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Literatura

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ÉTICA Y POÉTICA

La Razón La Razón

Esta semana Madrid ha celebrado su cuarta edición de la Noche de los Libros, usando como señuelo ese marchamo noctámbulo que la capital no quiere -o no puede- quitarse de encima. Siendo la noche una excusa algo endeble, no lo es en cambio la elección de la fecha, el 23 de abril, que conmemora una de las coincidencias más asombrosas de la historia de la literatura. A saber, que dos colosos literarios como Cervantes y Shakespeare no sólo fueran coetáneos, sino que murieran el mismo día. En cualquier caso, miles de madrileños se lanzaron a las calles a comprobar «in corpore» si es cierto que las moléculas de los genios aún flotan entre nosotros y que la genialidad se respira como el aroma de la primavera. Tal vez alguno, imbuido del espíritu de su escritor preferido, ande ahora tecleando afanosamente su primer manuscrito. Tengo un amigo que cuando pasa por el portal del barrio de Chueca donde nació Jardiel Poncela se estremece, buscando el almendro más cercano para vociferarnos las mejores frases de don Enrique. Cosas más raras se han visto. Pero para raro lo del afán poético del Gobierno en este abril tan cruel. A la vicepresidenta De la Vega le da por divagar sobre Bergamín mientras ZP decide publicitar al ya supeditado Merino. No, si ya lo dijo un tal Baldomero, que ante la poesía tanto da temblar como comprender. Por eso a cuatro millones largos de españoles les castañetean los dientes. Menos mal que nos queda Marsé. Él sí parece tener claro que antes de dedicarse a la poética, hay que aprobar la ética. Y por mucho que te amañes el currículum, la ética no se improvisa.

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