La columna de Carla de la Lá

La monstruosidad

Muy pronto, todas las señoras civilizadas tendremos que acudir con la misma regularidad que a la peluquería, a que nos rejuvenezcan, recorten, estiren y blanqueen el… salva sea la parte.

American Horror Story
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Que vale, que ya no se pueden llevar los dientes, ni las calvas al natural, que es como de tercer estamento medieval; hay que blanquearlos, y las cabezas implantarlas, y las narices y las orejas podarlas; los pechos, las pestañas y las uñas tampoco se pueden abandonar a su genuina evolución ¡qué digo medieval! Socorrooo: las peculiaridades congénitas, la autenticidad, la consubstancialidad humana están demodé, parecen de los ochenta.

Lo sé y mal que me pese lo acepto, pero anoche_¡¡Creo que ya es suficiente!!_ descubrí en la Sextulia* que comienzan a abrir lo que han dado en llamar (expertos en doblegar a las gentes, enviados por satanás, es decir, en marketing) “Spas Vaginales”.

Les cuento: los Spas vaginales son lugares a donde muy pronto tendremos que acudir todas las señoras civilizadas, con la misma regularidad que a la peluquería, a que nos rejuvenezcan, recorten, estiren y blanqueen el… salva sea la parte.

Y ustedes caballeros, no se sientan exentos de esta férrea dictadura contra natura. Cuando vean los labios superiores de sus vecinas cortar, pongan sus partes pudendas a remojar.

Yo, amigos, que como la mayoría de ustedes pertenezco a la Generación X, recuerdo haber crecido en una sociedad distinta, donde el perfeccionamiento humano pasaba por el respeto y la admiración de la literatura, la filosofía, la introspección, el estudio de distintas disciplinas, no directamente aplicables a la producción.

El deporte al aire libre, el Arte, la danza y los instrumentos musicales eran una constante en cualquier familia de clase media, y los que se alejaban de ese marco cultural, eran llamados excéntricos.

Recuerdo que cuando era pequeña, frecuentaba mucho nuestra casa una amiga de la familia divertidísima y carismática pero vanidosa y superficial hasta el espectáculo o el delirio. Como ustedes prefieran.

Por las tardes llegaba a tomar el té con mi madre, vestida de princesa o de sultana de algún extraño reino contemporáneo y soltaba su verborrea pseudóloga, donde ella se sentía una especie de deidad y el resto del mundo éramos otra especie, eso seguro, de vasallos creados por su colega Dios, exclusivamente para admirarla y servirla.

Gastaba cantidades ingentes de dinero en su arreglo personal pero alimentaba a toda su familia (que era numerosa) con un ala de pollo que le daba para 100 croquetas en la termomix. ¡¡¡Una maravilla!!!

Tenía un estilo glorioso y exageradísimo entre Alexis Colby y Krystle Carrington que extendía, con incuestionable tino, a la decoración. A mi madre, que le cedía todo el protagonismo, le decía sin recato: “Tu casa es riquiña, la mía es soberbia” y otras delicias por el estilo.

Contaba, con toneladas de gracejo inconsciente que un día llamó a su puerta un vendedor de Círculo ofreciéndole libros, ¿qué otra cosa?, y que lo despidió lógicamente alegando que ya tenía uno.

Mientras hablaba, porque jamás escuchó nada que dijera ningún otro individuo_ los niños embobados y mi madre cordial_ papá la observaba entusiasmado, impostando un amable y simulado gesto de atención, pensando: “Qué zapatos tan perfectos y qué mente tan deteriorada”.

Bien, esto que en los años noventa podía ser anecdótico y constituir una simpática escena costumbrista de provincias, ha llegado al extremo más preocupante en la en la actualidad, donde el físico, el cascarón, la dentadura el cabello, la piel, las pestañas, los pies, los tríceps y hasta los genitales, han de tener una apariencia intachable, qué digo, inmaculada, absurda, plástica mientras que a la sesera le estamos practicando nuestro particular Dorian Grey… Ya saben ese jovencito tan narciso que deja de envejecer y en su lugar, lo hace un retrato suyo que mantiene oculto, claro, y su alma, corrompiéndose al mismo tiempo que el cuadro.

No sé a ustedes, pero a mí me preocupa, más que a Greta, el mundo que estamos construyendo para nuestros hijos, pero no tanto por el clima, perdónenme; me preocupa por la monstruosidad.

¿Han visto algún reality? ¿Han visto a las Kardashiam? ¿A los tronistas?

Dentaduras blanco gotelé, glúteos hipertrofiados, músculos anabolizados, labios morcillosos, uñas como armas blancas, pechos más grandes que las cabezas de sus portadoras… cabezas sin trasfondo, trabajadas únicamente por estilistas o peluqueros. Pufff…

Lo que hoy se entiende por Belleza para mí es deformidad, abro una revista, enciendo la televisión o simplemente paseo por algunas calles de Madrid y me asaltan como en Thriller (de M. Jackson) cuerpos y rostros desfigurados, porque la belleza es otra cosa. ¡Les prevengo!

La belleza es intangible, pero, sobre todo, la belleza es inteligente.

Les recomiendo mucho “El mito de la belleza” donde Naomi Wolf dice que sobrevalorar el físico está en realidad prescribiendo el comportamiento y no la apariencia.

Ayy de nuestros hijos… si no somos capaces de mostrarnos mejores, creciendo en este aquelarre de postizos, naricillas, vaginas de lego y traseros aerostáticos… Si no somos capaces, los adultos, de rebelarnos contra este régimen de tolerancia cero con el deterioro físico, el paso del tiempo, el humor y el pensamiento, pero infinitas tragaderas con todo fistrismo, vulgaridad, resentimiento, fanatismo, buenrollismo majadero, provocación inmadura y trastorno límite de la personalidad que nos ofrezca el menú.

Mientras escribo (sintiéndome más caduca que la abuela de caperucita, con cabellos más plateados y anteojos con más dioptrías) tengo a mis hijas adoradoras del Korean-POP y de la Korean-Beauty, trastabillando con sus nuevos tratamientos cosméticos, que pretenden de sus adeptos nada menos que dos horas al día sólo para limpiar el cutis.

Sonrío. Si hubiera una coreana en mi cuarto de baño y observara cómo me maquillo y desmaquillo en treinta segundos, moriría de un derrame ideológico…

Escucho a las niñas con disimulo y averiguo lo impensable: el nuevo must de la cosmética y la moral contemporáneas (que son sinónimos) no es otra cosa que las mascarillas para el culo, una para cada nalga. ¿Qué tal?

*La Sextulia es un espacio radiofónico de debate sobre sexología en clave de humor en el que soy tertuliana.