Régimen criminal
El 11J en Cuba sentenció el ocaso del espejismo “revolucionario”
Javier Larrondo, presidente de la ONG Prisoners Defenders, analiza lo que supusieron las históricas protestas en Cuba del 11 de julio de 2021
Cuba, finales de los 50. Un dictador sin soporte popular, sin sentido de Estado y con un ego desmedido había quebrado una democracia socialdemócrata y al tiempo liberal que articulaba las instituciones de este bello país desde 1940 a 1952. Cuba tenía una población y gobernantes socialdemócratas por entonces. Una Constitución auténticamente revolucionaria y avanzada auguraba un futuro prometedor a la isla en 1940.
En 1952 Fulgencio Batistatomo el poder por la fuerza. La corrupción y los fusilamientos generaron la animadversión de toda la población. Batista no tenía apoyos. Ni entre el pueblo ni, en 1958, entre sus aliados comerciales, como Estados Unidos, que le dio la espalda. Fidel Castro fue la esperanza de cubanos y de españoles, que desde 1939 sufrían una dictadura férrea tras una guerra civil devastadora para todos los bandos. La inmensa mayoría de Cuba apoyaba a los “revolucionarios”.
Mi familia, una entre tantas, se vestía de revolucionaria y aportó todo lo que pudo contra Batista: trabajo, ilusión y mucho dinero. Mi padre, un ser bondadoso e inocente, hijo de un notable y admirado académico, fue nombrado por el nuevo gobierno de Fidel, compañero suyo en la universidad, para dirigir el Instituto del Petróleo -que pronto fue Ministerio- el tiempo suficiente para darse cuenta rápidamente de lo que se apercibió toda la clase instruida de Cuba: Fidel Castro sería mucho peor para el pueblo de Cuba que incluso lo fue Batista.
Luego llegó el “No los queremos, no los necesitamos”, y la huida de toda la clase instruida de Cuba, expropiada y aterrorizada. Más de 3,5 millones de personas, de tan sólo 11 millones, se han identificado con los que Fidel “no quería, no necesitaba” y han salido en este tiempo en mitad de una feroz represión. Créame el lector que, como mi padre, ni un 5% de ellos afín a Batista.
Fidel le contó al mundo que todos eran batistianos y que él representaba a la izquierda. Lo que los republicanos en España vieron truncado tendría ahora resarcimiento en la perla de las Antillas. Lo que se tornaba en infierno, la izquierda latina y española, con mucha inocencia unos, y mucha inquina otros, lo pasaban por la lavandería de la historia. Destronado Batista y sin enemigo, Fidel convirtió a los Estados Unidos en causante de las desgracias de Cuba y se montó en la ola del antiamericanismo sin importar políticas o presidentes.
Del pueblo más amigo de Cuba desde el siglo XIX logró tener el peor enemigo, expropiando todos los bienes del pueblo americano, insultándolos a la par hasta la saciedad. Así logró atraer a quien le sostendría durante años, la imperialista y proxeneta Unión Soviética y, con la reacción de los Estados Unidos a dichas agresiones, convenció a buena parte del pueblo de que estaban en “guerra”. Enseguida convirtió a Cuba en un satélite soviético que no podría ser tocado.
Mientras metía a homosexuales en campos de concentración, fusilaba, y violaba todos y cada uno de los derechos laborales, sociales, civiles y políticos, la izquierda latina, y sobre todo la española, le ayudaron a mantenerse en el poder. “El enemigo de mis enemigos es mi amigo”, un error consustancial al ser humano.
Hay quien lo ha visto claro, y se expresa claro, y fuerte, sobre el fascismo castrista. Felipe González honra su gran nivel político cuando se enfrenta hoy día a ese fascismo. Otros no han dado ese paso. Entre ellos el más grande cantautor que ha dado España, Joan Manuel Serrat, admirable en su humanidad y que ya hace tiempo que detesta el castrismo en Cuba, pero que aún no les ha cantado a las madres de las víctimas como cantó con gran inocencia y buena voluntad, pero nefasta aportación, a favor de los verdugos fascistas y su falsa retórica.
Todo ha sido un espejismo para la izquierda mientras era una pesadilla para el pueblo de Cuba, una tensión permanente, un estado de alteración, represión, tristeza y muerte física y vital constante, donde sólo había dos opciones: “Patria, o Muerte”. La misma diatriba que el maltratador le dice a la mujer maltratada: “o yo, o la muerte”.
Buena parte del pueblo cubano que seguía en la isla ha estado más de 60 años creyendo mentira tras mentira, justificando o tolerando la represión y culpando al embargo. La juventud nacida tras la caída del muro se cansó de la mentira, y había optado por no creer nada, no tener esperanza en nada, y esperar que esos viejos radicales dejaran el poder. Pero aún no sabían que estaban en manos de quienes están. Pensaron que los viejos darían paso a nuevas generaciones más abiertas. Nada más lejos de la realidad.
Relevo generacional
Muchos creyeron en Miguel Díaz-Canel. Quizá era un relevo generacional real. Un jurista cubano que se pasó su vida trabajando para la dictadura le conoció de soslayo en Villa Clara y aún hablaba maravillas del actual presidente de Cuba antes del 11J, a pesar de haber sido mucho antes defenestrado en su mandato judicial por no ser el loco radical que hay que ser para subir los últimos peldaños funcionariales. “Es buena persona”, decía. El pueblo cubano deseaba cambios, pero seguía completamente ciego.
Pero la debacle se confirmó el 11 de julio, cuando el pueblo de Cuba se levantó pacíficamente. Era imposible no hacerlo. La represión contra el pueblo, y los artistas, hecho clave, se hacía insoportable, y el cambio de moneda y reformas económicas que impusieron estaban robando los ahorros a la población. Desabastecieron completamente las tiendas en pesos, y abastecieron fuertemente las tiendas en dólares (110 pesos pagan por dólar) mientras el gobierno cambió todas las cuentas corrientes a 24 pesos el dólar. El pueblo se sabía robado, reprimido y sin libertades.
Todos salieron a la calle. Familias enteras, niñas, madres, embarazadas. Muchos lloraban de alegría al ver que pueblos enteros salían del “armario”. Era una sensación similar a la que seguramente tuvieron algunos miembros del colectivo LGTBI en las primeras marchas del orgullo. No estaban solos: “No sólo no soy yo el rar@, sino que somos mayoría los que apoyamos nuestros anhelos, derechos, que además no son enfermos, sino sanos, porque son expresión de nuestra más íntima y respetable humanidad. Lo enfermo es ocultarlo y ser reprimido por ello”.
La lucha del pueblo de Cuba por la libertad es únicamente humana, ni siquiera es política.
Lo que ese pueblo no es esperaba es que Díaz Canel, un civil, daría en televisión la orden de ir “al combate” a los miembros del partido, funcionarios, empleados públicos, y a todo el ejército, que salió a las calles de paisano tras apagar Internet en la isla, con bates de béisbol, barras de hierro, de madera, y armas. Detuvieron a más de 5.000 personas, echándolos a camiones, apaleados y esposados uno tras otro y hacinándolos en cuarteles inmundos en pleno Covid, insultándolos, humillándolos y obligándoles a decir “Patria o Muerte” o ser golpeados. La razzia de detenciones continuó con la revisión todos los teléfonos móviles de los manifestantes y las redes sociales, arrestando día tras día, en total, a miles de ciudadanos pacíficos.
Por muchas horas, días o semanas, todos desaparecieron. Las madres hacían colas buscando a sus hijos en las comisarías. Impusieron medidas cautelares de prisión provisional o domiciliar para casi 2.000 de ellos sin tutela judicial. Y más tarde llegaron los procesos judiciales sumarios por atestado directo, donde policía y juez resuelven todo en 72 horas sin presencia de abogados ni posible proposición de pruebas o principio de contradicción.
También llegaron los juicios ordinarios para los castigos más graves, de hasta 30 años de prisión. Los abogados, del Estado; los fiscales y jueces, del gobierno; los testigos -todos-, funcionarios y policías. Las penas de lustros se urdían con testigos falsos que se equivocaban al señalar acusados mientras se negaba la proposición de testigos. Ni un solo ciudadano testificó por los “desórdenes públicos” como perjudicado.
Los acontecimientos, unos tras otros, despertaban a más y más pueblo. Antes del 11J, los cubanos en su inmensa mayoría pensaban que el gobierno no apalearía y procesaría como delincuentes a miles de personas inocentes y buenas, pero sí creían capaz a la Seguridad del Estado de reprimir.
Al ver la represión de la Seguridad del Estado, pensaron entonces que podrían tener defensa en sus tribunales. Y entonces todos vieron que los medios de comunicación, funcionarios, fiscales, abogados, jueces, el partido, las organizaciones de “masas”, los colectivos, el ejército, la policía, hasta los médicos no entregando informes de lesiones, todas y cada una de las estructuras del Estado, eran la Seguridad del Estado, actuaban al unísono en un masivo acto criminal.
Es entonces, y no sólo en el momento represivo de julio, cuando el pueblo de Cuba realmente vio la realidad: no tienen un gobierno, ni tienen un país. Tienen una finca privada, dominada por una banda de criminales fascistas al servicio de una única familia, los Castro.
El poder en Cuba se ha basado, fundamentalmente, en construir para los cubanos y el mundo un espejismo de “humanismo” sobre lo que en realidad era y es un régimen represivo fascista y atroz. El pueblo cubano ahora sabe que está en manos de criminales. En cierto modo, la izquierda mundial también está desprendiéndose del velo de la falacia.
Si la fuente de ese poder, el espejismo, se está disipando, el régimen tornará más y más militar. Los regímenes militares tienen una supervivencia potencial mucho menor que los ideológicos, y además requieren para su supervivencia de otros anclajes de poder, como la gestión económica, que en Cuba es un imposible por el esclavismo reinante y la falta de libertad económica. Ambos afectan a la productividad de aquella nación, que ni los productos básicos de la tierra produce para autoabastecerse.
El 11J en Cuba ha sentenciado el ocaso de un espejismo de 63 años, tanto dentro como fuera de la isla, y ha puesto fecha de caducidad al régimen. Como consecuencia, vendrán años de dura represión militar. El pueblo cubano ahora necesita del apoyo de todas las fuerzas políticas en el exterior para defender los derechos humanos en la isla, siendo la izquierda clave, si da el paso (que aún permanece callada), para que la represión y la agonía sean las menores posibles.
Por hacer más tangible en qué se traduce esto, usando mi admirada figura de Joan Manuel Serrat, cuando éste le cante a las madres del 11J y a su dolor no sólo se curará él mismo de haber caído en el espejismo años atrás al apoyar a los fascistas. Sin duda ayudará él y toda la izquierda de forma significativa a salvar a un maravilloso pueblo que necesita de estas voces para protegerles, para que la transición sea lo más rápida y pacífica posible.
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