Chicago

Redacción volante para sir Winston

Dos años antes de su muerte, «Life Magazine» ya diseñaba un plan para cubrir el funeral: los periodistas trabajarían desde un avión

Una portada para la historia
Una portada para la historialarazon

Dos años antes de su muerte, «Life Magazine» ya diseñaba un plan para cubrir el funeral: los periodistas trabajarían desde un avión.

En la noche del sábado 30 de enero de 1965 un DC8, con un cargamento especial, sobrevuela el Ártico. Traza la ruta menos turbulenta que puede entre Londres y Chicago para evitar el viento en el morro y no poner en peligro el delicado trabajo que se realiza en el laboratorio instalado en su interior. Un silencio blanco, inmenso y helado envuelve el avión en la noche. Ajenos a todo, se agitan frenéticas 40 personas dentro del aparato. Es el último capítulo de una historia que comienza dos años antes. Es el punto final de una gran hazaña del periodismo impreso del que se cumplen, ahora, 50 años.

En uno de los pisos más altos del Rockefeller Center de Nueva York, cuartel general de «Life Magazine», existía una oficina donde un selecto grupo de editores se encargaban de clasificar las noticias, informes y demás material que les remitían hasta allí los miles de empleados y colaboradores que tenía la revista distribuidos por todo el mundo. Eran estos periodistas los que decidían qué tipo de cobertura merecía cada noticia y los que, a finales de junio de 1962, encendieron todas las alarmas: Winston Churchill había sufrido un accidente al caerse de la cama, tenía roto el fémur, además de estar durante una hora tirado en el suelo hasta que fue socorrido. Fue hospitalizado durante semanas en Middlesex. Con 87 años y su historial médico parecía lógico pensar en lo peor.

El icono de todos los conservadores del mundo occidental, el héroe inglés que convenció a Roosevelt para ayudar a Reino Unido a combatir a Hitler y que finalmente arrastraría a Estados Unidos a entrar de lleno en la Segunda Guerra Mundial, tarde o temprano moriría.

«Life» preparaba concienzudamente estos acontecimientos para asegurarse lo que llamaban un «blanket coverage», una cobertura total de la información. Sin resquicio alguno para la duda ni para ángulos muertos sin escudriñar. Nada debía escapar a los ojos del semanario.

Sé pidió entonces, según cuenta la fotógrafa e historiadora Gisele Freund en su libro «La fotografía como documento social», un informe exhaustivo a un experto sobre cómo serían las exequias, los honores fúnebres, los lugares y los horarios por donde pasaría el féretro, los protocolos que se seguirían y, lo más importante, cuándo sería el entierro. Este dato era de la mayor importancia ya que la revista tendría que tener listo el material para su cita con los quioscos de la extensa geografía de Estados Unidos, como todas las semanas. La conclusión fue que, con un 90% de probabilidades, el funeral se celebraría en sábado.

La organización debería hacer un esfuerzo descomunal para colocar en los puntos de venta de todo el país en las pocas horas entre el entierro a última hora de un sábado y la mañana del viernes siguiente los siete millones de ejemplares que tiraba la publicación. Tras este primer susto pasaron las semanas y, finalmente, Churchill se recuperó y aún tuvo tiempo de volver a París, viajar a Montecarlo, embarcarse en un crucero con Onassis y ser nombrado ciudadano honorífico de Estados Unidos, algo que no ocurría desde Lafayette, 137 años antes, y una distinción que sólo atesoran ocho personas en la historia.

Se aceleraron los preparativos para cubrir la noticia y comprendieron que, si querían seguir siendo los primeros en ofrecer a sus lectores las primicias informativas de manera amplia y con calidad, tendrían que montar un dispositivo especial para no depender de nadie más que de ellos mismos. Costara lo que costara. Fue así como decidieron encargar una maqueta y un presupuesto a una compañía de aviación para preparar una redacción volante que estuviera dispuesta para viajar a Londres en cualquier momento.

Aquella «sala de máquinas» debería contar con un laboratorio especialmente acondicionado y diseñado para la ocasión (la fotografía era la prioridad absoluta de la revista y todo se supeditaba a la exigencia de la imagen), además de mesas y máquinas de escribir para los periodistas y espacio para llevar a cabo la edición que facilitara el cierre del nuevo número de «Life» mientras se volaba de regreso a Chicago, donde las rotativas esperaban la llegada de los originales con medio número ya montado a falta de las páginas que se confeccionarían aprovechando las ocho horas de viaje y sin pasar por la redacción de Nueva York.

La empresa seleccionada para transformar el interior de un DC8 en una redacción fue Seaboard World Airlines, que construyó un prototipo a escala y reformó un aparato para dar cabida a 40 periodistas y seis técnicos de laboratorio que harían posible que 35 millones de lectores vieran a todo color la magnificencia del evento. Además, se distribuirían los ejemplares por avión y no por tren, como era habitual, con el consiguiente ahorro de tiempo y aumento de la factura.

Aquella sería la última batalla que ganó un medio impreso. El mundo estaba cambiando, la tiranía eléctrica de la televisión, que se impondría, omnipresente, a partir de entonces.

Cuando dos años y medio después de aquel primer accidente, Churchill, sufre un episodio de apoplejía, el 12 de enero de 1965, todo el plan de la revista está listo. Doce días después, muere. Es domingo 24 de enero y, como estaba previsto, será enterrado el sábado siguiente. Todos los puntos por donde transitará el cortejo fúnebre están seleccionados y la revista se apresura a alquilar los mejores balcones y ventanas y adjudica el cometido a 17 fotógrafos, entre los que están Gordon Parks, Pierre Boulat, Ralph Crane, Dmitri Kessel y George Silk, que hizo la foto del interior del avión.

Tres de ellos se parapetan en las casas cuyas ventanas dan al cementerio del pueblo natal de Churchill días antes de que el Gobierno prohíba tomar imágenes del entierro, aunque finalmente no serían publicadas. También, cuenta Freund, que una docena de motoristas recogerán los 70 rollos de diapositivas desde los cinco puntos dispuestos para ello y los llevarán hasta el aeropuerto, donde espera el avión de Seabord.

El cortejo recorre los edificios estatales donde Churchill ha servido a su patria durante décadas: el Parlamento, en el que consiguió un escaño con 27 años tras hacerse famoso por sus hazañas en la Guerra de los Boers, y también los ministerios de Comercio y el de Interior. Pasa cerca del Almirantazgo y de Downing Street, donde sirvió en dos largos períodos de su agitada vida política. En cada esquina y a cada altura, en las mejores perspectivas hay un fotógrafo de «Life» retratando con maestría la escena.

Seis técnicos de laboratorio se encargarán del delicado proceso de revelado de los rollos de diapositivas. Requieren un control de temperatura, un tiempo preciso de tratamiento y un cuidado exquisito para que no se contaminen la media docena de químicos que se utilizan para su producción, que es mucho más crítica que el usual revelado de películas en blanco y negro de los periódicos.

Durante las ocho horas que dura el vuelo van saliendo los rollos, que son dispuestos en una gran mesa de luz en la que son seleccionadas y editadas las diferentes páginas que irán componiendo el reportaje. Mientras, los redactores apuran sus crónicas. Ralph P. Hunt, escribe el editorial: «Detrás nuestro se extiende la vieja ciudad de Londres, donde hoy Churchill ha sido honrado en una de las ceremonias más inspiradoras de todos los tiempos». El reportaje ha costado 250.000 dólares.