Europa

La UE se sume en otra crisis de identidad

Los Veintisiete celebran el Día de Europa en plena pandemia. El repliegue nacional y las disputas sobre el plan de reconstrucción lastran el proyecto europeo en el 70º aniversario de la Decalración Schuman

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«En Italia, en 30 años de dominación de los Borgia no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco», asegura el personaje interpretado por Orson Welles en «El tercer hombre». En sus más de 60 años de historia, la UE parecía atrapado en la feliz paradoja del reloj de cuco: un paraíso de prosperidad al amparo del poderío militar estadounidense si las cosas se ponían feas. Como se ha repetido en muchas ocasiones: un gigante económico, aunque un enano político con pocas ganas de hacer oír su voz en el mundo.

Pero el nuevo siglo XXI traía sorpresas: la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca con su «America First» y su amenaza de dejar de proteger a los europeos si estos no colaboran en su propia Defensa; el ascenso imparable de China y la consiguiente guerra fría entre las dos potencias y el portazo de Reino Unido, cuyo papel en el tablero internacional es aún una incógnita.

Consciente de la situación, la Comsión Europea de Ursula von der Leyen había prometido dar un giro geoestratégico para, en palabras del Alto Representante, Josep Borrell, comenzar a hablar «el lenguaje del poder». Pero llegó el coronavirus y el proyecto de integración europeo conmemora hoy el Día de Europa, la declaración de Robert Schuman, sumido en múltiples interrogantes . ¿Morirá la UE de coronavirus? ¿Sobrevivirá el orden multilateral como lo conocemos?

Descoordinación e insolidaridad

Durante el primer acto de la crisis hemos contemplado que la descoordinación entre los socios europeos y el sálvese quién pueda ha sido la nota dominante, con episodios tan vergonzosos como la negativa a proveer material médico a Italia o el cierre descoordinado de fronteras dentro del espacio Schengen, como en los peores momentos de la crisis de refugiados. El repliegue en el Estado-nación ha sido la nota dominante. Tal y como reflexiona el director del «think tank» CIDOB, Pol Morillas, «la pregunta lógica es si el protagonismo de los Estados-nación en la respuesta al coronavirus equivale al declive de lo global y supranacional, tal y como los entendemos hoy. Cuando la vida humana, amenazada, vuelve al centro de todas las cosas, la primera reacción es aferrarse a lo conocido. Tendemos a buscar referencias en lo cercano y desconfiar de lo extranjero, difuso y global. Nos cobijamos en nuestras raíces de algún lugar y aparcamos por un momento el cualquier lugar que habita en nosotros, seres globalizados».

Como modo de recuperar su maltrecho liderazgo, la CE intenta reaccionar y aprender de los errores: estudia adquirir mayores competencias en el ámbito sanitario, sobre todo para asegurar el suministro de material médico en tiempos de crisis y prepara un plan de reconstrucción de la economía europea que supere los 1,5 billones de euros para hacer frente a los estragos ocasionados por el coronavirus. Como sucedió tras la quiebra de Lehman Brothers en 2008 y la explosión de crisis de deuda en 2010, los países periféricos serán los más castigados y vuelven a supurar las heridas entre Norte y Sur. Según el Banco Central Europeo, la recesión podría rondar el 12% del PIB de la eurozona.

Pero las dificultades son muchas. Debido a las diferencias sobre este plan Marshall, Von de der Leyen ha tenido que retrasar su presentación, inicialmente prevista para el miércoles. Mientras se intenta encontrar una solución europea, el Ejecutivo comunitario ha dado carta a los Estados para que abran el grifo del dinero público sin control y rescaten a sus empresas. Tal y como advierten España, Francia e Italia, si estas medidas no vienen acompañadas de instrumentos de solidaridad comunitarios, el mercado único podría saltar por los aires, debido a que no todos los Estados tienen el mismo músculo para hacer frente al socavón en sus finanzas. En otras palabras: ya no habrá reloj de cuco, al menos no para todos.

Una oportunidad para Europa

Volviendo a los Borgia y a Miguel Ángel. ¿Puede la UE hablar el lenguaje del poder? Según reflexionaba esta semana Borrell con los corresponsales españoles en Bruselas, el coronavirus ha exacerbado la rivalidad entre Pekín y Washington – con invectivas mutuas sobre el origen del virus- y demostrado que EE UU ha renunciado por «voluntad propia» al rol de liderazgo mundial que asumía desde finales del siglo pasado, lo que ha llevado a la paralización de la ONU. Ante este derrumbe, Borrell prefiere mirar el vaso medio lleno. «La parte positiva es que en el nuevo orden mundial que hay que construir, Europa puede tener un papel».

La tarea parece hercúlea, pero la UE se construyo a partir de los escombros y el reguero de muertos de dos guerras mundiales. Tal y como aseguró Robert Schuman tal día como hoy en 1950: “Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho”.