Novela
Cuarentones
Desde que comenzó la semana me lo propuse. A ver si es posible, mona (me dije para mis adentros), y te lo montas para esquivar los especiales del Príncipe. A ver si hay branquias y consigues evitarte el rebozado. Pues nada, no hay tutía. Hasta en el flamenquín del menú de un bar intuí la otra tarde su presencia. En ocasiones veo príncipes, oigan. Que yo, vamos a ver, que yo no tengo nada en contra del heredero, ni muchísimo menos. Me da un poco de sueño y tal, pero no son más que residuos de un republicanismo juvenil mal curado. El caso es que, tal y como han afirmado los más atrevidos esta semana, y soltándolo así, con cara de modernos, Don Felipe ya es un cuarentón. Y todos los que ya somos cuarentones desde hace rato hemos dado un respingo y nos hemos levantado a por un yogur con aloe vera, otra de las aberraciones que ya hemos dejado que se instale en la nevera. Un amigo me escribió un día que las mujeres cuarentonas somos una ironía de la naturaleza, como la de que las naranjas sean frutas de invierno. Somos menos accesibles por aquello de transmitir más seguridad, ser más nosotras, tener más claras las cosas. Todos esos elementos que nos hacen más atractivas y aún más aterradoras, más irónicas, menos accesibles, más tajantes. Le propuse estampar esas impresiones en unas tarjetas y pasarnos seguidamente por los Curvas a poner el platillo. Millonarios nos íbamos a quedar, oiga. Ahora que lo pienso, todos Vds. deberían probar a ser cuarentones alguna vez. Sobre todo para comprobar cómo el personal practica el funambulismo tratando de retirar sus comentarios sobre la edad de la gente a la que considera mayor y lo bien que estás tú, tonta, que no los aparentas, mujer, aunque tengas la edad de la gente a la que se considera mayor. Hace poco me entró en un bar con poquísima luz un chico de veintiséis y estuve a punto de quitarme la zapatilla y llamar a su madre. Que seguro que es amiga mía. Dicho lo cual, y recurriendo a la verdad constatada, déjenme decirle al Príncipe que los hombres sólo tienen interés a partir de los cuarenta. Y las mujeres, de los cincuenta. Mola, ¿no?
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