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Investigación científica

Un ejército de microbios muy difícil de combatir

Un ejército de microbios muy difícil de combatir
Un ejército de microbios muy difícil de combatirlarazon

Ya sabemos que contra los virus poco se puede hacer. Se los puede abrasar a 50º C, pero la realidad es que no hay muchos medicamentos milagro. En el caso anterior de la gripe aviar, y también ahora de la porcina, parece que funciona bien el oseltamivir, comercialmente conocido como Tamiflú, pero no así otros retrovirales similares como la amantadita y la rimantadina. Ya sabemos que los antibióticos sirven para matar las bacterias oportunistas que infectan el organismo cuando los virus atacan. Pero no valen contra éstos, en general muy resistente ante cualquier medicamento. Ahí tenemos el del sida, el de las hepatitis, el del ébola, el herpes o el papilomaviirus. Hay que conocer cuál es el mecanismo de actuación de estos microbios. Su único objetivo es alimentarse de proteínas para poder vivir y replicarse. Producen miles de copias de sí mismos, y para ello devoran nuestras células, obteniendo de ahí el material necesario para crear nuevos virus. El problema es que cada vez que se replican matan una célula sana. Y nos van dejando sin defensas. Demasiado daño para tan pequeño enemigo. Los virus son organismos insignificantes de apenas cien micromilésimas (hacen falta cien millones de ellos para alcanzar un milímetro). Pero son millones y millones, el ejército más poderoso del mundo, y se propagan con suma facilidad. Con un sólo estornudo podemos expulsar 150.000 virus. Con el apretón de manos de un portador, se pueden traspasar diez millones de ellos. Si nos llevamos esa mano a la nariz, metemos de golpe entre cinco y ocho millones de virus en las fosas nasales. De ahí pasan de inmediato a la garganta. Y se empieza a contagiar a otras personas. El proceso es imparable.Los virus de la gripe tienen la particularidad de que se transmiten preferentemente en climas más bien fríos. Entre cinco y treinta y seis grados centígrados el virus, con sus diferentes variantes, funciona con gran comodidad. A partir de 38 grados pierde eficacia, y de cuarenta en adelante se destruye o no se reproduce.El organismo combate y controla a los virus a través del interferón, una sustancia natural que genera nuestro cuerpo a partir de determinados nutrientes que «interfieren» la entrada en la célula del virus y evita su réplica. Si el interferón entra en la célula antes que el virus, no hay problema. Pero sí es al revés, o sea, si es el virus el que se adelanta y se hace con la célula, entonces ya tenemos la complicación. De manera que es muy importante producir adecuadamente interferón. Algo que se genera cuando tenemos adecuados niveles de ascarbatos, vitamina C, ácidos grasos esenciales como los contenidos en el aceite de onagra, niveles adecuados de betacarotenos (vitamina A), y también probablemente zinc y magnesio.Otros agentes naturales defensores frente a los virus son, amén del interferón, los leucocitos y la enzima lisozima. Esta última actúa tanto contra bacterias como contra virus, y se desencadena de manera natural cuando tenemos fiebre. Los especialistas aseguran que la actividad de la lisozima aumenta de manera notable después de tomar durante una semana aceite de hígado de bacalao, la fuente más importante que tenemos de vitamina A. Determinadas condiciones de nuestro organismo dificultan o favorecen la entrada de los virus en las células. Estamos hartos de ver casos de contagios a unas personas sí pero a otras no. Algo que tiene su explicación en los niveles de defensas de cada uno, y en el hecho pernicioso de someter a nuestro cuerpo a abusos como dormir poco, trabajar en lugar de descansar, estrés acusado, enfriamientos o desnutrición. También el tabaquismo y el alcoholismo, por supuesto. O tomar demasiada azúcar o dulces, elementos que impregnan las mucosas y favorecen la infección.Con todo, cuando un virus ya ha empezado a manifestarse dentro de nosotros, lo mejor es ponernos en manos de médicos, que disponen de un arsenal de medios y fármacos para poder combatirlos. Si el proceso se aborda a tiempo, no es imposible frenarlo. O por lo menos reducir su impacto. Es decir, evitar que la dolencia se complique de tal manera que pueda llevar hasta situaciones de extrema gravedad.

José Antonio Vera jvera@larazon.es