Atlético de Madrid

Novela

El culpable es Cerezo

La Razón
La RazónLa Razón

Nadie a quien no ciegue la pasión –lo que excluye, de entrada, al griterío colchonero– pondría en duda que el señor Cerezo es lo mejor que le ha pasado a lo peor; o sea, a «lo pior de lo pior», que diría Cantinflas si hubiese sido atlético. Cerezo ha puesto orden en el caos, serenidad en el desconcierto y un soplo de cordura en el desenfrenado cotolengo. Enterró con honores al tormentoso Jesús Gil y, a la chita callando, sin dárselas de nada, sin descubrir mediterráneos ni sentar plaza de genio, ha hilvanado un equipo cabal y convincente.

Después de tantos años de aceite de ricino y de tragarse el sapo con aderezo de culebras, los rojiblancos, hoy, no tienen que mecerse entre el ser y la nada del existencialismo balompédico. Y se van a currar los lunes sin complejos e, incluso, sacan pecho ante los tocahuevos. Pero hay un comando de hinchas cabreados y con ganas de gresca, que hablan por no callar, diseminan sospechas y han dictado sentencia sin enjuiciar al reo. Vamos, que, según ellos, Herodes, una monja, al lado de Cerezo. Pero, ¿de qué es culpable don Enrique, si es que puede saberse? ¿De no quedarse anclado en el Vicente Calderón, tan cerca de Neptuno y, a la vez, tan lejos? ¿De intentar sacar a flote las finanzas de un club que escapó del infierno y de la quiebra? ¿Es culpable, también, de habérsela jugado al envidar el resto al Kun Agüero? ¿Culpable de que El Niño, amén de ser un nombre, se haga todo un hombre en Inglaterra? Si Cerezo es culpable de semejantes desafueros, flaco favor se le está haciendo a la inocencia. Porque si el cuento de los hermosos y malditos tiene mucha prestancia cuando lo cuenta Scott Fitzgerald, versificada por Sabina resulta deprimente. Y si, ahora, por fin, la cantinela masoquista ha quedado obsoleta es, en efecto, por culpa de Cerezo. Ánimo, presidente: de hacerla, hacerla gorda, como prescribe la conseja, que las culpas con éxito son menos.