
Clase social
Las personas que crecieron en la pobreza tienden a exhibir estos 10 comportamientos cuando son adultos
Crecer con limitaciones económicas no define por completo a una persona, pero sí deja una marca duradera y visible

Muchos de los comportamientos que manifestamos siendo adultos no surgen de la nada: tienen sus raíces en lo vivido, en los miedos que cargamos y en las experiencias que nos moldearon. “Para saber quiénes somos debemos entender de dónde venimos”, dice el refrán, y cobra una relevancia especial al intentar explicar ciertos hábitos.
Uno de los factores más determinantes, aunque pocas veces se reconoce, es la situación financiera en la infancia. Crecer en un hogar con recursos limitados deja marcas que no siempre son visibles, pero que dejan marca: aprender a ajustar la compra al mínimo indispensable, recibir regalos modestos en fechas especiales o ver cómo los padres renuncian a sus propios caprichos por priorizar la educación y la felicidad de sus hijos.
Ese escenario deja costumbres y formas de ver el mundo que se trasladan a la vida adulta. Los diez comportamientos más frecuentes entre quienes crecieron en la pobreza son:
1. Tendencia a elegir lo más barato
Incluso con ingresos estables, muchas personas siguen priorizando el precio por encima de la calidad. Comparar etiquetas, esperar rebajas y evitar “gastos innecesarios” se vuelve una costumbre automática, nacida de la necesidad de exprimir cada moneda en la infancia.
2. Dificultad para gastar en uno mismo
Darse un gusto personal, como salir a cenar o comprarse algo nuevo, puede generar culpa. En hogares con pocos recursos, el dinero tenía un destino práctico y colectivo, no individual. Esa lógica se arrastra y convierte el autocuidado en algo que parece un lujo.
3. Prepararse siempre para lo peor
El miedo a perder la estabilidad económica impulsa la necesidad de estar prevenido. Guardar dinero de emergencia, evitar créditos o conservar pertenencias viejas, aun cuando se pueden reemplazar, son respuestas a la incertidumbre constante que marcó la infancia.
4. Ingenio para resolver con lo que se tiene
La falta de recursos enseña a improvisar soluciones. Reparar objetos, reutilizar materiales o encontrarle un segundo uso a algo que otros descartarían son habilidades que persisten en la vida adulta, incluso cuando la situación económica mejora.
5. Relación especial con la comida
Para quienes conocieron la escasez, la despensa medio vacía puede generar ansiedad. Muchos acumulan más provisiones de las necesarias o comen rápido por miedo a que falte. No se trata de gula, sino de un reflejo aprendido en la infancia.
6. Reticencia a tirar cosas
Una prenda rota se transforma en trapo, un frasco se guarda “por si acaso”. El hábito de no desperdiciar nace del valor que se le da a lo poco que se tiene y se mantiene, aunque la economía ya permita reponer lo dañado.
7. Dificultad para pedir ayuda
La autosuficiencia forzada en la niñez deja huella. Muchas personas que crecieron con carencias prefieren resolver solas sus problemas, aunque eso implique sobreesfuerzo, antes que pedir ayuda y sentir que son una carga.
8. Desconfianza en la estabilidad económica
Aunque la cuenta bancaria esté equilibrada, permanece la sensación de que todo puede cambiar de un día para otro. Esa incertidumbre se traduce en cautela extrema, ahorro excesivo y una vigilancia constante sobre los gastos.
9. Sensación de no encajar en ciertos entornos
Lograr un buen empleo o alcanzar cargos de responsabilidad no elimina la percepción de “no pertenecer”. Las normas sociales, el código de vestimenta o la dinámica en reuniones profesionales pueden generar incomodidad, producto de un entorno muy distinto al de origen.
10. Empatía genuina hacia quienes atraviesan dificultades
Uno de los legados más positivos es la solidaridad. Quienes vivieron en la pobreza suelen ser los primeros en tender la mano, compartir sin juzgar o apoyar discretamente a alguien que lo necesita, porque conocen de primera mano lo que significa pasar necesidad.
Crecer con limitaciones económicas no define por completo a una persona, pero sí deja una marca duradera y visible. Desde la prudencia financiera hasta la empatía hacia los demás, estos comportamientos no son más que los rastros del pasado.
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