Opinión
El policía y el payaso: Occidente frente al espejo
Lo que sucede en este momento en Ucrania debe servir al menos para que todos reflexionemos y, sobre todo, para vernos en el espejo como civilización occidental
Lo que sucede en este momento en Ucrania debe servir al menos para que todos reflexionemos y, sobre todo, para vernos en el espejo como civilización occidental. Llegamos a este punto por décadas de errores, omisiones y distracciones que fueron destruyendo el concepto de “mundo libre” hasta reducirlo a escombros entre los que era ya imposible encontrar los valores occidentales y los principios democráticos.
El siglo veintiuno comenzó justamente con la llegada de Putin al poder, coincidiendo también con el ascenso de Chávez en Venezuela. A partir de ahí se fue generando un nuevo fenómeno que mucho más tarde recibió el calificativo de “democracias iliberales”, pero que yo prefiero llamar “repúblicas absolutistas”. Cada vez más, presidentes electos democráticamente comenzaron a concentrar bajo su mando todas las instituciones del Estado, cambiando también la constitución para reelegirse de forma indefinida y mandar sin límites, ni de tiempo ni de potencia. Esta regresión democrática contó con el visto bueno de Occidente, que permitió este auge caudillista y populista antidemocrático, no solo en la periferia sino también en su seno.
De pronto, gran parte de la opinión pública occidental comenzó a ver la democracia como un signo de debilidad, mientras admiraba a caudillos como Putin. De hecho, antes de la invasión de Rusia en Ucrania, se caricaturizaba y subestimaba al presidente ucraniano por su pasado como artista de comedia, mientras que se reivindicaba el perfil estadista de Putin, un ex policía de la KGB. Se olvidó que la virtud de la democracia es justamente esa, la igualdad jurídica que permite que cualquier ciudadano sea presidente, como sucedió, por ejemplo, con el actor de Hollywood Ronald Reagan en Estados Unidos. Así como no se valoró antes la alternancia en el poder y el límite de tiempo que debe tener un mandato dentro de un sistema presidencialista, ahora se desdeña de un artista convertido en presidente. El caso es que vemos defectos en las virtudes y virtudes en los defectos, incapaces de reconocer ya las fortalezas de la cultura democrática occidental.
Es de hacernos mirar esa añoranza de caudillos fuertes, de gendarme necesario, de tiranos ilustrados, de dictaduras buenas, de pensamientos únicos. Sobretodo ahora que vemos al presidente Zelinski, el “payaso”, liderando una heroica resistencia contra la infame invasión de un “policía” que se esconde detrás de los tanques y con el botón nuclear en la mano. Occidente debe verse en ese espejo y reflexionar sobre el reflejo que emana hoy de Kiev donde se ve claramente quién es quién. ¿Qué somos? ¿Somos el policía o el payaso? Pase lo que pase, no queda duda cual de los dos representa el verdadero ejemplo y valor: Zelinski. Putin, por su parte, es un tirano (de la misma talla de Stalin, Hitler y Mussolini) que envenena a sus adversarios y encarcela a cualquiera que protesta en su país. Tiene más de dos décadas ejerciendo el poder absoluto en Rusia y ahora está cometiendo un genocidio en Ucrania, mientras amenaza con hacer lo mismo en otros países europeos, bajo el chantaje de un ataque nuclear.
Admirar a Putin y subestimar a Zelinski es una de las peores formas de perder la guerra, la cultural, esa que damos todos siempre, incluso cuando mandamos un meme por WhatsApp. Debemos reconciliarnos con nuestros principios y con nuestras instituciones que trascienden a las personas. La democracia se defiende también valorándola. Que en la democracia más importante del mundo continúe una alternancia en el poder de más de dos siglos, no puede ser un problema, al contrario, es una virtud. Lo mismo que la unidad de las naciones europeas es una fortaleza en este contexto geopolítico. No es exagerado decir que el régimen de Putin está detrás de todas esas agendas que nos dividen y que debilitan el sistema de democracia liberal. Es más, hizo esta jugada en Ucrania contando con esa división de Occidente que tanto ha estimulado, sin sospechar que la respuesta iba a ser tan contundente y casi unánime.
Por primera vez en mucho tiempo vemos al verdadero enemigo de frente. Estamos presenciando el despertar de la historia o, mejor dicho, el despertar de los que creyeron en el fin de la historia, olvidando que la libertad se defiende cada día. Occidente tiene ya décadas acomplejado, odiándose a sí mismo y tumbando estatuas para cancelar su propio pasado, mientras que tiranos de todas las ideologías (o sin ideología) se fortalecían a su alrededor. Los dramáticos acontecimientos actuales deben servirnos para unirnos bajo el paraguas del Mundo Libre y la Democracia Liberal, como único hábitat posible de los derechos humanos. Apoyemos a los ucranianos, así como también a los cubanos, venezolanos, nicaragüenses, e incluso a los propios rusos que resisten esa tiranía y también quieren libertad. Es el mismo enemigo y la misma lucha. Para que haya paz debe haber primero democracia. ¡Unidad contra los tiranos y por la libertad!
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