América Latina
Así se gestó el monstruo del crimen organizado en Ecuador
Las bandas, fortalecidas tras años de inacción, utilizan las costas ecuatorianas para enviar la cocaína de Perú y Colombia a EE UU y Europa
Cuando el pasado miércoles un grupo de encapuchados fuertemente armados irrumpieron en los estudios de la televisión estatal ecuatoriana en Guayaquil, encañonando a los presentes, no solo impactaron al mundo entero con la alevosía de su acción, sino que también pusieron de manifiesto la gravedad del desafío que el crimen organizado ha planteado a Ecuador y a su joven presidente, Daniel Noboa.
El episodio siguió a la fuga de la cárcel de Adolfo Macías, alias «Fito» y líder de una de las más peligrosas bandas del país, y motines en algunas de las principales cárceles, en las que varios policías fueron secuestrados. El caos desatado, con los habitantes de Quito y otras grandes ciudades recluyéndose aterrorizados en sus casas, y al menos once muertos sólo el martes, llevó a Noboa a declarar al país en «conflicto armado interno», decretar el estado de excepción y ordenar el despliegue del Ejército en la lucha contra las principales bandas del país, consideradas ahora «actores beligerantes no estatales».
No será una tarea fácil. La corrupción y la ineficiencia de las políticas de seguridad llevan años alimentando el poder de las mafias y estas parecen ahora mayores que las del Estado. Si Ecuador fue considerado durante años un excepcional remanso de paz en una región tradicionalmente violenta como América Latina, ahora se ha convertido en modelo de Estado que sucumbe por múltiples factores al auge de unos grupos criminales a los que ningún político parece capaz de detener.
Fernando Villavicencio, periodista y candidato a la presidencia, murió acribillado a balazos en un acto de su campaña electoral en Quito el pasado agosto, en un magnicidio que conmovió al mundo e hizo que empezara a tomar conciencia del calibre del colapso ecuatoriano. Villavicencio había hecho de la lucha contra el crimen organizado su bandera de campaña y denunciado amenazas contra su vida.
Pero las raíces del problema vienen de tiempo antes. Ecuador se sitúa entre Perú y Colombia, los dos mayores productores mundiales de cocaína y la costa pacífica ecuatoriana, menos vigilada que la de los países vecinos, se ha convertido en punto estratégico desde el que exportar la droga hacia Europa y Estados Unidos. Ese lucrativo negocio ha llevado a que los puertos ecuatorianos estén ahora contaminados por el crimen organizado.
Los expertos señalan también al total descontrol de la situación en las cárceles, que están en manos de las propias bandas. Sus cabecillas las utilizan más como feudo y centro de operaciones que como lugar en el que pagar su condena por los daños causados a la sociedad. En ellas se repiten sangrientos motines que se han saldado con decenas de muertos y es conocido que los líderes criminales viven en ellas a cuerpo de rey y manejando desde ellas sus negocios de secuestro, extorsión y narcotráfico, de Los Choneros, la banda que encabeza.
Todo esto ha sido posible gracias a la infiltración de las fuerzas de seguridad, colonizadas por las bandas. La fuga de Fito se produjo poco antes de que se ejecutara su traslado de la prisión en la que se encontraba a otra de máxima seguridad en la que habría perdido muchos de los privilegios de los que disfrutaba. Todo hace pensar que los mismos guardias que lo custodiaban lo ayudaron a escapar.
Los expertos señalan que las cárceles son el agujero negro de la seguridad en Ecuador, ya que escapan totalmente al control de las autoridades y desde ellas operan los mafiosos más peligrosos.
300% más de homicidios
El nuevo presidente, que lleva en el cargo sólo dos meses, ha planteado un endurecimiento de la política de seguridad. Con una tasa de homicidios que se disparó en un 300% en los últimos siete años, sus promesas de regeneración y firmeza frente a la delincuencia lo llevaron a la presidencia. Sus intentos de retomar el control de las prisiones, con la reubicación de algunos de los capos principales como Fito, parecen haber detonado la furiosa reacción de los grupos criminales ecuatorianos.
Noboa prometió que su Gobierno «protegerá a los ciudadanos», pero está por ver que cuente con los medios para hacerlo. El grado de infiltración en las Fuerzas de Seguridad y las instituciones es tal, que cabe dudar de la lealtad de muchos de sus miembros al presidente. Jorge Núñez, del Observatorio de Prisiones de Ecuador, le dijo a la cadena británica BBC que «lo que hemos visto en los últimos días es que [las bandas] tienen el poder de parar un país entero». Su crueldad ha quedado clara en los sangrientos enfrentamientos que han mantenido en la ciudad de Esmeraldas la mafia de Los Tiguerones y la de Los Lobos.
El joven presidente de 37 años está tratando de proyectar una imagen de fortaleza, similar a la que ha cultivado su homólogo salvadoreño, Nayib Bukele. El presidente de El Salvador se ha convertido en un modelo para muchos en una región golpeada a nivel general por la delincuencia como América Latina por el éxito de su guerra sin cuartel contra las pandillas, que, pese a las denuncias de excesos y violaciones de los derechos humanos, ha devuelto la paz a las calles del país centroamericano. Ese parecía ser el camino que quería seguir Noboa. En su búsqueda de restablecer el orden, se ha encontrado una guerra. Nadie puede pronosticar si será capaz de ganarla.
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