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Donald Trump

La victoria póstuma del general Suleimani

El almirante (r) Ángel Tafalla analiza para LA RAZÓN las claves del ataque iraní a bases de EE UU y la respuesta de Donald Trump

Damage at Al Asad air base in Iraq is seen in a satellite picture taken January 8, 2020
La imagen de satélite tomada ayer muestra el aparente efecto de un misil en la base aérea de Al Asad, en IrakPLANETReuters

A lo largo de mi carrera en activo he participado en varias crisis reales y también en numerosos ejercicios y operaciones OTAN de este tipo; como las que estamos presenciando últimamente entre EE UU e Irán. El más reciente hito en este enfrentamiento de medio nivel es el ataque con algo más de una docena de misiles balísticos iraníes contra las bases de al Asad e Irbil en Irak donde se encuentran destacados efectivos norteamericanos y de la coalición anti-Daesh.

En la noche del pasado martes, y directamente desde territorio iraní, se disparó una salva que no pudo ser totalmente interceptada por los misiles Patriot que defendían ambas instalaciones. Pero los daños no parecen significativos. Todos estos datos se encuentran rodeados de incertidumbre -como suele ser habitual en los primeros momentos de cualquier enfrentamiento-, por lo que el análisis de urgencia estará siempre supeditado a conocer con más exactitud lo que realmente ha pasado.

Desde que la Administración Trump denunció el acuerdo nuclear con Irán, surgió entre ambas naciones una crisis cuya gestión incluye respuestas especialmente diseñadas por parte del régimen de los ayatolás para evitar una escalada incontrolada. Tratan de presionar para que se levante el embargo económico pero sin llegar a un enfrentamiento directo con los norteamericanos. Los ataques a petroleros e instalaciones saudíes en tierra se llevaron a cabo negando siempre la autoría directa por parte de Irán. Sí se atribuyeron en cambio el derribo de un dron estratégico norteamericano el pasado junio, pero alegando –en cierto modo excusándose por ello– que había entrado en su espacio aéreo.

La verdadera escalada de la crisis surge a finales del diciembre pasado, cuando ante un ataque de una milicia chií iraquí contra una instalación norteamericana y la posterior agresión contra su embajada en Bagdad, el presidente Trump autoriza la eliminación del general Suleimani en el aeropuerto de la capital iraquí.

En la gestión de esta crisis norteamericana-iraní se percibe un deseo de escalada controlada por ambos bandos, pero sin querer llegar a un enfrentamiento bélico convencional sin restricciones. Esto se deduce de las declaraciones verbales que acompañan a las correspondientes acciones cinéticas. También por los intentos iraníes de ocultación de autoría con la notable excepción del ataque con misiles de la pasada noche.

Existe la sospecha de que Trump, obsesionado con su posible reelección el próximo diciembre, intenta evitar llegar a otro enfrentamiento directo en Oriente Medio como los que tanto ha criticado él a sus predecesores. El que diseñen las respuestas sin llegar a la fase de hostilidades abiertas no es sinónimo de que puedan conseguirlo pues es contradictoria la urgencia que sienten en reaccionar con el mantener la crisis controlada. Siempre algo puede salir mal.

En la gestión de crisis entre dos bandos siempre hay que estar atento a los efectos sobre terceras partes. En este caso, muy especialmente a la reacción del gobierno y opinión pública iraquí. A nadie le gusta que una fuerza militar extranjera –invitada formalmente para derrotar al Daesh- actúe con otra finalidad como puede ser atacar intereses iraníes.

El eliminar al general Suleimani –dada su alta visibilidad y sus responsabilidades como jefe de los Quds- y sobre todo las circunstancias que rodearon el ataque, era evidente que iba a ser considerado como una grave afrenta por los iraquíes. Estimo que la petición de retirada de los efectivos norteamericanos de Irak –y de paso los de la coalición en que participa España– no desaparecerá y deberá ser atendida tarde o temprano, y eso sí, ejecutada de una manera progresiva y controlada.

Resumiendo, la crisis que venimos presenciando entre Irán y EE UU desde que la Administración Trump denunció el correspondiente tratado nuclear se ha agravado últimamente por el asesinato del general Suleimani y el subsiguiente ataque directo de misiles balísticos iraníes contra efectivos norteamericanos.

Existe una contradicción intrínseca entre querer responder siempre al adversario –el tener la última palabra– y tratar de mantener la crisis por debajo del umbral de hostilidades abiertas. Por todo ello hay un alto grado de incertidumbre sobre cuál puede ser el resultado final.

Lo que sí parece evidente en este momento es que se ha perdido Irak a medio plazo como teatro de enfrentamiento directo entre norteamericanos e iraníes. La ideología chií exalta la figura del mártir; en este sentido la muerte de Suleimani está a punto de conseguir una victoria póstuma: la retirada norteamericana de Irak. Qué pena, después de tanto esfuerzo en tesoro y vidas, entre ellas, las de algunos españoles.