OTAN

Crisis de identidad en la OTAN

Crisis de identidad en la OTAN
Crisis de identidad en la OTANlarazon

La falta de una estrategia común frente a la amenaza de EI y los titubeos ante el avance ruso ponen en entredicho el futuro de la coalición.

La tibia respuesta de la Alianza Atlántica a las diversas crisis abiertas en el mundo en los últimos meses ha situado a la organización en una compleja situación. Las críticas de quienes quieren un papel protagonista de la OTAN en Siria o Ucrania llueven sobre su secretario general, Jens Stoltenberg, quien insiste en que su labor diplomática es clave, al tiempo que subraya que su trabajo es notable en la formación de los ejércitos, tanto ucranianos como de los países árabes, para luchar contra las amenazas del siglo XXI. Sin embargo, desde la intervención en Libia en 2011, los aliados han difuminado sus intenciones de embarcarse en operaciones que puedan acabar en un fiasco mayúsculo como la del país magrebí.

Ahora, las coaliciones internacionales, especialmente en Siria e Irak, son las que han tomado el relevo. EE UU lidera una amplia formación integrada por más de sesenta países en la que curiosamente sí participan 26 de los 38 países de la OTAN, al tiempo que Rusia hace lo propio y Arabia Saudí se acaba de subir al carro. ¿Por qué la Alianza ha decidido desmarcarse? ¿Ha depuesto la OTAN las armas en favor del diálogo? Numerosos informes ponen negro sobre blanco en cuanto a las intenciones futuras de los aliados al tiempo que expertos en defensa internacional explican a LA RAZÓN los motivos por los cuales la organización ha pasado a un segundo plano. «Existe una confluencia de factores que explican la actual situación. En primer lugar, el histórico. No existe entre los aliados un enemigo común como sí lo había en tiempos de la Guerra Fría. Una vez que ésta desapareció, los intereses individuales pesan más. Esto incluye los económicos y geopolíticos, que ya quedaron patentes en el caso de Libia. Otro factor es la (des) voluntad de los países para participar en conflictos que no consideran una amenaza directa para ellos. La intervención de Libia junto a los moratones provocados en Afganistán e Irak marcan la actual estrategia», asegura Markus Wagner, experto en la estrategia de la OTAN y profesor de la University of Miami School of Law.

A esta última idea se suma el hecho de que la mayor parte de los países que integran la Alianza deben contar con el visto bueno de sus parlamentos, un apoyo que no resulta fácil, ya que responde a intereses electorales patrios. Fue llamativo el hecho de que el presidente de Francia, François Hollande, invocara tras los ataques del 13-N el artículo 42.7 del Tratado de la Unión Europea (que indica que si un Estado miembro es objeto de una agresión armada en su territorio, los demás Estados miembros le deben prestar ayuda y asistencia) y no el artículo 5 de la OTAN (que hace alusión al mismo aspecto, pero a nivel de la Alianza). «De haberlo invocado habría puesto en un aprieto a la organización, ya que habría sido rechazado por algunos países. Y es que atacar a un grupo terrorista es más difícil que hacerlo contra un ejército en el que las líneas de batalla están claramente marcadas», argumenta Wagner.

«El problema es que los países europeos no sienten que deban seguir desempeñando un papel global y se resisten a involucrarse en lo que llaman conflictos ‘‘fuera de área’’», completa Thomas A. Schwartz, militar retirado de EE UU y ex comandante de las USFK (United States Forces Korea), que refuerza su argumento apelando a la reticencia de Berlín para involucrarse en Libia como ejemplo de los países de la OTAN que no ven sus intereses afectados por estos conflictos.

En la actualidad, las misiones en las que está involucrada la OTAN no llegan a la decena. Las más relevantes son la de Afganistán, prorrogada durante un año dada la inestabilidad que azota al país tras el auge de los talibanes y la aparición de células del Estado Islámico, y la llevada a cabo en los países bálticos tras las agresiones rusas en Ucrania. «Existe una fuerte aversión en la opinión pública europea ante las operaciones militares. Y esto queda reflejado por las autoridades nacionales en las decisiones parlamentarias», asevera Schwartz. Una de las críticas más severas que ha recibido la Alianza es la falta de acción frente al avance del EI, que sí supone una amenaza a las puertas de Europa. Sin embargo, en los cuarteles generales de la OTAN no se ve del mismo modo. Fuentes diplomáticas de la Alianza explican a LA RAZÓN que «de ninguna manera participarán en Siria, al menos en este momento. Nadie nos lo ha pedido. Es probable que en el futuro tomemos el relevo como ya se ha hecho en Afganistán, pero se centraría en el apoyo y entrenamiento a los ejércitos nacionales. La labor que hace la coalición allí es suficiente». El choque de intereses queda patente, aunque a más de una delegación le cueste dar su brazo a torcer. «Las prioridades en esta guerra son dispares. Los intereses de Turquía o EE UU, por ejemplo, tienen poco que ver. De esta manera es imposible impulsar una estrategia común. El hecho de que Francia no haya pedido a la OTAN una estrategia común contra el EI es reflejo de que la Alianza ya no es una herramienta eficaz», añade otro experto en Bruselas.

Por otra parte, y no menos significativo, resulta el análisis detallado de los presupuestos de Defensa de sus miembros y, por lo tanto, su aportación a la Alianza. En la Cumbre de Gales, los aliados se comprometieron a destinar un 2% de su PIB a la defensa común. Sin embargo, ninguno roza esta cifra, salvo Estados Unidos, que este año invirtió 513.000 millones de euros (alrededor de un 3,4% de su PIB), seguido por Grecia, Reino Unido, Estonia, Polonia y Francia, los cuales han aumentado sus partidas militares por la amenaza terrorista y las provocaciones de Moscú. Ante esta falta de unidad, la OTAN busca redefinirse abanderando la diplomacia en vez de las acciones militares, lo que la impulsa hacia un futuro incierto cuyas piezas no encajan en los retos que plantea el puzzle global y la relega a meras declaraciones de intenciones y soporte de las iniciativas nacionales.