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Espadones y gorilas

La Razón
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La asonada militar en Honduras tiene los típicos compases de un sainete con espadones, esa estética de guadarropía cuya banda sonora invita a marcar el paso de la oca, uno, dos, uno dos. El genio de Valle-Inclán lo describió hace ya muchas décadas, pero el de las barbas de chivo jamás sospechó que sus personajes sobrevivirían al género literario y cobrarían vida propia. Así es, en el bicentenario de su independencia, la paradójica, trágica e inabarcable Iberoamérica, donde la realidad siempre supera a la ficción. A los golpistas hondureños sólo les ha faltado un cierto sentido escénico para subir ellos mismos al tablado, en vez de parapetarse en un civil con los pies planos, y hacer sonar la ferralla con la que condecoran sus heroicos pechos. Lamentable destino el de un país que hasta en el nombre lleva escrita su tragedia. Entre huracanes como el Mitch, que son la expresión más inapelable de la desolación, y el paseo de los tanques en dirección contraria, queda poco espacio para la esperanza. Además, los males nunca vienen solos y detrás de esa tragedia se encierra una comedia bufa en la que Hugo Chávez, Evo Morales y Daniel Ortega se disputan los papeles estelares como las chicas del Molino Rojo. Tres saltimbanquis del castrismo que han abierto matrícula de democracia, como el maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela. El espectáculo al que asiste la comunidad hispana, atrapada entre unos milicos salvapatrias y tres dictadorcillos que se creen descendientes directos de la pata de Bolívar, es como para renunciar a los lazos de hermandad. Salimos de las honduras y caemos en los abismos, huimos de los espadones para caer en los brazos de los gorilas. Bien está que el Gobierno español patee la función de los primeros, pero se equivoca al aplaudir las monadas de los segundos: aunque Tirano Banderas se vista de seda, tirano se queda. Llámese Pinochet, Fidel Castro o Hugo Chávez. Doscientos años de independencia para esto.