
Guerra de Ucrania
¿Cómo es el ejército de Polonia? Es uno de los más avanzados de Europa, y ha sido un tradicional enemigo de Rusia
Con un gasto militar que lidera la OTAN y un plan masivo de rearme, Polonia acelera su transformación en el principal baluarte de la Alianza frente a Moscú, un escudo forjado en acero coreano y estadounidense

El cielo del este de Europa se ha rasgado una vez más, pero esta vez la agresión rusa ha cruzado una línea roja que resuena en los cuarteles generales de Bruselas. La violación del espacio aéreo polaco por parte de drones rusos, derribados gracias a la asistencia de la OTAN, no es un mero incidente fronterizo; es la materialización de la amenaza que Varsovia lleva años señalando. La inmediata activación del artículo 4 del tratado atlántico para iniciar consultas entre los aliados confirma la gravedad del momento. El ataque, sin embargo, no ha encontrado a Polonia desprevenida, sino en plena metamorfosis para convertirse en el nuevo espinazo militar del Viejo Continente, una potencia forjada a la sombra de la historia y con la mirada fija en el Kremlin.
En este contexto de máxima crispación, el músculo que exhibe el Wojsko Polskie —nombre popular de las Fuerzas Armadas polacas— adquiere una nueva dimensión. Con más de 216.000 efectivos en activo, ya se erige como uno de los ejércitos más grandes de la Alianza Atlántica, pero su ambición va mucho más allá. El objetivo declarado por el Ministerio de Defensa es alcanzar la cifra de 300.000 soldados según Reuters un despliegue de fuerza humana que transformaría por completo el equilibrio de poder en el flanco oriental de la OTAN. Esta aspiración no es una quimera, sino una política de Estado que estructura su defensa en cinco ramas bien diferenciadas: Fuerzas Terrestres, Armada, Fuerza Aérea, Fuerzas Especiales y una crucial Fuerza de Defensa Territorial, diseñada para capilarizar la resistencia en todo el país.
Asimismo, esta colosal empresa se sustenta en una inversión económica sin parangón entre sus socios. En 2024, Polonia se ha convertido en el miembro de la OTAN que mayor proporción de su riqueza destina a la defensa, un abrumador 4,12% de su Producto Interior Bruto. Duplica con creces el objetivo mínimo del 2% exigido por la Alianza, se traduce en un presupuesto que supera los 38.000 millones de dólares, uno de los más elevados del planeta. Se trata de un desembolso que evidencia una determinación férrea, la de una nación que ha decidido que su seguridad no puede depender exclusivamente de garantías externas, por muy sólidas que estas sean. Este giro en la política de defensa no es un caso aislado, ya que la inestabilidad global ha provocado que incluso Japón vuelva a las armas tras décadas de una postura más reservada.
Por consiguiente, este esfuerzo titánico, aunque con raíces históricas profundas, tiene un catalizador inequívoco. La invasión a gran escala de Ucrania en 2022 actuó como un acelerador definitivo, dotando de una urgencia existencial a un plan de modernización que ya estaba en marcha. Este viraje estratégico, documentado por el Center for Strategic and International Studies (CSIS), tiene un objetivo claro y contundente: erradicar por completo el legado del equipamiento de la era soviética y reemplazarlo por sistemas de armas de última generación. Es una auténtica revolución doctrinal y material que busca no solo actualizar el arsenal, sino también asegurar la plena interoperabilidad con sus aliados y cortar cualquier dependencia tecnológica del pasado.
La construcción de un coloso terrestre
En el corazón de esta transformación se encuentran las fuerzas acorazadas y la artillería, las dos lecciones magistrales que el conflicto ucraniano ha puesto sobre la mesa. El plan contempla la adquisición de aproximadamente un millar de nuevos carros de combate, una cifra que dejaría en evidencia a las flotas de potencias tradicionales como Alemania o Francia. La apuesta es diversificada, un mosaico de capacidades que, según publicaciones especializadas como WarpowerPoland, busca evitar la dependencia de un único proveedor. Al núcleo de tanques Leopard 2 de fabricación germana se suma la potencia de fuego de los M1A2 Abrams estadounidenses y la agilidad de los K2 Black Panther surcoreanos, considerados de los más avanzados del mundo.
A esta muralla de acero la acompañará un diluvio de fuego proporcionado por centenares de nuevas piezas de artillería. La capacidad de golpeo a larga distancia se ha vuelto prioritaria, y para ello Polonia está incorporando sistemas tan probados como los lanzacohetes HIMARS norteamericanos, que tan buen resultado han dado en Ucrania. A ellos se suman los K239 Chunmoo y los obuses autopropulsados K9 Thunder, ambos de Corea del Sur, que consolidarán una de las fuerzas artilleras más potentes de Europa. El objetivo no es solo defensivo; se trata de crear una capacidad de disuasión tan abrumadora que cualquier agresión resulte estratégicamente inviable para el adversario. La elección de este sistema no es casual, ya que el HIMARS vuelve a sorprender a los socios de la OTAN por su poder y precisión en ejercicios internacionales.
Más allá del músculo terrestre, la modernización abarca todos los dominios del campo de batalla. La Fuerza Aérea Polaca, con más de 400 aeronaves, se encuentra inmersa en un proceso de renovación constante para garantizar el control de un espacio aéreo que, como ha quedado demostrado, es ahora más vulnerable que nunca. La adquisición de cazas de quinta generación F-35 y de sistemas de defensa antiaérea Patriot - de los cuáles firmaron por 4.800 millones de dólares recientemente una compra - es la punta de lanza de esta estrategia. Esta combinación busca crear una burbuja de protección de varias capas, integrando capacidades propias con la arquitectura de defensa colectiva de la OTAN. La respuesta coordinada para neutralizar los drones rusos es el ejemplo perfecto de esta simbiosis estratégica en funcionamiento. Este esfuerzo sitúa a Polonia en la vanguardia de una tendencia continental, donde otro país europeo se está convirtiendo en una fortaleza antiaérea para protegerse de las amenazas del futuro.
En definitiva, el reciente ataque ruso no ha hecho más que validar la hoja de ruta que Polonia trazó con pulso firme hace años. Lejos de ser un acto que amedrente a Varsovia, sirve como una sombría justificación de su rearme y de su conversión en el centinela de Europa. El país no se está preparando para una guerra lejana, sino para la defensa de su propia existencia, asumiendo un papel de liderazgo que la geografía y la historia le han impuesto. La agresión rusa ha encontrado al otro lado de la frontera no a una víctima temerosa, sino a una nación en armas, consciente de que bajo la espada de Damocles de su vecino, la única paz posible es la que se garantiza con la disuasión de la fuerza.
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