Reino Unido
El Brexit o el principio del caos
Los tories han llevado a Reino Unido al borde del abismo desde los referendos de Cameron sobre Escocia y la UE con cinco primeros ministros. La gloria del imperio no sirve en un mundo en erupción
«Enterró a la Reina, enterró a la libra, enterró al ‘’chancellor’', enterró al partido, y enterró al país en menos de un mes». Esta frase circula por los círculos conservadores de Londres en relación a la ya ex primera ministra de Reino Unido, Elizabeth Truss. Esta broma, muestra de típico humor inglés, no es más que un acertado resumen del escenario dantesco en el que se ha convertido la política británica en los últimos años. Y es que la dimisión de Truss demuestra el esperpento en el que se ha transformado el país desde la llegada de David Cameron al poder. Lo peor es que esta nueva crisis llega en un momento de máxima inestabilidad tanto a nivel europeo como global, y las decisiones tomadas por dirigentes británicos en los últimos años dejan al país en una situación de debilidad en medio de una crisis política, geopolítica, energética, y ahora también financiera.
Pero ¿cómo se ha llegado a esta situación?
Empecemos por la campaña de elección del líder del Partido Conservador tras la dimisión de Boris Johnson. Durante ésta se pudo empezar a ver las semillas que acabarían germinando en la grave crisis que se produjo tras el anuncio del «mini presupuesto» del entonces Canciller del Exchequer Kwasi Kwarteng. Durante un debate entre los principales aspirantes a suceder a Johnson,Rishi Sunak, acusaba ya a su contrincante de irresponsabilidad fiscal por su plan de responder a la actual crisis a través del endeudamiento público ya que resultaría en una subida de la inflación, y por tanto de los costes hipotecarios de los británicos. Sunak le espetó «salir de la inflación con deuda no es un plan, es un cuento de hadas». En lo que se puede ver hoy en día como una frase premonitoria, Sunak, que ha sido elegido líder del partido y por tanto será designado hoy como primer ministro tras la ceremonia de «besamanos» con Carlos III, apuntaba a los problemas que acabarían sacudiendo al país de implementarse los planes de Truss. Y es que, a pesar de lo que indican algunos comentaristas, el principal problema con el planteamiento económico de ésta no era la bajada de impuestos, sino el continuo endeudamiento del país y su terca insistencia en no acompañar esta bajada impositiva con los correspondientes y necesarios recortes en el gasto público.
Como ven, nos encontramos ante un escenario que no podía ser bien acogido ni por el público ni por los mercados. Durante la presentación del «mini presupuest», retrasado por el periodo de duelo oficial tras la muerte de la reina y por la celebración de la Asamblea General de Naciones Unidas, se anunciaron no solamente las medidas que habían sido previamente adelantadas por Truss y su equipo, pero una serie de recortes impositivos adicionales que tomaron a los mercados por sorpresa. Al no venir acompañados de recortes en gasto, la reacción de los mercados no se hizo esperar.
En los días que siguieron, la libra se desplomó, y los costes de financiación del Gobierno se dispararon, haciendo que la intervención del Banco de Inglaterra fuera necesaria ante el rápido incremento de la venta de bonos del Estado y su resultante bajada de precio y subida de rendimiento. Esto resultó en un aumento de las garantías en efectivo que muchos inversores (entre ellos los fondos de pensiones) tuvieron que aportar de la noche a la mañana por los cambios radicales en las tasas de interés que se habían producido. En resumen, se desplomaron los precios de los bonos al producirse su venta por muchas entidades que no disponían de la liquidez para afrontar las garantías requeridas, iniciando pues un círculo vicioso.
El resultado ha sido una crisis política en toda regla. A pesar del revuelo causado, el Gobierno se negaba a dar marcha atrás, renunciando a anunciar recortes en el gasto que permitieran tamaño ajuste fiscal. Y es que la única propuesta había sido el de dar marcha atrás en la rebaja fiscal al tramo mayor del IRPF, apenas 2.000 millones de libras de un desajuste de 45.000 millones.
La primera víctima fue Kwarteng, sacrificado por Truss en un vano intento de salvar su mandato. El caso es que, a pesar de retractarse y retirar su plan, el daño estaba hecho. No ya en los mercados, también ante el electorado británico. Recordemos que en un sistema parlamentario, como el británico o el nuestro, el Parlamento tiene la potestad de nombrar un nuevo primer ministro o presidente del gobierno sin necesidad de acudir nuevamente a las urnas hasta el fin de la legislatura. Truss era ya la tercera desde las últimas elecciones y no contaba, de primeras, con un apoyo popular robusto. Esta crisis la hundió. En apenas un mes de mandato (si no contamos el periodo de gracia concedido por el periodo de luto oficial por la muerte de Isabel II), Truss llegó a tener un nivel de aprobación de -61%, el más bajo de la historia de un primer ministro. Además, la estimación de voto para los Conservadores les dejaba 36 puntos por debajo de los laboristas. Según las proyecciones, ese resultado dejaría al partido en el gobierno actualmente con un escaño en Westminster. Estas proyecciones no reflejarían el resultado real de darse hoy unas elecciones, pero eran un claro aviso a navegantes. Truss no es la única culpable. El Partido Conservador ha llevado a Reino Unido al borde del abismo, desde Cameron con los referendos sobre Escocia y el Brexit, pasando por Theresa May, Boris Johnson, y ahora Liz Truss. Cada cual de éstos ha seguido empecinadamente cavando la tumba de un país que no ha sabido encontrar su espacio en un nuevo panorama internacional, en el que las glorias del viejo imperio poco sirven para hacer frente a los desafíos de un mundo en erupción.
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