Estado clave
Detroit, la ciudad del motor: así fue la muerte y resurrección del sueño americano
Los planes económicos de Harris y Trump para la ciudad y el estado de Michigan son un ejemplo de su diferente visión financiera para el resto de Estados Unidos
«The projects» es como los estadounidenses se refieren a las zonas urbanas más deprimidas de sus grandes ciudades. En Detroit, la «ciudad del motor», son el reflejo de cómo el sueño americano se declaró en bancarrota, literalmente, y ahora intenta sacar la cabeza por encima del desastre. Antaño fue el centro de la poderosa industria automovilística de Estados Unidos, donde Henry Ford empezó a montar coches en cadena con su modelo T y eliminó a casi toda la competencia, tal y como luego lo harían otras empresas mil millonarias como Chrysler o la General Motors, que siguen existiendo en la ciudad, aunque como un suspiro de lo que fueron.
En Poletown East, uno de los «projects» más deprimidos donde gran parte de las antiguas fábricas son meros esqueletos oxidados, la escena es desoladora. Grandes espacios se mezclan con casas desvencijadas, a menudo solitarias ocupando una manzana entera, con los techos cubiertos con plásticos, montones de basura y las ventanas rotas o tapiadas con maderos, aunque en el interior hay luz. En una de ellas, un anciano está inconsciente estirado boca arriba sobre el porche. Sus pies sobresalen por encima de los escalones. Apenas hay tráfico. El barrio está en un estado lamentable.
Las calles comerciales, como la gran avenida E Warren, están formadas por una retahíla de tiendas cerradas a cal y canto. Muchas son joyas de la arquitectura de mediados del siglo XX, ahora escondida detrás de la corrosión, la dejadez y el aspecto de tener una horrible enfermedad de piel. Sus días de gloria y aceras llenas terminaron hace tiempo. En algunas esquinas, las majestuosas iglesias de ladrillo. Otros templos, evangelistas en su mayoría, tienen un aspecto de último reducto más que de ser un lugar santo, como el que está entre las calles Chene y Theodore, cuya marquesina con una cruz gigantesca parece que esté a punto de desplomarse. Una metáfora de la ciudad, quizás.
La caída de Detroit es un caso típico de lo que sucede cuando la industria migra en masa para realizar su producción en lugares con mano de obra barata y menos leyes laborales. La crisis financiera rompió el tejido social y urbano. ¿Qué la causó? La desindustrialización, el éxodo de población y la mala gestión. Todo empezó en los años 70 del siglo pasado, cuando la competencia de los fabricantes de automóviles japoneses, más baratos y con mejores prestaciones, pasó por encima de las grandes marcas estadounidenses. La eficiencia volvió a vencer al músculo, como pasó con Ford. En pocos años las grandes plantas cerraron. Cientos de miles de empleos se perdieron.
La depresión económica llevó al éxodo de la población, que todavía dura. En 1950, Detroit casi llegaba a los dos millones de habitantes; el último censo local cifra el número en 639.111. La marcha de la gente también supuso el adiós a su base tributaria, los impuestos que pagaban, que ya no eran suficientes para mantener una ciudad diseñada para albergar el doble de ciudadanos. Barrios enteros fueron abandonados. El efecto dominó golpeó a los pequeños negocios, que bajaron la persiana para siempre.
Luego colapsaron los servicios públicos; la desigualdad y la segregación racial aumentaron porque, en su mayoría, el éxodo lo llevó a cabo la clase media. En 2013, la ciudad implosionó. La falta de medios y la mala gestión financiera obligaron al Ayuntamiento a declarar la bancarrota que, aún hoy, es el mayor desastre municipal de la historia estadounidense con una deuda de 18.000 millones.
Una de las peores imágenes de esa implosión puede verse en la Soup Kitchen, o comedor de beneficencia, que la orden cristiana de los Capuchinos tiene abierta en Mount Elliot. Es una de varias en las que asisten con comida y ropa a 228.000 personas. Son las diez de la mañana. En el interior hay dos docenas de mesas redondas, todas ocupadas con una mezcla de vagabundos vistiendo harapos, jóvenes que viven en las calles, trabajadores aseados cuyo sueldo no les da para comida y una amalgama de adictos a varias sustancias. Algunos se rascan compulsivamente, otros hablan y gesticulan solos. Algo que se ve en las calles de los barrios empobrecidos.
Sin embargo, hay quien tiene esperanza y cree en la gran resiliencia de la ciudad. Su orgullo no se ha doblado, aunque en la tienda de empeños más famosa de Detroit las idas y venidas de los que caminan con los bolsillos vacíos se suceden. Empeñan sus enseres para sobrevivir. «Estuvimos aquí para ayudar a nuestros vecinos en los peores tiempos. Nuestros préstamos ayudaron a que mucha gente pudiese poner un plato de comida encima de la mesa», cuenta Les Gold, el propietario de la tienda American Jewelry Store y protagonista del mundialmente conocido programa de televisión «Empeños a lo bestia» (Hardcore Pawn), a quien LA RAZÓN entrevista en su establecimiento al lado de la Milla Ocho, famosa gracias al músico Eminem.
«Ahora la ciudad está en un proceso de reconstrucción. Los ‘projects’ son la clave, hay que devolverlos a la vida, sobre todo con parejas jóvenes». En cuanto al futuro, y en el contexto de las próximas elecciones presidenciales del 5 de noviembre, el empresario asegura que no sabe «si el plan económico de Trump o Kamala es mejor, lo único importante es que, gane quien gane, deberá estar alineado con el destino que Detroit se ha marcado para sí mismo», explica con orgullo. «Esta ciudad siempre ha sido resiliente, fuerte y empática. Pase lo que pase, saldremos adelante. Yo nací y me críe aquí y, tras haber viajado mucho por el mundo, no conozco un lugar más fuerte porque cuando vienen mal dadas sus ciudadanos se unen y luchan juntos».
En los comicios del 5 de noviembre Michigan será uno de los siete Estados péndulo que decidirán las elecciones, por lo que Detroit se ha convertido en un nido de promesas para ambos candidatos, cuyos mítines y encuentros en el Estado siempre giran en torno a la economía. Es decir, resucitar el sueño americano perdido. Los planes de Kamala Harris y Donald Trump para la ciudad sirven para entender la raíz de su diferente visión financiera, que puede hacerse extensible al resto del país.
El plan de Kamala asegura buscar el fortalecimiento de los derechos laborales y la igualdad económica. Cuenta con el apoyo de gran parte de los sindicatos de trabajadores de Michigan, cuyas demandas están relacionadas con la sanidad, la protección de las jubilaciones y el movimiento sindical. Asimismo, la candidata demócrata apuesta por la Ley de Reducción de la Inflación, la cual pretende aumentar las inversiones federales en el Estado, sobre todo en proyectos relacionados con las nuevas energías.
En cambio, el multimillonario Donald Trump centra su enfoque financiero en el crecimiento a través de la reducción de regulaciones y los recortes de impuestos. Además, hace hincapié en la imposición de aranceles a productos importados para proteger los empleos estadounidenses. Hace campaña contra las políticas que impulsan los vehículos eléctricos porque van en contra de la industria automotriz que, en su día, hizo a la ciudad una potencia económica del país.
Según los expertos, la clave para la recuperación son las inversiones privadas, hasta ahora en gran parte dirigidas hacia el centro de la ciudad. Para los ‘projects’, el corazón que hace latir a Detroit, todavía están llegando a cuentagotas. En Poletown East, por ejemplo, se ve un creciente interés en transformar los espacios industriales abandonados en centros de innovación y arte, y se renuevan antiguas casas de estilo art decó. No obstante, esta no es una buena noticia para todos. Si esas zonas llegan a recuperarse, volverán a ser pobladas, sí, pero muchos de los habitantes del barrio no se las podrán permitir. ¿Acabarán en un nuevo gueto? Posiblemente. Los desafíos a los que la ciudad y su población se enfrentan son formidables, pero el sueño americano sigue coleando.
✕
Accede a tu cuenta para comentar