El derbi de Champions

Sevilla
El Barça juega a hacer goma. Cuando se acerca al líder y parece que está en condiciones de correr junto a él la última vuelta del estadio, le entra el flato y se queda. Le sucedió en Sevilla el sábado. El domingo le bastaba al Madrid dar nuevo tirón para separarse más de su perseguidor. Lo dio y con rapidez. En poco más de media hora ganaba por goleada.
En ese periodo, el Valladolid había dominado, poseído más el balón y creado más ocasiones de gol. Sin embargo, tras cada ataque violeta, tras cada córner, seis sin que el Madrid sumara ni la mitad, se sucedía el contragolpe y aparecía «Guti punto Haz», nombre de su espalda y que suena a correo electrónico. Sus pases servían para crear la diana. Sin su presencia en el centro del campo, probablemente, el equipo habría tenido problemas para resolver el partido. Para completar su actuación fue autor del quinto gol, y del sexto, que tampoco fue malo.
Por juego ganaba el Valladolid, por mejor concepto de finalización del ataque, el Madrid. Los de Zorrilla jugaron con tanta alegría, con tal decisión y desparpajo e, indudablemente, con tanta ingenuidad, que se fueron al vestuario con un resultado tan adverso que, sin ver el juego de ambos conjuntos, se podría haber pensado en auténtica humillación.
José Luis Mendilibar ha sentado plaza de entrenador con futuro espléndido por como ha conseguido hacer del equipo vallisoletano conjunto de extraordinarios valores futbolísticos. Ayer, en el Bernabéu, entrenador y jugadores cometieron pecado de soberbia al creer que podían imponerse al Madrid. No fue falta de respeto, que en fútbol no se debe tener porque ello impediría los resultados sorpresa. Sólo fue exceso de ambición. Los equipos que juegan tan decididamente al ataque suelen recibir aplausos. Sobre todo, de quienes los derrotan. El fútbol no da gloria a quienes complacen, sino a quienes ganan.
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