía. Confesó hasta seis homicidios sin cadáver.
Palos de ciego
Últimamente los políticos no se preocupan de la prevención o la seguridad de los ciudadanos. Prueba de ello es que los principales candidatos a la presidencia del Gobierno no dedicaron ni un segundo a hablar de esto en sus debates de las pasadas generales. A Rosa Díez, a quien sí parece interesarle el asunto, aunque sea con palos de ciego, hay que recordarle el lacerante tema de los desaparecidos en España (¿dónde estás, Sara? ¿dónde estás, Yeremi?) y de los crímenes sin resolver, incluso con cadáver. También la escandalosa formación de investigadores por el desconocimiento sistemático de la historia del crimen. Y, por supuesto, las muertes que, una vez corregidos los fallos, se podrían evitar.

LEYES DE LABORATORIO
La población sufre los errores del legislador. Leyes que no surgen de la experiencia y el conocimiento, sino del laboratorio de estrategia política. A Haigh le probaron la existencia de sus homicidios dado que los policías encontraron, ya en 1943, grasa humana en la pasta de la que se deshizo en el jardín, e incluso la dentadura postiza de Duran-Deacon. En la actualidad, la Policía cuenta con mejor preparación, aunque necesita más medios y efectivos.