La Columna de Carla de La Lá

¿Hay que responder falsamente cuando nos preguntan “qué tal”?

Lo q caracteriza el s XXl es q los pesados, pesadas y pesades han tomado el mundo occidental.

Interior de un coche.
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¿Pero qué ocurre amigos si un día, tras emitir un simple y tedioso “qué tal”, aunque vaya acompañado de la correspondiente y cortés sonrisa, el otro, ese ser con el que no tenemos ninguna confianza ni nos une ningún lazo o amistad, nos responde con la verdad?

Veamos, entre la gente civil y educada como nosotros, siempre que entramos a un comercio, o que nos cruzamos con otro ser bípedo en el ascensor, o en el garaje, uno de los dos saluda y el otro corresponde con un impostado y diplomático “qué tal”, al que una persona moderadamente equilibrada reacciona con un “Bien, ¿Y usted?, Bien ¿y tú?”, donde el otro interpone otro artificioso “bien, gracias” y ¡asunto zanjado!

Así es la vida en sociedad y la educación, amigos, pura falsedad, y no estoy hablando de algo malo, ni superficial, ni, por supuesto, del lado “fancy” de la vida; hablo de la ganancia antropológica más elemental, de comportarnos de manera considerada, estéticamente; la gentileza es necesaria en este mundo, queridos; una moneda de cambio tácitamente falsa pero insustituible para no volver a la jungla, al mono, a la hiena.

Pienso que, más allá de clasificar y reciclar las basuras, la mayor aportación que podemos hacer en favor de la vida en la tierra es sencilla: ser amables.

Ojo, que hoy en día ser demasiado cortés es tan bochornoso y obsceno como ser maleducado. Quiero decir, que ser elegante, afable, correcto, no es ser manierista, ni cursi, ni pedorro.

Pero volvamos al “qué tal” y sus consecuencias, ¿es necesaria la discreción en la respuesta? ¿hemos de resolver el formalismo con un hipócrita “bien” (aunque atravesemos el peor día de nuestra existencia)? ¿qué desea el qué pregunta, la verdad o una pauta hueca e insignificante? ¿ustedes qué prefieren?

Hace unos meses comencé a pensar en esto porque me subí en un taxi donde una encantadora taxista me preguntó “qué tal”. Yo, aturdida por mis asuntos, con las gafas y la mascarilla puestas y atenta al móvil y a la hora, respondí el “bien” de turno; sin embargo, esa singularísima mujer, no se dio por satisfecha ni mucho menos e insistió, como El Principito, dejándome pensativa: “No, en serio_dijo sonriendo con dulzura y mirándome por el retrovisor a los ojos_ ¿QUÉ TAL ESTÁS?”.

Confieso que volví a contestar: “Bien”, por educación (y por pudor) pero hubiese querido echarme a llorar en sus brazos con hipo y todo. Me encantó esa mujer, pero, amigues, yo no soy una pesada, ni ella una escritora sedienta de nuevas historias y perfiles psicológicos con los que dar verosimilitud a sus personajes ¿o puede que sí?

En efecto, el protocolo y las buenas maneras se desarrollaron paulatinamente en las distintas culturas para evitarnos sufrir las miserias de nuestros congéneres y de paso permitirles a ellos esquivar las nuestras. Hacer sentir bien a los que nos rodean, o no hacerles sentir mal (algo muy parecido a la caridad) es un principio básico en lo que entendemos por corrección.

En general, me tengo prohibidísimo, excepto con mis íntimos, hablar de asuntos personales. Por otra parte, cuando tengo a otra persona delante, realizo con gusto el esfuerzo de mirar su cara cuando estoy hablando, cosa que les recomiendo encarecidamente: descifren los rostros de los demás cuando comiencen a echarse flores a sí mismos, a ostentar sobre lo que sea o a recitar sus andanzas amorosas, sus eventualidades sanitarias o su currículum... En la vida analógica, al contrario que en las redes sociales hay que evitar el hablar de uno mismo, en el cara a cara lo apropiado es escuchar, prestar atención y atender a los que tenemos cerca, interesándonos por los asuntos que desconocemos o que realmente no nos importan.

Pero a lo que iba, hace dos días fui al fisio, me acuesto en la camilla, despliego mi engañoso “qué tal, cómo te trata la vida”, esperando su ficticio “bien” y, ¡no lo van a creer!...  El terapeuta respondió que muy mal, que la vida le había tratado muy mal, que llevaba 15 días sin dormir, que había adelgazado seis kilos y no paraba de tomar lexatines y orfidales por culpa de su mujer, todo esto sin conocernos de nada y que blablablá (no les voy a contar la trama porque verdaderamente el delito de la mujer no tenía nada de extraordinario, ni de perverso ni por lo tanto de interés. Sólo les diré que estuve toda la hora escuchando y asintiendo, que no me relajé nada, aunque sí me gustó su franqueza (porque, a diferencia de la taxista maravillosa, yo busco personajes y perfiles psicológicos con avaricia)…

Muy loco fue, se lo aseguro, por eso se lo cuento a ustedes;  acabó diciéndome que le habían invitado a un día de caza y que había llevado las armas descargadas para no tener tentaciones…

Lo que caracteriza el s XXl es que los pesados, pesadas y pesades han tomado el mundo occidental.