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Japón

El partido hegemónico de Japón está empeñado en hacerse el harakiri

La elección de Sanae Takaichi al frente del PLD puede derivar en una crisis política

Japan Politics Explainer ASSOCIATED PRESSAP

Lo que comenzó como una jugada interna para recobrar estabilidad política ha terminado desatando una nueva tormenta política en Tokio. Cuando el Partido Liberal Democrático (PLD) decidió desplazar a Shigeru Ishiba y alzar a la combativa Sanae Takaichi como su nueva presidenta y futura primera ministra, sus líderes imaginaron que el movimiento cerraría filas, restauraría la autoridad y quizá reavivaría el vínculo con un electorado cada vez más hastiado. Pero el resultado ha sido el contrario, con división, incertidumbre y un colapso sin precedentes en la hegemonía que definió el Japón de la posguerra.

Apenas una semana después de su elección, Komeito, socio de coalición durante 26 años, abandonó el gobierno. El gesto ha supuesto el actual seísmo político. Por primera vez desde 1955, el PLD enfrenta el riesgo real de ser desplazado del poder. En la Dieta, los partidos de oposición suman ya una mayoría que podría unir fuerzas para impedir la confirmación de Takaichi como mandataria cuando el Parlamento vote en las próximas semanas.

La separación de Komeito no se explica sólo por diferencias ideológicas. Venía gestándose desde el escándalo de fondos partidarios que salpicó al PLD el año anterior. La formación budista, núcleo moral de la alianza conservadora, no toleró la resistencia de Takaichi a endurecer las normas de transparencia. Para el partido de Tetsuo Saito, la negativa fue la gota que colmó el vaso. «Tras más de dos décadas de cooperación, la confianza mutua se ha erosionado», lamentó Saito al anunciar la ruptura.

Sin los 24 escaños de Komeito, el PLD queda con 196 diputados en la Cámara baja, lejos de los 233 necesarios para una mayoría estable. Las legendarias maquinarias electorales del partido —que durante décadas aseguraban victorias casi automáticas— están oxidadas. Tras haber superado los 5,4 millones de afiliados en 1991, el PLD cuenta hoy con menos de 900.000 miembros activos, reflejo de un desgaste estructural y generacional.

Las viejas facciones, que alguna vez fueron el alma del partido, hoy se muestran difuminadas. Y con ellas, desaparecieron las figuras de instinto político legendario que sabían mantener la disciplina y leer el pulso del país. Dentro del partido gobernante, crecía la ansiedad por el ascenso de Sanseito, una joven fuerza nacionalista y religiosa que avanza entre votantes conservadores descontentos. Elegir a Takaichi, defensora acérrima de los valores tradicionales, parecía la fórmula para contener esa fuga hacia la derecha.

Pero ese movimiento ha estrechado aún más el horizonte político del PLD. En lugar de abrirse a los votantes urbanos, jóvenes y moderados que exige el Japón de hoy, el partido se replegó sobre su base más envejecida.

Takaichi, adalid del orden, la soberanía y la familia patriarcal, no representa el cambio que la sociedad nipona esperaba, aunque sí refleja la rareza de ser una mujer al mando de la élite más conservadora del país. No es una feminista, y no pretende serlo. Se opone a que las mujeres casadas conserven su apellido de soltera —aunque ella misma no usa el de su esposo— y defiende mantener la sucesión imperial exclusivamente masculina.

Takaichi es, en muchos sentidos, un enigma. De carácter férreo y vida austera, cultiva una imagen de autodisciplina extrema. Guitarrista aficionada y amante de las motocicletas, suele repetir: «Trabajo el doble para demostrar la mitad». Su biografía inspira respeto en algunos y desconfianza en otros.

Su ascenso, inicialmente celebrado como una conquista simbólica para las mujeres en la política japonesa ha terminado exhibiendo las raíces de un sistema rígido. Con solo un 10% de mujeres en el Parlamento, la realidad es que el poder sigue siendo férreamente masculino. El supuesto «mito del cambio» se desvanece frente a la persistencia del conservadurismo estructural. Takaichi desafía las reglas de un juego que, a la vez, la protege y la aísla. Mientras tanto, en el espacio digital, la política vive una rebelión silenciosa. En la red social X, se han viralizado caricaturas de Takaichi caracterizada como una samurái desarmada.

Japón se enfrenta a un agotamiento estructural sin precedentes, con una población en rápido envejecimiento, productividad estancada, salarios congelados desde hace dos décadas y una deuda pública tremenda. El programa económico de Takaichi combina ambición y riesgo. Ha prometido reactivar los estímulos fiscales —una reedición de los Abenomics de su mentor— pero esta vez con matices nacionalistas, con más dinero para semiconductores, defensa y energía, incluso a costa de agudizar una deuda pública que ya supera el 260% del PIB, la más alta del mundo desarrollado.

El Ministerio de Finanzas, preocupado por el déficit, observa con alarma sus planes de expansión del gasto. Y su declaración de que «el gobierno debe dirigir tanto la política fiscal como la monetaria» ha sido leída como un desafío abierto a la independencia del Banco de Japón. Se trata de una economista dogmática que puede chocar con los pilares técnicos del Estado antes de consolidar su poder.

Takaichi asegura querer culminar el legado de Abe, mientras pretende reformar la Constitución pacifista y fortalecer la defensa nacional. Pero su margen político es mucho menor. Con un Parlamento fragmentado y un electorado escéptico, carece del respaldo suficiente para aprobar reformas de esa magnitud.

La consecuencia más inmediata del cambio de liderazgo se percibe en la política exterior. Durante décadas, Tokio se movió con prudencia, replegándose en el papel del socio confiable, apaciguador y tecnocrático. Takaichi quiere romper ese molde. Su discurso es claro, apunta a que Japón debe hablar el lenguaje del poder, no el de la resignación.

Esa intención, sin embargo, tiene un costo palpable. Las relaciones con China atraviesan ya su punto más bajo desde la crisis de las islas Senkaku en 2012. Conocida por sus visitas al polémico santuario de Yasukuni —símbolo de la memoria militar japonesa—, Takaichi ha acusado abiertamente a Pekín de ejercer “coerción diplomática” en los mares de la China Oriental y Meridional. Para la dirigencia comunista china, esa retórica es una afrenta directa.

Su línea de acción parece calcada de la doctrina Abe: firmeza estratégica con respaldo estadounidense, fortalecimiento de alianzas regionales y mayor protagonismo militar. Bajo su impulso, se ha sumado con más vigor a las operaciones de libertad de navegación junto a Estados Unidos y Australia, al tiempo que estrecha su cooperación con Filipinas, país clave en la defensa del eje marítimo del Sudeste Asiático. Tokio explora, incluso, acuerdos de inteligencia y producción armamentística conjunta.

El nuevo desorden global y el desafío Trump

El terremoto interno coincide con otro de escala mundial. El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca en enero ha sacudido los cimientos del sistema internacional que durante siete décadas sustentó la prosperidad japonesa. Con la implementación del programa “Project 2025”, la nueva administración estadounidense ha impuesto tarifas punitivas a aliados y exigido contribuciones económicas astronómicas, como los 550.000 millones de dólares que Tokio ha aceptado aportar en apoyo a Washington.

Para Japón, la dependencia estratégica de Estados Unidos nunca había generado tanta incomodidad. La incertidumbre sobre la política exterior de Trump coincide con el vacío de liderazgo interno. Washington ya no garantiza el orden ni la previsibilidad que hicieron posible el milagro nipón de la posguerra.

El debilitamiento del sistema multilateral ofrece tanto riesgos como oportunidades. Con la desaparición de la ayuda internacional estadounidense, Japón podría ocupar un rol más activo en cooperación y desarrollo, además de impulsar una expansión del CPTPP, el acuerdo transpacífico que promueve el libre comercio en Asia. Pero, de momento, el caos político interno paraliza toda iniciativa.

Tamaki y la oposición que huele a oportunidad

El vacío del PLD ha reanimado a la oposición. Yuichiro Tamaki, líder del Partido Demócrata Popular (PDP), emerge ahora como figura de consenso para una posible “coalición reformista moderada”. Exburócrata del Ministerio de Finanzas y graduado de Harvard, se presenta como una mezcla de gestor tecnócrata y reformista pragmático —el “Macron japonés”. Su mensaje de alivio social y responsabilidad fiscal ha conectado especialmente con votantes jóvenes y profesionales urbanos.

Si logra articular un frente con los Constitucionalistas Democráticos y otros grupos menores, Tamaki podría reunir los 234 votos necesarios para disputarle el cargo a Takaichi.