Nueva York

Qué estás haciendo La pregunta de los 6 millones de internautas

Qué estás haciendo La pregunta de los 6 millones de internautas
Qué estás haciendo La pregunta de los 6 millones de internautaslarazon

A primera vista, la pregunta no podría resultar más insulsa: ¿qué estás haciendo? Y la extensión para responderla, tampoco: 140 caracteres. Sin embargo, a unos chavales de Silicon Valley les ha sobrado con estos ingredientes para tejer una nueva forma de comunicación que arrasa en medio mundo. Barack Obama la usa para lanzar consignas a su legión de seguidores. La diplomacia israelí, para justificar su ofensiva contra Gaza. Y las víctimas de los atentados de Bombay, para narrar lo ocurrido antes que las agencias de noticias.
Los expertos en internet ya no tienen dudas: Twitter es el fenómeno de este año. Explicar el atractivo de una tecnología rompedora suele ser tan frustrante como analizar por qué un chiste tiene gracia: la única forma de saber si te gusta es probarla. Eso es lo que han hecho seis millones de personas desde que apareció la página hace dos años. Y la mayoría se ha enganchado: en los últimos doce meses, su tráfico se ha multiplicado por cuatro. Su futuro es tan prometedor que Facebook, la todopoderosa red social, trató de comprarla por 500 millones. Pero sus dueños rechazaron la oferta: ¿por qué iban a desprenderse de un negocio con clientes tan ilustres como Gordon Brown, Lance Armstrong o Britney Spears?
Todos ellos están enganchados a la peculiar «fórmula Twitter». Básicamente, es una casilla que les pregunta lo que están haciendo y les ofrece la extensión de un mensaje de texto para responder. Cualquier usuario de la red puede suscribirse a su canal y recibirá sus reflexiones en milésimas de segundo.
A su vez, ellos pueden apuntarse al hilo de otros usuarios que resumen su vida en microdosis de 140 caracteres. El resultado es similar a un «blog», pero en miniatura y casi instantáneo: la nueva frontera de la sociedad hiperconectada.
Así explicado, parece una herramienta destinada a gente con demasiado tiempo libre. Sin embargo, los internautas le han encontrado utilidades más provechosas que el mero cotilleo. Un ejemplo fueron los recientes atentados en Bombay. Mientras el Gobierno indio quitaba importancia a lo sucedido y los periodistas viajaban al lugar del crimen, Twitter ya bullía con testimonios de primera mano de la matanza. Atrincherados en sus hoteles, decenas de usuarios narraron la tragedia en tiempo real.
Por una vez, el manoseado concepto de «periodismo ciudadano» cobró todo su sentido. Todos somos fuentes Uno de los reporteros improvisados fue Gonzalo Martín, un consultor de medios audiovisuales que se encontraba en la ciudad india con una delegación de la Comunidad de Madrid. Su grupo tenía previsto cenar en el Café Leopold, uno de los objetivos de los terroristas, pero un oportuno retraso les hizo llegar minutos después del ataque. Y, a través de Twitter, Martín se encargó de tranquilizar a sus conocidos y, de paso, narró las andanzas de la delegación hasta su retorno a España.
«Los medios tradicionales ya no tienen el monopolio de las fuentes», asegura Martín. «Ahora, todo el mundo es una fuente. Y ni el Gobierno más eficaz puede controlar la información». Los israelíes aprendieron enseguida la lección de Bombay. Por eso, tras la invasión de Gaza se convirtió en el primer Gobierno en organizar una «rueda de ciudadanos» en la página. Cualquier internauta podía conectarse al hilo de su consulado en Nueva York y obtener respuestas casi inmediatas a sus preguntas.
El Ejecutivo hebreo se mostró encantado con la experiencia, aunque a alguno le pareciera estrambótico que un conflicto tan enrevesado se comprimiera en pildorazos de lenguaje SMS. «Hamas es un gov democ y si atacáis tienen drcho a rspnder», argumentó el usuario EnsanAhmad. «Si el objtvo de Hamas fuera prtger a ls ciuddnos, invrtirian en educ y sanidad, no bmbas», respondió el consulado.
Mientras, famosos de todo pelaje también han detectado el enorme potencial de Twitter. A fin de cuentas, su condición depende en gran medida de que la gente lo sepa todo sobre sus idas y venidas. La lista de «celebrities» que pueblan la página es inmensa: Shaquille ONeal, Stephen Fry, Andy Murray, MC Hammer¿ Así nos enteramos de datos cruciales como que Britney «adora los coches diminutos de Japón» o que John Cleese, uno de los integrantes de Monty Python, tiene una colección de mostaza alemana. Algunos famosos como Lance Armstrong informan de sus andanzas con una frecuencia que roza la compulsión. «Estoy desayunando tostadas», escribió el jueves. Y, minutos después, mandó otro mensaje desde su sillín: «Un paseo alucinante, hace un tiempo estupendo».
En España el fenómeno todavía no ha despegado, aunque hay algún pionero como Patxi López, que esta semana usó Twitter para comentar su juicio por reunirse con Batasuna. El arte de la distracción Está claro que este charloteo electrónico interesa a mucha gente: por ejemplo, el hilo de Obama cuenta con 170.000 seguidores.
Sin embargo, su creciente popularidad irrita a más de uno. Y no hablamos sólo de alérgicos al ciberespacio, sino de evangelistas «puntocom» como Scott Karp, un influyente analista de medios electrónicos. «Twitter ha elevado la distracción a la categoría de arte», fue su conclusión sobre la herramienta. «Puede que sea el primer paso en el camino hacia algo indispensable pero, en mi opinión, todavía le falta mucho».
Este es el debate que consume a los expertos en la red, que no se ponen de acuerdo sobre si Twitter es una revolución o un pasatiempo sin excesiva trascendencia. Algunos, como Antonio Ortiz, autor del blog tecnológico Error 500, sólo la consideran apta «para los yonkis de internet, no para quien se conecta un par de veces al día». Mientras, Enrique Dans, profesor de Tecnologías de Información del Instituto de Empresa, la describe como una forma de «comunicación en estado puro» que cada uno puede adaptar a sus necesidades. «Para mí, es como un patio de vecinos con los que me llevo genial», explica. «Cuando me apetece, charlo con ellos. Y, cuando quiero concentrarme, cierro la ventana».
En realidad, nadie sabe con certeza qué futuro le aguarda a Twitter. Eso es lo que ocurre con cualquier red social: que su destino depende de los antojos de sus usuarios. Se trata de una herramienta flexible con infinidad de aplicaciones: unos la emplean para seguir a gente interesante; otros, para lanzar preguntas a sus conocidos.
De hecho, ni sus creadores imaginaron que la herramienta se convertiría en un potentísimo medio de comunicación. «Nos ha sorprendido muchísimo la repercusión que ha tenido en acontecimientos como los atentados de Bombay o las elecciones estadounidenses», admitió Biz Stone, uno de los fundadores.
Pura estadística Así, todo dependerá de que Twitter encuentre un hueco estable en el abarrotado paisaje tecnológico. En emergencias como la de Bombay, la página cuenta con una ventaja respecto a otros medios: la estadística.
Es infinitamente más probable que entre los testigos se encuentre alguno de sus usuarios que un reportero profesional. Y, en las primeras horas, esta capacidad de aglutinar testimonios de primera mano resulta crucial. «Los atentados de Bombay fueron el momento de Twitter y del periodismo ciudadano», aseguró la revista «Forbes».
Los analistas más mesiánicos auguran que Twitter acabará con los medios tradicionales. Sin embargo, lo más probable es que todos los canales, nuevos y antiguos, acaben cohabitando. «Imagina un accidente de tren», dice Jeff Howe, autor de «Crowdsourcing», un ensayo sobre el poder de las masas.
«En las primeras horas, lo que quiero es gente sobre el terreno; en eso, Twitter es imbatible. Pero, pasadas las horas, hace falta gente que contraste los datos, que interrogue a las autoridades... Y eso debe hacerlo un profesional, no un tipo que sólo pasaba por ahí».