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Bernie Sanders

Biden aplasta a Sanders

La derrota en Michigan fue tan severa que Bernie Sanders no dio la cara para valorar sus resultados

Lo que arrancó con titubeos, lo que parecía un hundimiento en toda la regla, lo que los expertos consideraban que sería una repetición del ciclo catastrófico de Jeb Bush en 2016, cuando pasó de gran favorito republicano a enésima víctima del candidato insurgente, Donald Trump, no se repetirá con Joe Biden.

Su victoria en Missouri anticipa victorias similares en otros estados decisivos, como Ohio. Su arrasador triunfo en Mississippi certifica que el sur es suyo, y todavía falta por competir en granaderos de delegados tan ricos como Florida, donde domina en las encuestas por más de 30 puntos y donde sólo un fanático sería capaz de competir luego de elogiar la dictadura castrista, cosa que por supuesto hizo Bernie Sanders. Y falta Georgia, donde el ex vicepresidente con Barack Obama reeditará la fascinación que ejerce sobre el votante afroamericano.

Pero, sobre todo, lo que ha terminado por voltear las primarias ha sido Michigan. Ahí, con una suficiencia imprevista, Biden ajustició a un Sanders que esperaba atraerse a los poderosos sindicatos del automóvil. En vano.

Por más que predicó contra las políticas comerciales de Biden y Obama, por más que repitió que sólo él está en condiciones de aunar una coalición lo suficientemente diversa y robusta, lo cierto es que Joe Biden, que para colmo apenas contaba con aparato logístico en equipos humanos en el estado, y que invirtió mucho menos en publicidad, ganó por goleada.

Desconfianza en Bernie Sanders

Los trabajadores del automóvil, los asalariados de las empresas más castigadas por la deslocalización, las víctimas inevitables de los procesos globalizadores y el cierre de las grandes factorías, no acaban de fiarse del socialista Sanders. La explicación más inmediata parece radicar en que no acaban de ver claro el modelo de sanidad pública y universal que propone. No tanto porque descreen de la bondad del modelo como porque no consideran realistas los números que airea el senador por Vermont.

El otro asunto, de más calado, posiblemente definitivo a la hora de solventar las primarias, es que tanto los electores de clase trabajadora como los votantes mayores, los moderados y los centristas, los antiguos seguidores de un millonario como Michael Bloomberg, los que esperaban un cierto continuismo con Amy Klobuchar, los deslumbrados con el expediente y la retórica del sorprendente Pete Buttigieg, incluso los decepcionados por la partida prematura de Beto O´Rourke y los fervientes acólitos de la muy progresista e ilustrada Elizabeth Warren, o sea, todos o casi todos los votantes demócratas con excepción de los seguidores de Sanders, anteponen conseguir un candidato capaz de vencer a Donald Trump a cualquier otra consideración. Las afinidades ideológicas pueden esperar.

Objetivo en el partido: vencer a Donald Trump

Las diferencias políticas se reservan para una mejor ocasión. Los distintos programas ya sólo se miden en función del carisma y la potencia del hombre que los presenta. Nada, ni la urgente lucha contra el cambio climático, ni las erráticas políticas seguidas en Irán o Corea del Norte, ni el destino incierto de las tropas estadounidenses en Afganistán e Irak, ni el futuro de Siria o las negociaciones comerciales y el prospecto de una guerra económica con China, ni la financiación de la OTAN, ni los tratados de comercio con Canadá y México, tampoco la inmigración, el aborto, los modelos sanitarios, la relación del poder ejecutivo con los medios, las denuncias por nepotismo, los oleoductos que atraviesan parques nacionales o la amenaza del coronavirus, nada importan más que la elección de un candidato con posibilidades reales de desalojar a Trump de la Casa Blanca.

De ahí que Bernie Sanders, polémico, divisivo, frentista, contemplado con evidente desconfianza por el “establishment” del partido y temor por los electores indecisos y los de centro o centro derecha, tiene todas las de perder contra Joe Biden. Más todavía si, de vuelta a Michigan, las televisiones y periódicos no dejan de recordar durante las 24 horas del día que en 2016 allí ganó Sanders a Hillary Clinton, y que luego, en las elecciones a la presidencia, Trump logró allí una victoria mínima pero decisiva.

Joe Biden y Bernie SandersJonathan ErnstReuters

Michigan, como antes Texas, será crucial. Igual que Florida, que llega la semana que viene. Igual que Pensilvania, donde todo apunta que ganará Biden. Igual que Wisconsin y Ohio. De hecho, de todo lo que viene, de los territorios y núcleos más importantes, Sanders sólo parece tener posibilidades en Arizona.

No será suficiente. No puede serlo. Por más que ayer mismo, en televisión, en la CNN, un apesadumbrado Michael Moore advirtiera del peligro de que Biden desanime y deje fuera a los millones de estadounidenses que reclaman un seguro médico público y de calidad. Pero sus reclamaciones, y su visión sombría del partido demócrata, parece más y más un espejismo de quienes apostaron por Sanders y ven reeditada la derrota de 2016. No contra las fuerzas ocultas del partido ni los medios, que conspiran en contra, sino frente a unos votantes demócratas que prefieren al balbuceante pero fiable Biden que a un Sanders brillante pero también imprevisible y por momentos inquietante.

En el juego por la Casa Blanca triunfa como nunca el pragmatismo y pierden los free riders, dispuestos a arriesgar todo en un momento que la mitad del electorado no perdonaría la derrota.

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