Política

Venezuela

«Me pegaron en los pies para no dejar marcas»

Jickson R., epiléptico y con capacidades especiales, es uno de los 120 adolescentes que fueron maltratados y arrestados en el estado de Bolívar por la Guardia de Maduro tras el 23-E.

Romelis Guilarte y su hijo Jickson Rodríguez, de 14 años, en Villa Bahía, una populosa barriada de Ciudad Guayana
Romelis Guilarte y su hijo Jickson Rodríguez, de 14 años, en Villa Bahía, una populosa barriada de Ciudad Guayanalarazon

Jickson R., epiléptico y con capacidades especiales, es uno de los 120 adolescentes que fueron maltratados y arrestados en el estado de Bolívar por la Guardia de Maduro tras el 23-E.

«Sí, mamá, me golpearon bastante». A Romelis Guilarte le bastó escuchar esa frase a su hijo Jickson para confirmar sus peores temores desde que se lo llevaron detenido la noche anterior. Habían pasado casi 20 horas buscándolo a pie en la oscuridad por seis destacamentos de la Guardia Nacional en Ciudad Guayana, en el Estado Bolívar hasta que lo encontró en el Comando 625, ubicado en la siderúrgica estatal Sidor.

Era la 1:30 de la tarde del jueves 24 de enero cuando el custodio de turno le permitió verlo sólo unos pocos segundos, después de tanto insistir.

Estaba esposado «porque se puso agresivo» y no le dejaron recibir los medicamentos para tratar los ataques de epilepsia que el adolescente padecía por un traumatismo craneoencefálico desde que tenía 5 años de edad. Jickson Rodríguez, de 14 años y con condición especial, es el menor de cuatro hermanos que la noche del 23 de enero, día de movilización nacional contra Nicolás Maduro, estaba junto con su madre, familia y un grupo de vecinos participando en una protesta en Villa Bahía, una populosa barriada de Ciudad Guayana que sabe de carencias, hambre y desempleo.

Tocaban cacerolas y quemaban basura y escombros hasta que llegó una «lluvia de guardias» en una camioneta Toyota blanca y un auto negro lanzando bombas lacrimógenas y perdigones, por lo que todo el mundo se echó a correr, incluido Jickson. Tumbaron puertas de casas, sacaron a jóvenes a la fuerza, apuntaron a la cabeza a señoras frente al negocio de Romelia –una pequeña barbería con tres sillas– entre varios militares empujaban, golpeaban, pateaban a un joven de 16 años.

Romelia comenzó a gritar. Desesperada, se fue a buscar a su hijo. Pero solo encontró la franela rota de Jickson tirada en el suelo. Un vecino le confirmó que varios guardias lo habían atrapado, golpeado, batuqueado contra el suelo obviando la advertencia de que se trataba de un niño especial. A las 8:40 de la tarde, se lo llevaron detenido junto con otros cinco jóvenes de la vecindad.

Jickson es uno de los 120 adolescentes que fueron detenidos arbitrariamente durante las manifestaciones que tuvieron lugar del 21 al 31 de enero en todo el país, según el Foro Penal, organización que se ha dedicado a registrar y denunciar a las víctimas de abusos de derechos humanos en Venezuela. Sólo en Ciudad Guayana, 50 personas fueron apresadas por la Guardia Nacional al mismo tiempo que Maduro era desconocido por la comunidad internacional como presidente legítimo.

Tras la redada, al hijo menor de Romelis no le perdonaron que fuera el único de los adolescentes detenidos que no lloraba. Por eso las «femeninas» (como se identifican a las militares mujeres en Venezuela), lo golpeaban o le obligaban a abrir los párpados para echarle gas lacrimógeno. Si tropezaba con alguna al moverse por la molestia en los ojos, volvían a golpearlo. No hubo orden de detención como obliga el Código Procesal Penal venezolano ni otros formalismos durante el bárbaro procedimiento.

A los cinco jóvenes le pretendían imputar su participación en supuestos de saqueos en Villa Bahía a las 3 de la mañana. Jickson durmió las cinco noches que estuvo detenido en el Comando en el suelo, sin colchonetas, sábanas o almohadas. «A unos chamos sifrinos (con dinero) si le trajeron colchones, ropa y comida porque sus papás le pagaron a los guardias». Mientras, a Jickson le robaron algunas viandas que su mamá le llevó los días que permaneció en el centro de reclusión.

El 24 de enero, justo al día siguiente de conocer el lugar de detención, Romelis fue a poner la denuncia de maltratos contra Jickson ante el Ministerio Público e incluso declaró a los medios todo su estupor por el abuso a su hijo, lo que en Venezuela se ha convertido en una práctica de alto riesgo. Al día siguiente, la cincuentena de detenidos fueron trasladados a los tribunales en una jornada que se extendió hasta la noche. En el Comando, cada vez que Jickson iba al baño a hacer pipí, le daban planazos por la planta de los pies «para que no me quedarán marcas en el cuerpo. Cuando queríamos hacer pupú, nos dejaban esperando hasta sudar frío y apenas nos sentábamos en la poceta (váter), nos gritaban “párense, párense”». Cachetadas, planazos, vejación fue lo que recibió Jickson de los guardias nacionales: «Una de las femeninas me agarró y me dijo que repitiera: Padre nuestro que estás en el cielo, sube los ojos que vas para el suelo». Seguidamente, lo golpeaba en la nuca hasta desplomarlo.

La noche del domingo 27, Romelis recibió una llamada: Jickson había sido trasladado de emergencia al hospital Uyapar pues habia convulsionado dos veces. Antes habían sacado de su celda al esposo de su hermana, también encarcelado, para que tratase de estabilizarlo. El lunes 28, cinco días después de la protesta en Villa Bahía, excarcelaron a Jickson pero sin quedar libre del todo: le dictaron un régimen de presentación cada 30 días. Aparte, el tribunal le exigió la presentación de tres fiadores, cada uno de los cuales tiene que devengar tres salarios mínimos (18 mil bolívares, unos 6 dólares al cambio oficial).

Romelis tiene que trasladarse hasta los tribunales para cerrar el procedimiento, pero no le alcanza el dinero para pagar el pasaje en una ciudad donde no funciona el transporte público. Lo que produce su pequeña barbería a la semana apenas le permite comprar un kilo de harina de maíz. «No tengo miedo de denunciarlo hasta que paguen por lo que le hicieron».