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El nuevo presidente no modificará el núcleo de la política hacia España

La Razón
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MADRID- Existe una euforia contenida en el Palacio de Santa Cruz de Madrid sobre el ganador de las urnas. El fracaso de la política internacional del presidente Rodríguez Zapatero, en manos del ministro de Asuntos Exteriores Miguel Ángel Moratinos, respecto a EE UU puede repararse con el nuevo presidente. Eso piensan o en eso confían. El veto del presidente español en la Casa Blanca podría levantarse con el nuevo inquilino. Fin del bochorno. La feliz idea cobraba ayer fuerza con un Barack Obama que partía como favorito. «Es más posible que el presidente Zapatero sea recibido por el próximo presidente, si el vencedor es Obama», comentaba ayer a LA RAZÓN, Roberto Soravilla, vicepresidente de la Asociación Atántica. Es difícil, sin embargo, que se verifique la tesis socialista de que las nulas relaciones con el comandante en jefe se reducen a una cuestión personal. «EE UU es un país serio y las relaciones exteriores tienen unas fluctuaciones mínimas en los relevos presidenciales», añade. En la campaña electoral, los dos presidenciables norteamericanos manifestaron su intención multilateralista. España se podría beneficiar de esta coyuntura. Esta nueva etapa quizás sea más cómoda para Zapatero pero nada indica que vaya a ser idílica. «En la lista de prioridades de Estados Unidos en Europa, Francia, Alemania o Italia están por delante de España», explica a este diario, José Luis Álvarez, profesor de liderazgo político y dinámicas de poder del MBA de Esade. Existen varios asuntos sobre la mesa en los que pueden aflorar las diferencias entre una administración demócrata o republicana y el gabinete socialista. El primer asunto y más peliagudo: Afganistán. El nuevo presidente estadounidense -Obama o McCain- pedirá a los países aliados un mayor esfuerzo en Kabul. El presidente español se verá entonces en una complicada tesitura. «Zapatero probablemente haga un esfuerzo mayor si es el senador de Illinois quien ocupa el Despacho Oval», sostiene Álvarez, que acto seguido matiza que «se tendrá que enfrentar a una opinión pública que no está concienciada con la situación afgana». Gran parte de la sociedad española se define como pacifista y Zapatero se sirvió su perfil antimilitarista para ganar las elecciones. En 2004 -con el «no» a Irak- sobre todo. ¿Cómo justificará ante sus electores el envío de más tropas a un país en conflicto? Existe, además, otro problema añadido: la promesa de no sobrepasar el límite de los 3.000 militares en el exterior. Roberto Soravilla incide en que el nuevo comandante en jefe pedirá una mayor participación en la seguridad de Afganistán. Las restricciones españolas para el combate -rules of engagement- tampoco estarán bien vistas por el nuevo mandatario. «La negativa española a modificar estos límites ya no podrá sostenerse sobre un problema de incompatibilidades personales», subraya Soravilla. Cuba puede ser otro elemento de fricción entre ambos países. «En el horizonte del 4-N y con Florida como estado clave, Obama renunció a establecer una política alternativa a la línea dura de Bush contra el régimen castrista», recuerda Álvarez. España defiende lo contrario. Contemporizar con la dictadura de la Isla y promover ciertos cambios. Desde una perspectiva realista las relaciones bilaterales van a quedarse igual. España ha optado por mantener un perfil bajo en el concierto internacional y mirar hacia el Mediterráneo su capacidad de influencia es la que es.