San Diego

El «GUERRERO FELIZguerrero feliz» conservador

El «GUERRERO FELIZguerrero feliz» conservador
El «GUERRERO FELIZguerrero feliz» conservadorlarazon

En el mismo día de la semana pasada, cuando sucumbía al cáncer Jack Kemp, ex quarterback, congresista y candidato vicepresidencial de 1996, otros republicanos honraban su ejemplo poniendo en marcha la búsqueda de nuevas ideas y electorados más amplios. Eric Cantor, el joven de Virginia más cercano al nivel de ambición intelectual y energía política de Kemp en el Congreso actual, servía de anfitrión de la primera de una serie prometida de sesiones políticas, junto a los ex gobernadores de Florida y Massachusetts, Jeb Bush y Mitt Romney. La recepción, como su empresa, es un paraje notablemente estéril de ideas republicanas, un pálido retrato a carboncillo de lo que proporcionaba Kemp a la generación anterior de republicanos. En medio de la comprensible nostalgia de Ronald Reagan, que devolvió a los republicanos a la Casa Blanca y condujo las etapas finales y exitosas de la Guerra Fría, ha sido muy fácil olvidar que durante gran parte de la década de los 70 y bien entrados los años 80, fue el joven Jack Kemp quien agitaba los ánimos del electorado con sus apariciones los fines de semana y quien proporcionó a un partido minoritario en horas bajas la munición de su retorno -al mismo tiempo incluso que fomentaba relaciones con el otro lado del hemiciclo. Kemp fue, a mi juicio y al de muchos otros periodistas, uno de los políticos más consecuentes y agradables de esa era. Su contribución enseña consistió en predicar las maravillas de la economía integral, la creencia en que rebajar los tipos fiscales desataría el crecimiento económico, compensaría el crédito, superaría déficits y alimentaría una prosperidad ampliamente compartida. Convirtió eso en la piedra angular del programa económico de Reagan y -como cabecilla de un grupo de legisladores con mucho talento, incluyendo a Trent Lott, Newt Gingrich, Dave Stockman y Vin Weber- desafió a la vieja guardia del Congreso y despejó el camino a más de una década de dominio republicano. Ésas son las cosas por las que su partido está en deuda con Jack Kemp. Como alguien nunca convencido del todo de que Kemp estuviera en lo cierto con sus teorías económicas, terminé valorándole por algo más básico en términos humanos y mucho más infrecuente entre los republicanos. Tanto como cualquier figura pública que haya conocido, Kemp irradiaba una pasión que hacía real el sueño americano de todo el mundo -con independencia de la raza, la religión o el origen nacional. Producto de la educación media de California y un éxito como atleta y por tanto acomodado, Kemp decía con frecuencia haber aprendido en las taquillas de los San Diego Chargers y los Buffalo Bills que el trabajo en equipo no conoce de razas. Trasladó esa creencia a la política y fue implacable en su denuncia de esos republicanos «de club de campo» opuestos a la discriminación positiva y partidarios de leyes de inmigración más estrictas. Ése es el motivo de que hiciera campaña por John McCain en Carolina del Sur la última vez que le vi. Kemp era un conservador en toda regla, pero creía que si esos principios eran válidos, debían ser puestos a prueba y aplicados, no sólo en los distantes suburbios, sino en el centro de las ciudades. En el Congreso, co-auspició la legislación que concedía ventajas fiscales a las empresas radicadas en vecindarios deprimidos junto a los demócratas hispanos y afroamericanos. Y siendo secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano bajo el primer presidente Bush, volvió loca a la Casa Blanca defendiendo programas encaminados a reanimar zonas deprimidas que no formaban parte del electorado de Bush. En uno de los primeros perfiles de Kemp, le comparé con Hubert Humphrey -«incansable, gregario, superenérgico, trabajador, optimista, enamorado de las ideas y de la gente, sin límite entre un asunto y otro, un extraño que pasó a formar parte del estamento político casi a pesar de sí mismo, un guerrero que odia herir a alguien». Él me envió una nota agradeciendo encontrar parecidos con el guerrero feliz de los demócratas. El presidente Barack Obama elogia la empatía, y Kemp tenía en abundancia. Bob Dole y él se habían enfrentado en más de una ocasión amargamente con motivo de la política económica; Dole nunca creyó en la economía de incentivos de la oferta. Pero cuando Dole invitó a Kemp a entrar en su lista electoral y le convirtió en su compañero de viaje, Kemp se sintió conmovido por el valor simple que Dole manifestaba a diario al luchar con sus penosas heridas de guerra. Cuando le vi en la habitación de su hotel en la convención de San Diego, Kemp me preguntó, «¿qué es lo primero que hago cuando pronuncio un discurso?». «Se quita la americana y se sube las mangas», dije yo, habiendo sido testigo del ritual en incontables ocasiones. «Ya sabe», dijo, «las heridas de Dole -es incapaz de hacer eso por él mismo». Y Jack Kemp se lamentó. *David S. Broder es premio Pulltizer y columnista de «The Washington Post».