Líbano
“No quiero que le vean como un héroe. Mi hermano era un tipo normal”
La muerte de Fawas Fuad Al Samman, de 26 años, prendió la mecha de la nueva ola de protestas en Líbano. Su hermana Fatima cuenta a LA RAZÓN el drama de su final y el que vive ahora su familia
Fatima Fuad cierra su puño junto al pecho para que no se le escape el dolor. Han pasado dos semanas desde que murió su hermano, Fawas Fuad Al Samman, y no ha logrado dormir bien ni una sola noche. Ahora Fatima se ha convertido en la voz de las nuevas “revueltas del pan”, para que la muerte de su hermano no haya sido en vano.
Ambos hermanos, jóvenes llenos de energía y sueños de futuro, representan a la clase media libanesa, que está desapareciendo por la crisis económica. “A Fawas no le mató solo la bala que impactó en su pecho, sino el deficiente sistema de salud libanés”, denuncia Fatima. “Los servicios de ambulancia no vinieron. Más de una hora estuvo mi hermano desangrándose en la calle hasta que un amigo lo llevó en su coche al hospital. En los servicios de urgencia esperamos más de tres horas hasta que llegó el médico y por fin se lo llevaron a la sala de operaciones. Nos dijeron que esperásemos 48 horas para ver la evolución y nos llamaron del hospital para informarnos que había muerto en la madrugada del martes”, rememora Fatima.
Según explica a LA RAZÓN, Fawas estaba el domingo 26 de abril en su taller de reparación de motos, recogiendo unas piezas para reparar la motocicleta de un amigo, cuando llegaron varios militares y uno “le disparó con fuego real”. El taller de Fawas está a unos metros de la plaza de Al Nour, epicentro de las protestas en la ciudad de Trípoli.
“Ese día mi hermano no quería salir a las protestas. Con un bebé de cuatro meses, tenía miedo de que le detuvieran. Pero, qué podía hacer”, se pregunta Fátima, antes de agregar: “Llevaba más de dos meses sin trabajar, porque el taller estaba cerrado por el Covid-19, y no tienen dinero para comprar la leche de fórmula y los pañales, ya que con la devaluación de la libra libanesa los precios de la mayoría de productos se han encarecido el doble”.
Al principio el Ejército sacó un comunicado diciendo que Al Samman había muerto por el impacto de balas de goma en los disturbios de ese día, por miedo a que cundiera la rabia entre la población de Trípoli, pero fue imposible ocultar la verdad y en su funeral, ardió de nuevo el centro de la ciudad. “No quiero que vean a mi hermano como un héroe o un mártir de las protestas. Era una persona normal, trabajadora, y querida en el barrio. Abrió un taller de motos hace un par de años y siempre estaba ayudando a todo el mundo”, describe Fatima.
Quizás ha sido por su cercanía a la gente. Toda su vida en el barrio, en la zona de Souk Al Haraj, una de las zonas más deprimidas del centro de Trípoli, a pesar de que el tradicional zoco es visitado por los turistas. En sí, Fawas representa a la clase popular libanesa. Un chico que no pudo estudiar, como muchos otros, que desde joven le tocó ponerse a trabajar y hacerse cargo de sus hermanos menores. Fawas y Fatima vienen de una familia numerosa y ahora es ella quien tendrá que cuidar a sus otros hermanos menores. El padre murió hace años y la madre de Fawas es una mujer mayor. Hace un par de años, Fawas pidió un préstamo -que todavía no ha devuelto- para abrir su propio taller. Y ahora, además, la vida le había dado un bebé. Sin embargo, una bala le arrebató sus sueños de futuro a los 26 años.
Vuelta a las calles
La “revolución” libanesa, que empezó en el mes de octubre, también estalló primero en Trípoli antes que en Beirut, porque es la ciudad más pobre del Mediterráneo. Tras unos meses de letargo, por la alerta sanitaria de la pandemia del coronavirus, los manifestantes han regresado a las calles. La muerte de Fawas ha sido el detonante de una nueva oleada de protestas, que tiene como telón de la profunda crisis económica, y que muchos han bautizado como “las revueltas del pan”.
El lema que repiten los tripolitanos es: “Mata más el hambre que el coronavirus”. En estos dos meses de confinamiento más de 200.000 trabajadores han perdido sus empleos. Con las arcas del Estado vacías, el Ejecutivo libanés ha tenido que hacer frente a la emergencia sanitaria antes que dar ayudas a las familias con pocos recursos, que en Trípoli suman el 80% de la población.
“El Gobierno repartió ayudas por valor de 400.000 LL (libras libanesas) durante una semana a los más necesitados y después paro”, se queja Fatima. Precisamente, las nuevas protestas han coincidido con el mes de Ramadan, por lo que suele haber más gastos de lo normal al ser una fiesta musulmana, lo que ha acervado la desesperación de muchos al tenerse que enfrentar a una inflación galopante y una depreciación sin precedentes de la libra libanesa.
Las ayudas del Ejecutivo a día de hoy no son más que 100 dólares, ya que la libra libanesa ha perdido el 200% de su valor. Qué puede hacer ahora una familia de seis o siete miembros con esa cantidad para todo un mes. “No confiamos en la elite política. Ellos son los que han vendido el país y nos han arruinado a todos”, denuncia Fatima, que ha estado desde el principio a la cabeza de las protestas. La paradoja es que la ciudad más empobrecida del Mediterráneo ha estado gobernada por uno de los hombres más ricos del mundo, Nabij Mikati, exprimer ministro libanés (2011-2014) y oriundo de Trípoli, cuya fortuna asciende, según Forbes, a 2.800 millones de dólares.