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EE UU

Muere Dick Cheney, cerebro de la guerra contra el terror

A los 84 años El vicepresidente más poderoso de la historia de EE UU planificó las invasiones de Afganistán e Irak tras los atentados del 11-S

El que fuera uno de los hombres más poderosos y temidos de la política estadounidense, Richard Bruce Cheney, ha muerto a los 84 años, según informó su familia este martes. Exvicepresidente durante los dos mandatos de George W. Bush (2001–2009), Cheney fue figura central en la política de seguridad nacional tras los atentados del 11 de septiembre y símbolo de la era del “todo vale” en la llamada guerra contra el terrorismo. Su familia comunicó que falleció el 3 de noviembre de 2025 a causa de complicaciones por neumonía y enfermedades cardíacas y vasculares. Lo acompañaban su esposa Lynne y sus hijas Liz y Mary.

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“Dick Cheney sirvió a nuestra nación durante décadas... fue un gran y buen hombre que enseñó a sus hijos y nietos a amar a su país”, expresó la familia en un comunicado. El texto describía a un patriota íntegro y afectuoso, alejado de la imagen oscura que muchos estadounidenses asocian con él.

De Wyoming al centro del poder

Nacido en Lincoln, Nebraska, en 1941, y criado en Casper, Wyoming, Cheney fue el prototipo del americano del oeste: pragmático, austero y reservado. Capitán del equipo de fútbol americano de su instituto, conoció allí a la que sería su esposa durante más de seis décadas. Se licenció y obtuvo una maestría en Ciencias Políticas en la Universidad de Wyoming antes de trasladarse a Washington en 1968 como becario del Congreso.

Su ascenso fue vertiginoso. En plena era Nixon, trabajó como asistente en la Casa Blanca y pronto se ganó reputación de eficaz gestor en un ambiente político convulso. Bajo la presidencia de Gerald Ford (1975–1977) se convirtió en el jefe de gabinete más joven de la historia, con apenas 34 años. Desde entonces, su nombre se asoció a la estabilidad institucional y a una visión firme del poder ejecutivo.

Durante la década de 1980, Cheney representó a Wyoming en la Cámara de Representantes durante diez años, consolidándose como una de las voces más influyentes del Partido Republicano en materia de defensa y seguridad. En 1989, el presidente George H. W. Bush lo nombró secretario de Defensa, cargo desde el que dirigió la operación “Tormenta del Desierto” en la Guerra del Golfo.

El vicepresidente que mandaba más que el presidente

Su verdadero legado —y su controversia— comenzó en 2001. Al asumir la vicepresidencia bajo George W. Bush, Cheney transformó un cargo históricamente ceremonial en un epicentro de poder. Se convirtió en el arquitecto de la respuesta estadounidense al 11-S, impulsando la invasión de Afganistán y, más tarde, la guerra en Irak. Su influencia en el gabinete era tal que muchos analistas describieron al gobierno como una “co-presidencia”.

Defensor de los interrogatorios coercitivos, la detención indefinida y la expansión del aparato de vigilancia estatal, Cheney justificó sin titubeos las medidas más polémicas del periodo. “Me siento muy bien con lo que hicimos. Si me enfrentara a esas circunstancias otra vez, haría exactamente lo mismo”, declaró en 2008.

Su dureza lo convirtió en héroe para los halcones republicanos, pero en un villano para la izquierda y los defensores de los derechos humanos. Hillary Clinton llegó a compararlo con Darth Vader, apodo que él mismo adoptó con ironía.

Empresario y mentor político

Entre 1995 y 2000, Cheney fue presidente y consejero delegado de Halliburton, una de las mayores empresas petroleras del mundo. Ese paso por el sector privado reforzó las sospechas de conflicto de intereses cuando, ya como vicepresidente, la compañía obtuvo contratos millonarios durante la reconstrucción de Irak.

A pesar de sus polémicas, Cheney mantuvo hasta el final una influencia ideológica profunda dentro del Partido Republicano. Su hija Liz, congresista por Wyoming hasta 2023, se convirtió en una figura destacada de la fracción conservadora crítica con Donald Trump, reflejando tanto la continuidad como las tensiones del legado paterno.

Un corazón resistente y una vida marcada por la controversia

Cheney sobrevivió a cinco infartos y recibió un trasplante de corazón en 2012 tras casi dos años en lista de espera. Su vida fue una lucha constante entre la fragilidad física y la firmeza política. Hasta sus últimos años, siguió interviniendo en debates sobre defensa y política exterior, defendiendo sin arrepentimiento su visión de un Estados Unidos fuerte, dispuesto a ejercer su poder sin concesiones.

Cuando Osama bin Laden fue abatido en 2011, Cheney calificó el hecho como “un gran día para Estados Unidos”, pero advirtió que el país “seguía en guerra” y no debía bajar la guardia. Tras dejar la Casa Blanca, se mantuvo como uno de los críticos más duros del presidente Barack Obama, al que acusó de debilitar la política exterior y ser “blando con el terrorismo”.

Un legado que divide

Pocos líderes del siglo XXI han generado juicios tan opuestos. Para unos, fue un patriota inquebrantable; para otros, el rostro del intervencionismo y la erosión de las libertades civiles. Con su muerte desaparece uno de los últimos exponentes de la política de la posguerra fría, un estratega que entendió el poder como una herramienta de dominio y no de consenso.